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Moción de censura
Columna
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Tamames, el nacionalista

Que el deterioro físico de la edad y la poca expectativa de vida por delante te lleven a interpretar el mundo según tu estado es un cruel destino para un reputado intelectual

Moción de censura
Ramón Tamames entraba el martes en el hemiciclo del Congreso de los Diputados.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)
Najat El Hachmi

Como no tenía al venerable economista entre mis referentes intelectuales, ni mi formación académica o intereses me han traído la lectura de ninguna de sus obras, me ahorro la decepción o el extrañamiento ante el reciclaje tardío del viejo comunista. ¿Pero de qué va en realidad todo esto?, se habrán preguntado muchos ciudadanos-telespectadores de esta jornada estrambótica. ¿Por qué un señor casi nonagenario que al parecer ha tenido cierto prestigio en otras épocas ha decidido presentar una moción de censura al actual Gobierno, sin tener ni programa ni partido ni propuesta seria alguna para solucionar los problemas que detecta en esta democracia que de tan poco que le alcanza pretende legarla a quienes pretenden acabar con ella? En cualquier historia que se narre las motivaciones que empujan a los personajes suelen ser varias y desembocar todas ellas en un mismo hecho: aquí podría ser que Ramón Tamames haya decidido emplear así el tiempo que le queda en el convento, o que realmente se crea un salvador de la patria a la vez que se trate de un títere útil en manos de la extrema derecha. Lo único que puedo celebrar del espectáculo que ha sido esta moción de censura fake es haber escuchado a un hombre desasido de los corsés de la comunicación política que imperan en todas las formaciones, que el registro del aspirante a presidente fuera menos adocenado, menos gris de lo que se estila ahora aunque sea para emitir un discurso lleno de contradicciones que a ratos nos hacían recordar al abuelete al que el mundo le queda grande.

Tamames desplegó todos los elementos típicos del nacionalista de manual. Desde que en los años treinta y bajo el sol africano, unos cuantos generales se encargaron a sí mismos la tarea de poner orden en la caótica República para defender España, en este país sobran los salvadores que reclaman orden para salvar la nación y las sonrisas que pudieron provocar algunos momentos de la boutade de Vox se nos congelan al recordar lo que trajo la última iniciativa autoritaria que se salió con la suya, con cuatro décadas de oscurantismo. Lo nuevo aquí es que, como el partido por el que fue a la Cámara, el economista se ha revelado como un nacionalista muy posmoderno capaz de defender que no existe el derecho a la autodeterminación y afirmar que Gibraltar es una colonia (no sabemos si lo son también Ceuta y Melilla), de cargar contra el nacionalismo catalán pero citar a Vandellós, un eugenista contrario a la inmigración procedente de otras partes de España (única en su época, los años treinta del siglo pasado) que sí, decía que hablaba de poble decadent como decía Tamames, pero refiriéndose a Cataluña por tener poca natalidad y muchos “extranjeros” para quienes defendía medidas para su catalanización.

Este martes hemos visto a un señor mayor y frágil con los miedos que suelen tener las personas mayores y frágiles, de los okupas a las bandas latinas, de la desaparición del español en España, del desmadre generalizado. Que el deterioro físico de la edad y la poca expectativa de vida por delante te lleven a interpretar el mundo según tu estado es un cruel destino para un reputado intelectual que, de haber sido respetado sinceramente por Vox, no habría sido exhibido de un modo tan denigrante. ¿Cómo fiarse de quienes dicen respetar a los mayores usando tan vilmente a uno de ellos para hacer un anuncio electoral? ¿Cómo osan hablar de decoro quienes no tienen escrúpulo alguno a la hora de degradar las instituciones democráticas, a los ciudadanos y al propio candidato?

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