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¿La paz? ¿Qué paz?

No puede ser de izquierdas la desatención a las peticiones de ayuda de quienes se defienden ante una guerra de agresión. Si dejamos solos a los ucranios, la guerra será breve. Putin vencerá

Guerra en Ucrania
El presidente ruso, Vladímir Putin, en San Petersburgo.DPA vía Europa Press
Lluís Bassets

No siempre es la paz lo que llega después de una guerra. A veces es una guerra que sigue oculta e invisible. Todavía la conocimos algunos españoles nacidos en la posguerra. Era la paz de los cementerios. Del silencio de las comisarías y de las cárceles. Del gris paisaje impuesto por la censura. Sin libertad y sin justicia no puede haber paz. Las dictaduras no saben de esos asuntos, aunque vendan como paz lo que solo es continuación de la guerra.

La guerra ha llevado la muerte y la destrucción a Ucrania, pero a los rusos les ha quitado la poca libertad y la escasa justicia que todavía tenían, además de la vida de sus jóvenes, lanzados a paletadas como si fueran carbón a la caldera del frente bélico. Bajo Putin, que ha prohibido hablar de guerra, los rusos conocen este tipo de paz tanto como los españoles bajo Franco.

No basta con clamar por la paz. No se equivoca el Gobierno de España cuando responde a las peticiones del Gobierno de Ucrania con armas, munición y entrenamiento militar a sus soldados. Quien se equivoca es esa izquierda agarrotada por el dogma —ojalá fuera solo atormentada por la duda siempre legítima y necesaria—, hasta creer que las armas con las que las víctimas se defenderán solo prolongarán su sufrimiento en vez de aliviarlo y de acercarnos a la paz verdadera.

Esta guerra es ilegal. La prohíbe la Carta de Naciones Unidas, que solo considera legítima la guerra defensiva ante la agresión, como es el caso de Ucrania. También lo es desde la legalidad interna de la Federación Rusa, firmante y a la vez vulneradora de los tratados y convenciones internacionales que garantizaban la integridad y la soberanía de Ucrania, así como el respeto a la vida de los civiles y a los derechos humanos de todos, incluidos los prisioneros y los heridos de guerra.

Putin está librando una guerra injusta y criminal y la libra con medios injustos y también criminales. No puede ser de izquierdas la desatención a las peticiones de ayuda de quienes se defienden ante la agresión. Ni dejarles desarmados e inermes, dispuestos así a aceptar la paz de los cementerios como la que sufrimos en España el siglo pasado. Si dejamos solos a los ucranios, la guerra será breve. Putin vencerá. No habrá paz. Seguirá la guerra de agresión. Luego incluso desbordará a Ucrania.

Para terminar de una vez y lo antes posible, hasta obligar a Putin a sentarse a negociar en las pésimas condiciones de quien ha agredido a su vecino y ha sido derrotado, hay que ser del todo solidarios con Ucrania en su guerra defensiva. Por europeísmo, pero también por internacionalismo del auténtico. ¿Acaso la izquierda española de hoy no habría atendido las peticiones de ayuda de la República ante el levantamiento franquista? Produce rubor tanta incomprensión y ese empeño en repetir los errores que Europa ha conocido en anteriores ocasiones y que tuvieron tan nefastas consecuencias.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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