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tribuna
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Diálogo Raisina, una visión india del mundo

Delhi persigue un puesto permanente en Consejo de Seguridad de la ONU y en el camino ha aprovechado las fisuras de la multipolaridad, mostrado no estar sometida a EE UU y marcado distancias con Pekín

El primer ministro ruso, Sergei Lavrov (izquierda), durante su intervención en el Diálogo Raisina junto a Sunjoy Joshi, director de la Observer Research Fundation.
El primer ministro ruso, Sergei Lavrov (izquierda), durante su intervención en el Diálogo Raisina junto a Sunjoy Joshi, director de la Observer Research Fundation.RUSSIAN FOREIGN MINISTRY HANDOUT (EFE)
Eva Borreguero

En un momento dado del Diálogo Raisina, la conferencia multilateral celebrada en Delhi la semana pasada, el ministro de Exteriores indio, Subrahmanyam Jaishankar, se salió del guion preestablecido y en una digresión que pilló por sorpresa al auditorio afirmó, “de hecho, creo que yo soy el centro del mundo, pero esa es otra cuestión”. No sabemos si Jaishankar hablaba en un sentido cuántico, desde la supraconciencia, o como ministro estrella del país más poblado del plantea. De lo que sí estamos seguros es de que durante unas semanas la atención mundial se ha centrado en la capital india, anfitriona de la diplomacia internacional con la celebración del G-20, el encuentro de ministros del cuadrilátero de seguridad —Quad—, la cumbre Voz del Sur Global, y la octava edición del Diálogo Raisina, lanzado por el primer ministro Modi poco después de ganar las elecciones.

Un giro de ciento ochenta grados para un país de tendencia aislacionista que hasta no hace mucho quedaba fuera del radar de la política de las grandes potencias. Un giro fruto de un viraje lento y constante a lo largo de las dos últimas décadas, que tuvo un marcado punto de inflexión con la firma del acuerdo de cooperación nuclear civil con Estados Unidos, y se ha beneficiado de los vientos favorables que soplan en dirección al Indo-Pacífico.

Bajó el título ¿Faro en la tempestad?, el Dialogo Raisina ofreció una representación de la visión y aspiraciones globales de Delhi. Una visión singular e inclusiva —allí estaba el ministro de Exteriores ruso, Lavrov, que en un gesto tragicómico logró que el público estallase en carcajadas al afirmar “esta guerra que se inició contra nosotros utilizando al pueblo ucranio y que estamos tratando de detener”— pero también tildada de contradictoria y ambigua por abstenerse en las resoluciones de la ONU contra la invasión rusa de Ucrania.

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Al hilo del Quad, Jaishankar resaltó: “Me siento muy incómodo con las definiciones muy tajantes, haz esto, no hagas aquello, debes estar a favor de esto, debes estar en contra…”. Una forma muy india de no dar por bueno el hábito occidental de las dicotomías. Un tipo de planteamiento indefinido que a menudo confunde a los analistas europeos y que encaja en la tradición especulativa india no cartesiana: el arte de la paradoja que, como ha explicado la indóloga Ana Agud en Los poemas del ser y el no ser y sus lenguajes en la historia (Abada), relativiza el dualismo para superar el “conmigo o contra mí”. Lo que en ningún caso implica ausencia de preferencias palpables. “Se trata”, concluyó el ministro, de “países que trabajan juntos para promover sus intereses nacionales”

Pero, ¿cuáles son esos intereses? ¿Qué lugar quiere ocupar la India como potencia? ¿Logrará combinar liderazgo y no-alineamiento?

Desde el prisma de la realpolitik destaca la intención de reafirmar su preeminencia en el nuevo marco del Indo-Pacífico. El protagonismo de la mesa del Quad mostró una poderosa imagen de propósito e intenciones: en convergencia con Estados Unidos y las democracias liberales de Asia. Desde que surgiese el Quad, tras el tsunami del 2004 hasta el día de hoy, India ha ido estrechando lazos con Australia, Japón y Estados Unidos. Con este último se encuentra a punto de cerrar un acuerdo de compra de drones armados de gran altitud, lo qué según The Wall Street Journal, convertiría a la India en el primer país en adquirir esta versión de aviones no tripulados sin haber firmado previamente un tratado.

En el plano de la moralpolitik, Delhi aspira —en palabras de Narendra Modi— a “dar la voz al Sur global”. Al margen de que se sienta o no parte de dicho bloque, reivindicar tal liderazgo le permite elevar su estatus de actor global en competencia con el otro gran aspirante al puesto, China, rival en la sombra. India cuenta en su favor con las credenciales de ser una potencia no revisionista, colonizada en el pasado por los británicos, y respetuosa con el derecho internacional: en 2014 aceptó la decisión de la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya en la disputa que mantenía con Bangladesh por la delimitación de la frontera marítima, en contraste con la negativa de Pekín a reconocer la sentencia del mismo tribunal a favor de Filipinas por el contencioso que mantienen en el Mar de la China Meridional.

Siguiendo la lógica no dogmática del Arthashastra de Kautilya, célebre por formular hace más de 2.000 años la máxima “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”, India ha sabido sacar partido a las fisuras y contradicciones de la multipolaridad, aprovechar la instrumentalidad del Sur global para superar la divisoria norte-sur, demostrando no estar sometida a Washington, aunque de facto esté semi-alineada, y cerrando el círculo, incrementar la distancia con Pekín. En el horizonte, la ambición última: acceder a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.


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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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