Lo que la radio tiene
Ahora está de fiesta, porque ha celebrado su día. En realidad, celebra que sigue en forma e incide, a pesar de que el tiempo parecía ir hacia otras partes
Por mucho tiempo que llevara en la radio, mi madre me hacía siempre la misma pregunta, por mucho que la riñera: ¿a qué hora actúas? Para ella, aquello de hacer un programa no dejaba de ser una puesta en escena, aunque luego me notaba al dedillo si acababa enfadado o contento. Supongo que porque era mi madre, que esas cosas las saben, y luego porque es verdad que la radio tiene la virtud de descubrir las imposturas. Ocurre en las entrevistas, por ejemplo, cuando intentas sacarle a alguien un titular aunque venga provisto de mil frases para evitar darte el que tú buscabas. Dará igual: a veces la noticia estará en una inflexión, en un clima. La radio son muchas más de las cosas que se dicen, por suerte, y el tono es la clave de todas ellas.
Ahora está de fiesta, porque ha celebrado su día. En realidad, celebra que sigue en forma e incide, a pesar de que el tiempo parecía ir hacia otras partes. La radio, en su soporte clásico o en las nuevas plataformas de audio, se ha ido adaptando porque nos hace falta, lo que dice más de nosotros que del medio. Porque crece el número de personas que están solas, y tienen la radio. Porque en plena guerra de clicks se requiere una complicidad natural, y la radio la tiene. Porque falta información, y la da. Porque crea una comunidad y está ahí siempre: te deja hacer y te envuelve hasta que, si está bien hecha y cuando menos te lo esperes, te encontrarás mirando al altavoz o a los auriculares sin poder bajar del coche. No hay un reto mayor en el mundo de la imagen que tener que atrapar con las palabras.
Ahí sigue, al cabo. Es el transistor a pilas lo que ha mantenido las noches en vela de miles de ucranios desde que empezó la invasión rusa, el que los países en crisis piden a sus ciudadanos que conserven por lo que pueda pasar. Fue la radio la que nos acompañó en la pandemia, la que da la emoción a los partidos y es la que sigue atenta a lo que explican los oyentes con sus notas de voz o con algo más revolucionario aún: las llamadas de teléfono, en las que van colando la vida a pedazos mientras uno se queda a escuchar porque eso que describe ese oyente me pasa a mí también o esa historia no puedo dejar de oírla. La radio sigue siendo, con mucho, el mejor medio para hilar las crónicas políticas sin necesidad de acudir a la declaración prefabricada: bastará con señalar un carraspeo o una vacilación. Bastará con darle un tono y ponerle las palabras justas. Por eso resiste así a sus casi 100 años, seductora, sincera y cómplice: porque no hay otro medio como la radio.
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