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tribuna
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Repudio la condena ilegal del obispo Rolando José Álvarez Lagos

Bianca Jagger hace un llamamiento a la comunidad internacional para que condene la pena de 26 años de cárcel que el régimen Ortega-Murillo ha impuesto al religioso y haga todo lo posible para obtener su liberación

Tribuna Bianca Jagger
Nicolás Aznárez

El jueves 9 de febrero, 222 presos políticos fueron desterrados de Nicaragua a Estados Unidos por el régimen dictatorial de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Entre los que embarcaron en el avión fletado se encontraban algunos de los principales líderes de la oposición: seis precandidatos presidenciales, estudiantes, campesinos, líderes empresariales, periodistas y sacerdotes. Pero el eminente preso, de quien Ortega y Murillo estaban ansiosos por deshacerse, el obispo Rolando José Álvarez Lagos, de la diócesis de Matagalpa, se negó a abandonar el país y aceptar la expulsión. El obispo había declarado repetidamente que no se marcharía del país y no abandonaría al pueblo de Nicaragua, a pesar de la amenaza del Gobierno de “exilio o cárcel”. Supuestamente dijo: “Que sean libres, yo pago la condena de ellos”, ofreciéndose a sacrificarse por el bien de los demás. El obispo Álvarez Lagos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, es “el buen pastor que dará su vida por sus ovejas”. Es el símbolo de la resistencia en Nicaragua que nunca ha cejado en su lucha contra la tiranía y la represión.

Ortega y Murillo cometieron un gran error de cálculo al no reconocer el valor y la convicción del obispo Álvarez Lagos. El 7 de febrero, el régimen adelantó el juicio del obispo. Sospecho que esperaban que la perspectiva de ser condenado a una larga pena de prisión asustaría al obispo para que accediera a abandonar el país. Qué poco conocen al obispo.

Los que se fueron quedaron en libertad y la tortura terminó para ellos, así como el trato cruel e inhumano que sufrieron en las mazmorras de Nicaragua. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, declaró que los prisioneros habían sido encarcelados “por ejercer sus libertades fundamentales y han soportado largas detenciones injustas”. Un juez de Nicaragua aseguró que el régimen había decidido “deportar” a los detenidos para “proteger la paz y la seguridad nacional”, y señaló que habían sido declarados “traidores”. Ese mismo día, la Asamblea Nacional de Nicaragua celebró una sesión extraordinaria para enmendar la Constitución y privar a los presos deportados de su ciudadanía nicaragüense, lo cual es inconstitucional e infringe el artículo 15 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

El 9 de febrero, como represalia por su negativa a subirse al avión, el obispo Álvarez Lagos fue trasladado a la infame prisión de Jorge Navarro, conocida como La Modelo, considerada como una de las más brutales de Latinoamérica. El obispo es uno de los 39 presos políticos que permanecen en Nicaragua.

El viernes 10 de febrero, un día después de que el obispo Álvarez Lagos se negara a embarcar en el vuelo a Estados Unidos, fue condenado a 26 años y 4 meses de prisión por el Tribunal de Apelaciones de Managua de Daniel Ortega y Rosario Murillo. La sentencia leída por el juez Héctor Ernesto Ochoa Andino, presidente de la Sala Penal 1 del Tribunal de Apelaciones de Managua, afirmaba: “Declárese culpable a Rolando José Álvarez Lagos por ser autor de los delitos de menoscabo a la integridad nacional, propagación de noticias falsas a través de las tecnologías de la información, obstrucción de funciones, agravada desobediencia o desacato a la autoridad, todo ello cometido en concurso real y en perjuicio de la sociedad y el Estado de la República de Nicaragua”. Además, privaron al obispo Álvarez Lagos de su ciudadanía nicaragüense, lo inhabilitaron de por vida para ejercer cargos públicos al servicio del Estado de Nicaragua y decretaron la pérdida de sus derechos ciudadanos a perpetuidad.

Esa tarde, Daniel Ortega celebró una incoherente rueda de prensa televisada para dar su versión oficial de la deportación más grande de la historia de Latinoamérica Estaba indignado por la negativa del obispo a abandonar el país, acusándolo de ser un “terrorista”, “desquiciado” y “arrogante”.

Ortega confirmó que había enviado al obispo Álvarez Lagos a la cárcel de La Modelo, porque “es un ciudadano normal y corriente”. “Ahí lo que tenemos es un comportamiento de soberbia de quien se considera ya el jefe de la Iglesia en Nicaragua, el líder de la iglesia latinoamericana y está a punto de pensar a optar al cargo de su santidad el Papa, sí, está desquiciado”, afirmó. “Ahora que llegó a La Modelo era un energúmeno, no puede tener el coraje de Cristo, que soportó la crucifixión. No, no acepta ni siquiera que lo metan en una celda donde hay centenares de presos”.

El obispo Rolando José Álvarez Lagos cumplió 56 años el pasado noviembre mientras estaba detenido por el régimen Ortega-Murillo. Nació en Managua en una familia católica, y en su juventud, durante la década de 1980, se negó a ser reclutado por el Ejército sandinista, huyó a Guatemala para evitar que lo detuvieran y vivió allí como refugiado. Analizando retrospectivamente este período de su vida, el obispo manifestó a La Prensa: “Creo que pertenecemos a una generación de jóvenes que tuvimos que conquistar nuestra libertad al precio de la persecución y el dolor”. Su vocación para el sacerdocio resultó evidente desde su más temprana edad, y a los 28 años fue ordenado sacerdote. Fue consagrado como obispo el 2 de abril de 2011, cuando se hizo cargo de la diócesis de Matagalpa. El respeto y el afecto que su comunidad tiene por él es inmenso. La crónica de La Prensa informaba de que multitudes jubilosas se agolpaban en las calles para asistir a su ceremonia de ordenación.

Durante los disturbios civiles de Nicaragua en 2018, el obispo Álvarez Lagos formó parte del equipo episcopal que medió en el primer “diálogo nacional” entre el régimen de Ortega y la oposición. El obispo dio instrucciones explícitas antes de que las partes se sentaran a la mesa de negociaciones. “El diálogo nacional tiene un solo fin: el cambio. El cambio es inevitable. No hay otro camino, no hay otra finalidad, el cambio viene y con él la democratización de la República de Nicaragua”. Ortega utilizó el diálogo para lanzar una represión brutal contra la población con armas de guerra, la policía, la policía antidisturbios y las fuerzas militares y paramilitares con el fin de aplastar la rebelión. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) calcula que 355 personas fueron asesinadas en esos días violentos. En marzo del año siguiente, su régimen vetó la presencia o la mediación en las negociaciones del obispo Álvarez Lagos. El cardenal Brenes terminó siendo el único representante de la Iglesia Católica, acompañado por el nuncio apostólico Stanislaw Sommertag.

Los sermones y las homilías del obispo Álvarez Lagos han denunciado con frecuencia las violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos, las persecuciones religiosas y los abusos de poder por parte de Ortega y Murillo. Admiro su integridad, su voz profética y su valentía para decirle la verdad al poder. En uno de sus memorables sermones afirmaba: “Jesús no quiere una iglesia interesada en codearse con los que están en el poder, colocándose a su izquierda o a su derecha, una iglesia que no es capaz de criticar realmente las injusticias que se cometen, que da la espalda a los problemas de la gente, una iglesia temerosa de asumir sus compromisos. Jesucristo no quiere una iglesia subyugada, sino una que acompañe al pueblo en sus reivindicaciones. Jesucristo no quiere una Iglesia que se acerque al poder, tratando de negociar o de conseguir cuotas y tener influencia; una iglesia capaz de callarse para no perder los favores de los poderosos, abandonando a los débiles; cómplice de la explotación, la opresión, la discriminación, de endulzar las palabras que las personas en el poder quieren oír; una iglesia que no quiere contradecir cuando sea necesario; que no se atreve a nadar contra corriente, una iglesia corrupta que no levanta la voz frente a la arbitrariedad, que no es la iglesia que Jesucristo quiere”.

El 4 de agosto de 2022, el obispo Álvarez Lagos fue retenido como rehén en la casa del clero de la diócesis de Matagalpa, y se le impidió oficiar misa en la catedral. Las fuerzas de seguridad del régimen también prohibieron a sus compañeros religiosos —cinco sacerdotes, dos seminaristas, dos laicos y un fotógrafo— salir de la casa, e impidieron al mismo tiempo que alguien entrara en el recinto para llevar alimentos, bebidas y medicamentos vitales. La policía rodeó y bloqueó la casa durante 15 días. De repente, en la madrugada del 19 de agosto de 2022, las fuerzas especiales del régimen rompieron violentamente las puertas y entraron para secuestrar a monseñor Álvarez Lagos y a sus compañeros. Le llevaron a un lugar no revelado en Managua, mientras que enviaron a los sacerdotes, los seminaristas, los laicos y los fotógrafos a la cárcel de El Chipote. Desde entonces, las represalias del régimen siguen empeorando, ya que quieren dar ejemplo con él.

Me gustaría transmitir mi gratitud por el apoyo expresado por los obispos de todo el mundo al obispo Álvarez Lagos. Sus poderosas declaraciones dan consuelo y esperanza a los miembros de la Iglesia Católica y garantizarán que el obispo no sea olvidado. Varias Conferencias Episcopales han emitido declaraciones pidiendo la liberación del obispo y han condenado la persecución del régimen Ortega-Murillo a la Iglesia Católica y la represión del pueblo de Nicaragua. La Conferencia Episcopal de Chile ha manifestado que “deploran y rechazan la situación que viven el obispo Álvarez y la Iglesia en Nicaragua, que viola los derechos humanos, la dignidad esencial de la persona y la libertad religiosa”. La Conferencia Episcopal de Guatemala le ha elogiado por ser “un pastor valiente dedicado a su pueblo y a sus ovejas”. Los obispos españoles han pedido “a las autoridades nicaragüenses que escuchen la voz del pueblo al que sirven, que tomen sus decisiones con espíritu de servicio por el bien de todos y que liberen a los presos encarcelados por razones políticas”. Una de las declaraciones más fuertes las ha realizado el obispo hondureño José Antonio Canales, quien dijo que “monseñor Rolando Álvarez es una espina en el costado [del régimen] precisamente porque es muy querido por su pueblo”. Continuó diciendo que “en Nicaragua pueden inventarse cualquier delito contra él porque el Ejecutivo controla todos los poderes del Estado”. En cambio, la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) nunca ha emitido una declaración condenando la implacable persecución del régimen Ortega-Murillo contra la Iglesia Católica en el país, sus obispos, sacerdotes, seminaristas y laicos, ni ha pedido la liberación del obispo Álvarez Lagos.

Me ha alegrado mucho escuchar los comentarios del papa Francisco el domingo pasado durante su bendición semanal del Ángelus a los peregrinos en la Plaza de San Pedro, sobre el obispo Álvarez Lagos. “Me han entristecido mucho las noticias que llegan de Nicaragua, y no puedo dejar de recordar con preocupación al obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, a quien tanto quiero, y que ha sido condenado a 26 años de prisión, y también a las personas que han sido deportadas a Estados Unidos. Rezo por ellos y por todos los que sufren en ese querido país”, afirmó el Pontífice. “Pedimos al Señor, por intercesión de la Inmaculada Virgen María, que abra el corazón de los que tienen responsabilidad política y de todos los ciudadanos hacia una búsqueda sincera de la paz, que nace de la verdad, la justicia, la libertad y el amor, y que se logra a través del ejercicio paciente del diálogo”.

No puedo entender por qué el Papa Francisco ha tardado más de seis meses en emitir una declaración sobre el obispo.

Unas horas más tarde, tras la declaración del Papa, el cardenal nicaragüense Leopoldo Brenes pidió a los reunidos dentro de la Catedral Metropolitana de la Inmaculada Concepción que rezaran por el obispo Álvarez Lagos. ¿Qué podemos hacer por monseñor Rolando? Orar, esa es la fuerza nuestra, orar para que el señor le dé la fortaleza, le dé el discernimiento en todas sus acciones”. También pidió hacer los esfuerzos necesarios para que “no exista odio ni rencor”. Y les pidió que rezaran para que el Señor les iluminara y, sobre todo, para que en sus corazones “no exista odio ni rencor”, ya que el creyente “tiene que amar y tiene que perdonar intensamente”.

Como defensora de los derechos humanos que ha hecho campaña incansablemente por la liberación de todos los presos políticos nicaragüenses, me llena de alegría y alivio el que finalmente estén libres del yugo del régimen criminal Ortega-Murillo. Esto es fruto de un esfuerzo conjunto de innumerables personas en todo el mundo, ONGs, la comunidad internacional, el pueblo nicaragüense que exigió su liberación y, sobre todo, el valor y la resistencia de los presos políticos y sus familias, que nunca se rindieron. Debemos estar agradecidos de que se escucharan nuestras oraciones.

No debemos dejarnos engañar por la liberación de los presos políticos, no olvidemos que la represión continúa sin cesar en todos los frentes, y no se permite una oposición real. Celebrémosla, pero no olvidemos que todo lo demás sigue igual para la gente que está en Nicaragua. Sigue siendo encarcelada por el brutal régimen Ortega-Murillo: la represión continúa sin cesar en todos los frentes, y no se permite una oposición real. Cualquiera que se oponga a su régimen es asesinado, encarcelado, tiene que huir del país o será deportado. No hay libertad de prensa; se han disuelto 3.000 ONG y la Iglesia Católica sigue sufriendo ataques implacables. La mayoría de la gente todavía sufre en un país sin esperanza para el futuro. Los casi 600.000 nicaragüenses (el 8,7% de la población) que han votado con sus pies y abandonado el país durante los últimos cuatro años lo ponen de manifiesto. La emigración se está convirtiendo en la única válvula de escape para muchas personas en el país.

El pasado miércoles el régimen despojó de su nacionalidad y de sus derechos ciudadanos a 94 personas acusándolas de traición a la patria y de ser prófugos de la justicia, amén de confiscarles sus propiedades. Es un gesto más que confirma la amenaza que Rosario Murillo lanzó en 2018 cuando dijo: “Vamos con todo”. El eminente obispo Silvio Báez, la reconocida defensora de los derechos humanos Vilma Núñez, el respetado periodista Carlos Fernando Chamorro y los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli son algunas de las víctimas de este nuevo golpe.

Además, Ortega y Murillo siguen estrechamente alineados con Rusia y otros regímenes autoritarios. Hace apenas dos semanas, el ministro de Asuntos Exteriores iraní visitó Nicaragua, y Ortega ofreció al país como plataforma para la República Islámica en Centroamérica. Esto debería preocupar seriamente a la comunidad internacional.

Es necesario imponer más sanciones. No es el momento de hacer concesiones. Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Latinomérica y otros países deben coordinar sus esfuerzos. Solo se debe dialogar con el régimen para llegar a un acuerdo sobre una vía a corto plazo para alcanzar la democracia. Ortega y Murillo solo reaccionan ante la presión.

Estoy profundamente preocupada por la seguridad del obispo Rolando José Álvarez Lagos, quien ahora está recluido en una celda de máxima seguridad en la cárcel de La Modelo, una de las más duras de Latinoamérica. Se han registrado varios casos de agresiones contra presos políticos por parte de delincuentes comunes que entraron en sus celdas, les robaron, les golpearon y les hirieron. Aquí es donde el obispo cumplirá su condena. Hago un llamamiento a la comunidad internacional para que condene la cruel, ilegal e injusta pena que el régimen Ortega-Murillo ha impuesto al obispo y haga todo lo que esté en su mano para obtener su liberación. Su vida está en juego.

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