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Columna
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Ucrania y los ecos de ‘La tierra baldía’

El poema de T. S. Eliot, publicado hace un siglo, sigue mostrando las inquietudes y congojas de un mundo roto y sin horizontes

El escritor T. S. Eliot, retratado en 1930.
El escritor T. S. Eliot, retratado en 1930.Bossano (Camera Press)
José Andrés Rojo

Está terminando ya el año en que la guerra volvió a Europa de la mano de Vladímir Putin. Cada día hay historias nuevas que llegan de Ucrania, de coraje y de dolor, de destrucción, a ratos hay alguna esperanza, avances en algún frente, luego de nuevo la terca realidad de una guerra enfangada, donde no hay márgenes para imaginar el futuro. Hace un siglo, en 1922, se publicó La tierra baldía, el poema de T. S. Eliot. Era diferente, estaba cargado de los afanes de las vanguardias de aquella época por poner las cosas patas arriba. Extraño y enigmático, saltaba de una cosa a otra, trataba de culturas diferentes, llegaba a incorporar en distintas partes del poema hasta siete lenguas distintas, parecía un edificio en ruinas, hecho de fragmentos desperdigados que ni siquiera mostraban tener un hilo en común.

La guerra asomaba por todas partes y el poema tenía algo de rito de iniciación: alguien había tomado la palabra y descubría que lo que encontraba no era nada más que una tierra baldía, una Europa destruida, un mundo a la deriva, los rotos de un espíritu que ya no sabe contarse a sí mismo, que vaga perdido. “¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado?”, se pregunta la voz del poema en alguna parte. “Si cuento, solo estamos tú y yo juntos / pero si miro hacia adelante por el camino blanco / siempre hay otro caminando junto a ti / un encapuchado que se desliza envuelto en oscuro manto, / no sé si hombre o mujer: pero / —¿quién es aquel al otro lado de ti?”. Por no saber, ni siquiera se sabía quiénes caminaban juntos, no había manera de comprender con exactitud lo que estaba más cerca. Caminamos los dos, ¿o va también junto a ti el encapuchado?

El poema de Eliot conecta con este tiempo porque también ahora, y quién sabe desde hace cuándo ya, no hay manera de dar cuenta precisa de lo que ocurre, no siempre hay un horizonte compartido que permita encontrarle el sentido a las cosas y las coloque con un cierto orden dentro de nuestro círculo más inmediato. En La tierra baldía hay referencias a la Gran Guerra, a la catástrofe del imperio austrohúngaro, y se habla de la City de Londres y del río Támesis, de una rata, pero está habitado también por otras presencias, está empapado de Dante y de Shakespeare, por sus venas circula la música de Wagner y el mundo que inspiró sus óperas, la búsqueda del Santo Grial y el Rey Pescador, Baudelaire y el Bhagavad Gita, Cristo, las cartas del tarot, Ezequiel y Tiresias. Pero también aparece un hombre cualquiera que tiene sexo con una mujer solitaria y la historia de la pobre Lil: Albert va a volver del frente y, antes de irse, le dio dinero para que se pusiera unos dientes nuevos, y no lo ha hecho, “después de cuatro años en el ejército querrá pasar un buen rato, / y si tú no se lo das, habrá otras que lo hagan, dije”.

Todavía queda mucho en Ucrania para regresar de la guerra, pero hace un siglo ya lo contaba La tierra baldía, y parece que estuviéramos en el mismo sitio. Habrá también ahora una Lil destrozada a la que llega desde las líneas del frente un Albert también destrozado. “Jamás pensé que la muerte hubiera deshecho a tantos”, escribe Eliot en su poema. Y también: “¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?”. Este grito, este interrogante, estaba ya en 1922. Sigue resonando ahora: esto es lo que hay. Feliz 2023.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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