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TRIBUNA
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China contra la escritura

El pinyin ayudó al acceso a los teclados de teléfonos y ordenadores, clave en estos últimos años para escapar de la censura gubernamental

China
Grupos de manifestantes exhibían folios en blanco para protestar contra la política del Gobierno chino frente a la covid, en una protesta en Pekín el pasado 27 de noviembre.MARK R. CRISTINO (EFE)
Lola Pons Rodríguez

Entre las paradojas evidentes que genera cualquier régimen dictatorial, está la que China nos ha ofrecido en los últimos meses: el símbolo de la protesta de una sociedad con una escritura milenaria ha sido justamente no usarla. La protesta de los chinos hacia las medidas anticovid de su Gobierno ha consistido en salir a la calle con un folio en blanco entre las manos.

Que una protesta en China se haga no escribiendo es un curioso levantamiento. Desde el siglo XX y, sobre todo, desde la etapa comunista, el país asiático emprendió de forma deliberada un proceso de planificación lingüística. En una nación extensísima que habla al menos ocho lenguas ininteligibles oralmente entre sí y con decenas de variedades internas, el régimen comunista trató de hacer su revolución lingüística interviniendo sobre los dominios de uso de la lengua en la vida social, el tipo de escritura y la variedad lingüística utilizada. El proceso no es muy distinto al que se ha vivido en otros Estados de otros signos políticos: se escoge una variedad como base de la lengua oficial (para el caso de China, el mandarín, que es la lengua que se habla en la capital) y se promueve su uso en la Administración y en la educación escolar.

Lo que sí resultaba singular en el caso de China era la cuestión de la escritura. Los caracteres chinos inventariados alcanzan la cifra de 50.000. Cada uno de esos caracteres equivale a una sílaba dentro de una lengua que suele tener palabras de dos o más sílabas. Al menos 3.000 de ellos aparecen en el uso común y son necesarios para estar alfabetizado. Son muchos. Con distinta pronunciación según provincias y regiones, los caracteres son compartidos en el uso escrito por las distintas lenguas chinas, lo que supone un factor de unidad por encima de la diversidad lingüística interna. Una de las reformas lingüísticas emprendidas en la República Popular China fue la simplificación de los caracteres reduciendo el número de trazos en cada signo: mientras que la China continental promovía el uso de estos caracteres simplificados, regiones administrativas especiales como la de Hong Kong, bajo dependencia británica, continuaron con el uso de la escritura tradicional. La escisión política se hacía escisión gráfica.

Más éxito unificador logró, en cambio, el sistema que la República Popular China apoyó para la escritura de los sonidos chinos con nuestro alfabeto, el latino, a través de un sistema llamado pinyin. El pinyin, introducido oficialmente en las escuelas de la República Popular China, era más fácil que los sistemas de romanización usados hasta el siglo XX. Este sistema pinyin se ideó para que aumentase el grado de alfabetización de la población y también ayudó a consolidar escolarmente el mandarín como lengua escrita. Pero el pinyin traía otras ventajas: su adopción permitía que el chino se aprendiera más fácilmente entre los extranjeros, que no tendrían que estudiar un nuevo sistema de escritura, sino solo una nueva lengua. El pinyin, además, cambió los sonidos de algunos nombres de lugar o persona que no se pueden traducir y que en Occidente pronunciamos, con alguna adecuación, en chino: que Pekín empezara a ser llamada Beijing, con una adaptación más ajustada al sonido original es una consecuencia del pinyin.

En ese proceso cabe destacar el nombre de Zhou Youguang, creador del pinyin, cuya larga vida (murió con 111 años: este viernes es el aniversario de su nacimiento en 1906 y este sábado se cumplen seis años de su muerte) se esmera en ser un espejo de la historia de China. Zhou trabajaba en Nueva York y volvió a China en 1949 al llamado comunista; lideró el proceso de gestación del pinyin, escribió numerosas obras pero eso no lo libró de sufrir dos años de purga en campos de arroz. Zhou envejeció como muchos de esos abuelos que admiramos porque dicen con desfachatez lo que se les viene en gana: al universalizador del chino la edad le fue achicando el esparadrapo en la boca. Cada vez más libre, declaraba públicamente contra la represión y, él mismo, viudo y superviviente de sus dos hijos, decía que le daba igual que se lo llevaran preso. El hombre que comunicó por escrito a China con el resto del mundo, envejeció sin miedo de hablar contra su país. Hasta ahí no llegó la intervención lingüística oficial.

La escritura es aquí la radiografía de lo implanificable de las decisiones de un régimen sin libertades plenas. Inventado un sistema de comunicación, no se puede controlar su uso: el pinyin ayudó al acceso del chino a los teclados de teléfonos y ordenadores, clave en estos últimos años para escapar de la censura gubernamental china.

La esforzada planificación lingüística del régimen comunista no ha podido evitar dos imágenes distintas de protestas basadas en el silencio: la reciente del folio en blanco y la ya histórica del hombre parado en 1989 ante la columna de tanques de Tiananmen con sus dos bolsas del supermercado. No ha hecho falta usar el pinyin para que la queja china nos llegue a Occidente. Qué elocuente puede ser no hablar.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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