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Leyendo de pie
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Malandro’s Petroleum Co.

Lo ocurrido con El Aissami bien podría ser tan solo algo que está en la naturaleza de las bandas del crimen organizado: un ‘tumbe’ puesto al descubierto

PDVSA en Caracas, Venezuela
Una escultura representa una torre de petróleo en una mano cerca de las oficinas de PDVSA, en Caracas (Venezuela).LEONARDO FERNANDEZ VILORIA (REUTERS)
Ibsen Martínez

La simpleza de espíritu lleva a pensar, por ejemplo, que llegar a ser ministro de petróleos venezolano resuelve muchos problemas en la esfera personal.

Aun en el caso de la empresa de petróleos de un país en bancarrota, y pese a que ya la industria no genera 3.200.0000 barriles diarios como a fines del siglo pasado, fácilmente imagina uno que la revolución debería hacer todo lo necesario para que nada le falte al camarada ministro de Energía.

De lo poco que ingrese a las arcas del Estado, debe salir el decoroso bienestar de los servidores públicos a cargo de la industria que nos sustenta desde hace más de un siglo.

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Al cabo, diría un bienpensante de izquierdas, la revolución necesita a su ministro de Petróleos despreocupado de la iliquidez de fin de mes y otros afanes ordinarios. Lo necesita mentalmente despejado para la lucha, habilitado y sin alarmas financieras personales, enfocado a tiempo completo en elevar los niveles de producción para sacar provecho al alza de precios, mucho más ahora que pesan sobre Venezuela duras sanciones económicas del imperialismo yanqui.

Sin embargo, la ola de arrestos y la renuncia del ministro del petróleos en Venezuela demuestran, una vez más, que todo lo probadamente malo de los populismos resulta peor en un petroestado. Aún peor en una dictadura.

La jerga del microtráfico llama “tumbe” a la intercepción del pago de una mercancía que hace un intermediario en perjuicio de la banda-nodriza. Cuando la banda es frondosa y robusta y controla un vasto territorio lo llamamos cártel. La inescapable consecuencia del tumbe suele ser el pivote argumental de los narcocorridos.

El exministro Tareck El Aissami y una red de intermediarios venían “tumbando” a Nicolás Maduro de los proventos del petróleo vendido con grandes descuentos al socaire de las sanciones. Esto trae a la mente las sanciones impuestas a Irak, en los años 90, y cómo ellas mostraron que burlarlas entrañaba un poderoso incentivo para la corrupción, sin menoscabo alguno de la dictadura de Saddam Hussein.

El faltante de la discordia —el tumbe a Petróleos de Venezuela— se calcula en 21.000 millones de dólares, solo en el curso de los últimos tres años, justamente los que El Aissami llevaba en el cargo. Según un reportaje de Reuters, el 84% de los envíos de crudo hechos en ese lapso han dejado de ingresar a las arcas de la estatal.

Contablemente hablando, muchísimos tanqueros largaron amarras sin pagar, pero difícilmente se llegará a saber con precisión a manos de quiénes ha ido a parar el dinero adelantado a decenas de intermediarios fantasmas, no todos ellos bajo el paraguas de El Aissami.

Considérese que el índice de percepción de la corrupción elaborado por Transparency International, la acreditada red mundial de observadores, sitúa a Venezuela en el puesto número 177 entre 180 países considerados, justo entre Sudán del Sur y Yemen. Hablamos, pues, de 21.000 millones de dólares vertidos en el sumidero.

Imposible no desesperar del futuro de Venezuela ante la crudelísima situación humanitaria que vive la mayoría de sus ciudadanos residentes a cambio del millón de millones de dólares probadamente volatilizados en un cuarto de siglo.

Muchos observadores asoman que la ola de arrestos de medianoche y la renuncia del otrora superministro son el comienzo de una purga staliniana, una mortífera lucha intestina entre facciones presuntamente irreconciliables. No envidio ese tipo de perspicacia: pensarlo así es atribuirle a la satrapía madurista un indebido rango ideológico y político.

Otros tumbes entre malandros hemos presenciado desde mucho antes de desaparecer Chávez. Lo ocurrido con El Aissami bien podría ser tan solo algo que está en la naturaleza de las bandas del crimen organizado: un tumbe puesto al descubierto, seguido de un ajuste de cuentas. La oposición seguirá, a todo esto, papando moscas en México y maquinando con ruindad el modo de ganar la pantomima de unas elecciones primarias.

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