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Columna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Debilidades

A los 87 años, preso en una silla de ruedas, Gianni Vattimo litiga para que no le incapaciten y pueda dejar sus bienes a Simone Caminada, un brasileño que ha tomado como pareja

Gianni Vattimo, en una imagen de archivo.
Gianni Vattimo, en una imagen de archivo.
Fernando Savater

Hace más de 10 años que no veo a Gianni Vattimo, pero guardo buen recuerdo de él: afable, ingenioso, pícaro, culto sin pedantería, excelente compañero para aliviar el rigor (a menudo mortis) de los congresos de Filosofía. Coincidimos en varios y a veces nos evaporamos para hacer rancho aparte si el panorama era plúmbeo. En uno de Turín, dirigido por él, la nieve cerró estaciones y aeropuertos, dejándonos incomunicados varios días, que aproveché para conocer mejor esa ciudad, la más distinguida de Italia, y a Vattimo. Otra vez vino a San Sebastián a dar una charla y me ofrecí como traductor, pero me dijo que intentaría hablar en español. Que no conociera bien esa lengua no fue obstáculo para su audacia y la gente salió encantada. Simpaticé con su idea de un pensamiento débil que desconfiaba de las verdades enormes y asumía otras provisionales, pero no con su culto a Heidegger ni con su extrapolación nietzscheana de sustituir los hechos por las interpretaciones. Da igual, siempre nos caímos bien y ni él ni yo somos favorables a regañar por temas filosóficos.

Ahora, a los 87 años, preso en una silla de ruedas (la debilidad no alcanza sólo al pensamiento) litiga para que no le incapaciten (“no está en condiciones de comprender y querer”) y pueda dejar sus bienes a Simone Caminada, de 38 años, un brasileño que ha tomado como pareja. Dicen que éste se aprovechó de él para seducirle, aislarle de sus amigos y quedarse con la herencia. ¿Y qué? ¿Por qué los viejos no podemos dejarnos seducir, con lo que nos gusta? Recuerdo el chiste de Mingote: el despacho del notario, lleno de avinagrados parientes enlutados y una rubia con un cruce de piernas sensacional. Dice el testamento: “… y a Purita, que se casó conmigo por mi dinero, le dejo ¡mi dinero!”.

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