Estallido social en Francia
Las protestas en la calle desbordan la causa originaria de la reforma de las pensiones impulsada a solas por Macron
Ninguna reforma de las pensiones que aumente la edad de jubilación es popular, pero la que impulsa Emmanuel Macron en Francia ha desatado un movimiento social insólito en otros países europeos. Las autoridades afrontan un bloqueo político, múltiples y masivas manifestaciones pacíficas, y también acciones violentas de una minoría de manifestantes y acusaciones de violencias policiales. El presidente francés conocía el riesgo que asumía con la ley que obligará a jubilarse a partir de los 64 años, en vez de los 62 actuales, y que acelerará la exigencia de 43 años cotizados, en vez de 41. Tras adoptar la reforma por decreto y superar dos mociones de censura, la ley espera el dictamen del Consejo Constitucional. El fin de las tensiones no se vislumbra. El secretario general del sindicato CFDT, Laurent Berger, y algunos diputados macronistas sugieren dejar la ley en suspenso para mejorarla. Macron haría bien en escucharlos y abrir urgentemente el diálogo con sindicalistas y la oposición de centroderecha y centroizquierda.
La reforma no es ninguna anomalía en Europa. Otros países del entorno tomaron medidas parecidas hace más de una década. Macron promueve la reforma por voluntad propia y cuando Francia se acerca al pleno empleo. Aunque la reforma francesa coincide en el tiempo con una reforma de las pensiones en España, ambas tienen poco que ver. La francesa se parece mucho más a la adoptada en 2011 con el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Aquella reforma, como la de Macron ahora, aumentó la edad de jubilación (de los 65 a los 67 en el caso español) y los años de cotización (de 35 años y tres meses a 38 años y seis meses). Macron intenta algo similar a lo que un Gobierno del PSOE hizo en España hace 12 años y resulta desconcertante, o es fruto del desconocimiento o del uso partidista, que el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, haya señalado como modelo de futuro una reforma que España ya ha hecho y que, en su momento, el PP rechazó.
Las lecciones son otras. En Francia, la extrema derecha de Marine Le Pen espera recoger los frutos del malestar. Nadie sale indemne de medidas impopulares que tocan al Estado del bienestar. Macron ha descubierto ahora que, en democracia, no basta con cumplir una promesa, ni con seguir los procedimientos constitucionales, ni siquiera con tener razón. Hay que convencer, y no lo ha logrado. Siete de cada diez franceses están en contra. El enfado popular ya desborda la reclamación de seguir jubilándose a los 62 años. El presidente paga el desprecio con el que ha tratado a los sindicatos. Su incapacidad para construir alianzas tras quedar en minoría en la Asamblea Nacional, y el obstruccionismo de una oposición dominada por la extrema derecha y la izquierda anticapitalista, han llevado a un callejón de difícil salida. En el sistema presidencialista de la V República, donde el jefe del Estado concentra más poderes que cualquier otro gobernante occidental, la situación se vuelve explosiva. Esta triple crisis, política, social e institucional, exigirá de Macron una mayor destreza que la demostrada hasta ahora.
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