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Columna
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El declive de Feijóo

El problema para el dirigente gallego es que se afianza la idea de que su mejor momento ya pasó y que lo que le queda por delante parece una lenta pero inexorable decadencia

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Senado.
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Senado.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)
Oriol Bartomeus

En un sistema como el nuestro, en el que la disolución de las Cortes es una facultad exclusiva del presidente del Gobierno, y en un tiempo en el que la mayoría que da apoyo al Gobierno se muestra compacta, la petición de Alberto Núñez Feijóo para la celebración anticipada de elecciones generales solo puede entenderse como un recurso meramente retórico, o como un intento de salida ante la petición por parte de sus socios de espacio (Ciudadanos y Vox) de que presente una moción de censura, una operación de infausta memoria para el PP.

La petición de avance electoral que reclama Feijóo responde más a sus circunstancias personales que al escenario político general. El último sondeo del CIS, realizado en medio de la polémica desatada por la reforma de los delitos de sedición y malversación, no ha dado respiro al líder popular. A pesar de que los datos muestran cierta contracción del voto socialista, Feijóo no repunta, es más, sigue en retroceso en el espacio circundante del voto popular e incluso entre los propios votantes del PP. Feijóo ha perdido brillo. El problema para el dirigente gallego es que se afianza la idea de que su mejor momento ya pasó y que lo que le queda por delante parece una lenta pero inexorable decadencia. Por ello reclama elecciones cuanto antes. Es una declaración involuntaria de su propia fragilidad futura, como si admitiera que sólo puede obtener un buen resultado si las elecciones se producen lo antes posible, porque a medida que pasen los meses su estrella va a ir declinando de forma irremisible.

La progresión de Feijóo no es diferente a la de otros “efectos” políticos de los últimos años. Antes de Feijóo, Yolanda Díaz ya había tenido su momento de gloria. La vicepresidenta fue ascendiendo de manera meteórica hasta tocar techo a principios de este año. Luego, la caída. Lo mismo le había ocurrido al Ciudadanos de Albert Rivera. Después de su gran resultado en las elecciones autonómicas catalanas de diciembre de 2017, el voto de los naranja empezó a crecer hasta situarlos a la cabeza de las estimaciones de voto en la primavera de 2018. Pasado ese momento, su estrella declinó sin remedio. También Feijóo ha vivido su particular romance demoscópico entre abril y julio, para luego estancarse y empezar la fase de descenso con la llegada del otoño.

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El problema de Feijóo ha sido haber aparecido con demasiado tiempo por delante. Un error que muy probablemente no tiene ninguna intención de cometer quien le pretenda suceder en el liderazgo del PP, aunque para ello deba alargar la agonía de Feijóo hasta septiembre, como paso ineludible para a continuación desplegar una campaña relámpago.

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