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Tribuna
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La resaca del 8-M: feminismo y opinión pública

El movimiento feminista ha recibido un gran impulso desde 2018 y ha colocado sus prioridades en el debate público, pero las divisiones y los enfrentamientos provocan hostilidad y desmotivan a la ciudadanía, especialmente a las mujeres

Tribuna Fraile 15/03/23
RAQUEL MARÍN
Marta Fraile

El feminismo ha avanzado mucho en el camino hacia la igualdad de género. Como cualquier otra causa que pretenda conseguir un objetivo tan difícil como la igualdad, hay muchos obstáculos. Algunos logran sortearse y otros, los más sutiles y persistentes, no. También hay momentos especialmente mágicos en los que se dan pasos de gigante. Muy probablemente ese momento lo vivimos hace cinco años, cuando al calor de movimientos internacionales de protesta como el Me Too, e impulsadas por la indignación social que produjo el conocido caso de violación en grupo sufrido por una joven en las fiestas de San Fermín en 2016, muchas personas tomaron conciencia de algo bien sabido pero que tal vez no se atrevían a verbalizar abiertamente: las injusticias y discriminaciones que las mujeres siguen sufriendo en el mundo del trabajo, en sus relaciones sexuales, en la desigual distribución de los cuidados y el trabajo doméstico, o en la aplicación de la normativa judicial, por poner algunos ejemplos. Cientos de miles de mujeres salieron a la calle a protestar por ello. Si hay algo que caracteriza a lo que se ha denominado la cuarta ola del feminismo es la denuncia de las discriminaciones, sobre todo aquellas más enquistadas en las normas y las costumbres que rigen nuestras sociedades occidentales.

Los estudiosos de las protestas masivas como las del 8-M en España han mostrado que estas pueden tener consecuencias sociales y políticas de gran calado. Entre ellas, fomentar la empatía y comprensión de la ciudadanía con las protagonistas de la protesta y sus razones. Y eso fue lo que pasó en España durante los meses inmediatamente posteriores a la protesta y huelga del 8-M de 2018. Estudios realizados en el otoño de 2018 mostraron que más de la mitad de la población declaraba sentirse muy o bastante feminista. Acostumbradas como estábamos a una visión lineal y progresiva (esto es: de menos a más) de este tipo de procesos, muchas auguramos la transformación del feminismo desde una causa residual de un grupo muy concreto de ciudadanas a un motivo de orgullo generalizado. Cinco años más tarde, todo apunta a que ese pronóstico tan optimista requiere matizaciones importantes.

La efervescencia que generó la movilización social impulsada por el 8-M ha tenido efectivamente muchas repercusiones tanto a nivel teórico como político. A nivel teórico, se ha generado un debate de gran calado dentro del movimiento feminista. Un debate que, en el terreno de la política, ha generado enfrentamientos en torno a la compleja cuestión de la importancia relativa del sexo biológico versus la identidad de género. Apena la aparente imposibilidad de generar un consenso donde la interseccionalidad tenga un espacio lo suficientemente amplio y plural como para que quepan las distintas interpretaciones que existen sobre la relación de las mujeres con su cuerpo, la regulación de los derechos y libertades respecto a la sexualidad de cada cual, o la gestión y distribución de los cuidados en las sociedades. No es fácil porque son temas en los que nada es blanco o negro y en los que las necesarias tonalidades no parecen tener cabida en las contundentes declaraciones que a menudo escuchamos en los medios y en boca de nuestras representantes políticas. Hasta el momento, el debate no ha hecho más que recrudecerse y son raras las ocasiones en las que los distintos puntos de vista dialogan sin acusaciones mutuas de manipulación o falsedad.

El resultado de este enfrentamiento es que el feminismo y los roles de género en nuestra sociedad se han convertido en un tema electoral de relevancia, marcando la agenda política y estructurando debates partidistas (especialmente entre las élites pero también en los medios) que casi siempre adoptan un tono desabrido y mordaz. Cinco años después de la mayor movilización feminista conocida en la democracia española, existen divisiones relevantes no solo entre quienes apoyan la igualdad de género y quienes tienen una visión más tradicional sobre la división de los roles de género en la sociedad, sino también en el mismo centro del movimiento feminista, como se ha demostrado en el reciente 8-M de 2023. ¿Hasta qué punto se reflejan dichas divisiones en la opinión pública?

En el proyecto Genderedpsyche, que dirijo en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (IPP, en el CSIC), hemos realizado una encuesta por internet representativa de la población en España entre 16 y 75 años durante el mes de diciembre de 2022, con el objetivo de estudiar la existencia de estereotipos de género en la sociedad, sobre todo entre los más jóvenes. En esa encuesta incluimos una serie de afirmaciones sobre el feminismo y preguntamos a los participantes su grado de acuerdo o desacuerdo con ellas. Los resultados muestran que un 57% de participantes opinan que el feminismo se ha politizado de forma excesiva, un 41% declaran estar de acuerdo con la afirmación de que “el feminismo actual ha dividido a la sociedad”, y lo que tal vez sea el indicador más preocupante: un 29,5% piensa que “el feminismo promueve el odio hacia los hombres”. Los mayores niveles de hostilidad hacia el feminismo se localizan entre los hombres de edades comprendidas entre los 41 y 54 años, seguidos muy de cerca por los más jóvenes (entre 16 y 25 años). En cambio, las mujeres presentan siempre menores niveles de acuerdo con estas frases, en mayor o menor medida críticas con el feminismo, con una sola excepción: el grupo de mujeres entre los 41 y 54 años.

Este breve diagnóstico de la opinión pública sobre el feminismo tiene sus matices, puesto que un porcentaje bastante más alto de la ciudadanía sigue pensando que “el feminismo es necesario para conseguir la igualdad real entre hombres y mujeres” (57%) y que “el feminismo debe implicar tanto a las mujeres como a los hombres” (73%). Para estudiar con más detalle esta evidencia relativamente ambivalente, realizamos un sencillo experimento dividiendo a los participantes en tres grupos y preguntándoles hasta qué punto simpatizan con las ideas del “feminismo”, con las de “igualdad de género”, y con las de “igualdad entre hombres y mujeres”, respectivamente. Los resultados confirman las connotaciones negativas asociadas al concepto de feminismo en España, puesto que sólo un 31% expresó “mucha simpatía” cuando la pregunta se plantea utilizando dicho concepto. El porcentaje se duplica cuando la pregunta se propone empleando el concepto de igualdad de género (un 65% manifiesta “mucha simpatía”) y casi se triplica cuando la pregunta menciona la igualdad entre hombres y mujeres (77%). Estas diferencias son mayores para los hombres que para las mujeres.

El resultado de este experimento sugiere que el enfrentamiento que se ha generado entre las élites políticas respecto a los contenidos de las polémicas reformas legales (tales como la ley trans o la ley del solo sí es sí), que ha transmitido la imagen de división y conflicto dentro del movimiento feminista y cuya crudeza se ha amplificado a través del altavoz de los medios sociales y tradicionales, está calando en la opinión pública. Es el momento de pararnos a reflexionar. Necesitamos un debate sosegado del que todas podamos aprender. No dejemos que la velocidad y el frenesí de la agenda política actual nos arrastre a las dinámicas polarizadoras que invaden la esfera pública y que tanto desmotivan a la ciudadanía, especialmente a las mujeres.

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