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Columna
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Explorando la mente del enemigo

Con una crisis minúscula, inofensiva, China observa cómo se comportará Estados Unidos si las cosas se ponen más feas y alcanzan la envergadura de la guerra de Ucrania

Balones chinos
Uno de los balones espías chinos detectados por Estados Unidos.Chris Jorgensen (AP)
Lluís Bassets

Entre risas, pero con toda la formalidad, los portavoces de la Casa Blanca han aclarado el misterio. No es un extraterrestre como E.T. quien nos observa desde artefactos flotantes en la estratosfera. Uno de ellos, un globo de enormes dimensiones, avanzaba y retrocedía teledirigido, capturaba imágenes y grababa emisiones, e incluso remoloneaba y daba tumbos cuando se situaba sobre los silos donde Estados Unidos guarda sus misiles intercontinentales, las terroríficas herramientas de la disuasión nuclear.

De no ser por las trágicas noticias de Ucrania y el terremoto de Turquía y Siria, el derribo de tan chismosos ingenios voladores ordenado por Joe Biden hubiera sido recibido con mayor alarma. Intentaron suscitarla algunos belicosos congresistas republicanos, que exigían una respuesta más rápida y enérgica, antes de saber que los intrusos ya se habían paseado por encima de la cabeza presidencial de Donald Trump sin que nadie se enterara.

También ha reaccionado China, propietaria reconocida del mayor de los cuatro artefactos derribados en pocos días, indignada y convencida de su derecho a fisgonear sin reprimenda alguna en los cielos ajenos. El primer artefacto derribado, al contrario de la versión de Pekín, no era un mero globo sonda que recogía vulgares datos meteorológicos. Fácilmente, se le puede adjudicar otra misión más seria como es poner a prueba los sistemas de detección, de alarma, de defensa y sobre todo la reacción política del enemigo.

Ha surgido en cosa de días un nuevo espacio de confrontación bajo las órbitas de los satélites de todo tipo, también los espías, y sobre las rutas del transporte aéreo, también de los misiles que se intercambian rusos y ucranios. No cabe descartar el error, el accidente o incluso una mala coordinación entre el espionaje militar y el Gobierno chino, pero esta incruenta guerra estratosférica ha venido a evocar en un momento sensible los episodios de la tensión entre Washington y Moscú desde los años cincuenta hasta el final de la Guerra Fría.

Como Rusia, China no se conforma con el actual orden internacional. Quiere refundarlo y poner su marca en unas nuevas relaciones globales. Penetra en zonas grises o vacías donde no hay todavía leyes internacionales o normas consensuadas e intenta crear hechos sobre el terreno. O en los cielos. Tensa la relación bipolar justo cuando Vladímir Putin se muestra incapaz de resolver rápidamente su desafío bélico en Ucrania. Y finalmente, declara siempre su presencia y su peso, también su desconfianza y su agresividad.

Sucede en la estratosfera, en las cumbres disputadas del Himalaya o en los mares circundantes de los que quiere apoderarse. La respuesta al globo derribado sobre Carolina del Norte bien podría ser el derribo de un artefacto similar de su enemigo sobre las aguas internacionales alrededor de Taiwán. Con una crisis minúscula, inofensiva, China observa cómo se comportará Estados Unidos si las cosas se ponen más feas y alcanzan la envergadura de la guerra de Ucrania.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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