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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El drama de Somalia

La desolación que se abate sobre el país africano necesita el auxilio urgente de los países ricos

Una madre alimenta a su niño en el Hospital de Trocaire, en Dolow.
Una madre alimenta a su niño en el Hospital de Trocaire, en Dolow.Álvaro García
El País

La terrible tormenta que se abate sobre Somalia nace de la combinación letal formada por la guerra, el cambio climático y la subida de precios, primero por la pandemia de la covid-19 y luego por el conflicto en Ucrania. La consecuencia más inmediata es la falta de comida y agua para millones de personas y el descenso al abismo de la desnutrición para cientos de miles de niños (por debajo de los cinco años, la ONU los calcula en 1,8 millones). Las organizaciones internacionales que monitorizan la situación no la llaman aún hambruna, el nivel más alto de inseguridad alimentaria, una declaración en la que entran consideraciones tanto técnicas como políticas. Pero el sufrimiento de la población es inmenso: morirse de hambre no necesita de más explicaciones.

La sequía que golpea al Cuerno de África es histórica, la peor de los últimos 40 años. Ya son cinco temporadas de lluvia sin que caiga apenas una gota, un golpe durísimo para economías y pueblos que dependen de sus cereales para sobrevivir. No es un desastre natural: los científicos han llegado a la convicción de que estamos ante una consecuencia más del cambio climático. Cuando en las cumbres internacionales que regulan el nivel de emisiones de los gases de efecto invernadero se habla del impacto del calentamiento global no se hace referencia a un futurible sino a un fenómeno devastador que cristaliza en cifras espantosas, como los más de cinco millones de somalíes con grave desnutrición, el doble que el año anterior en un país de 18 millones de habitantes.

Pero la falta de lluvia no sería tan mortal en Somalia si no viniera acompañada de un conflicto armado que dura ya tres décadas y que ha hecho saltar por los aires las costuras del país. Casi cuatro millones de somalíes han tenido que huir de sus casas por la violencia protagonizada casi siempre por las milicias yihadistas de Al Shabab, conectadas con Al Qaeda, que roban, secuestran y matan en buena parte del territorio con terrible impunidad. La respuesta militar frente a los radicales es necesaria, pero tan importantes como ella son la justicia y el desarrollo del país. La construcción de una carretera o de una universidad, la generación de empleo o la modernización de la agricultura pueden contribuir mucho más que un tanque a derrotar a los violentos. Pero todo ello necesita de estabilidad e inversión sostenida en el tiempo.

Al igual que pasó en Etiopía, o sigue ocurriendo en Congo y el Sahel occidental, el largo y devastador conflicto de Somalia cae siempre en la zona de sombra del interés mundial. Ya sea por unas razones u otras, como la guerra de Siria o ahora la de Ucrania, el planeta está mirando hacia otro lado. En el trasnochado imaginario occidental, África aún emerge como una tierra donde la guerra y el hambre forman parte del paisaje, pero en ningún lugar está escrito que tenga que ser así. Sin el compromiso internacional y una ayuda ingente y urgente las cosas no solo seguirán estando igual sino que van a empeorar.


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