El desprecio
Mientras el escándalo político continúa, el panadero fabrica el pan nuestro de cada día; el fontanero arregla la cañería o el grifo que gotea y la gente va y viene, cada uno con sus problemas a cuestas
El encono político, a cara de perro, que se nos sirve desde el Parlamento cada día, por fortuna, no ha bajado todavía a la calle. En los bares de los pueblos de la España profunda aún juegan juntos al tute y se hacen señas por parejas uno que vota a Vox y otro que vota al PSOE. En los hospitales ningún paciente pregunta si el cirujano es de izquierdas o de derechas. En los restaurantes uno se sienta a la mesa sin preocuparse por la ideología del dueño o del camarero. Los vecinos en el ascensor aún se dan los buenos días con cierta cordialidad. Pese a que algunos jueces del Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial permanecen en rebeldía y son los primeros que se niegan a cumplir las leyes de su cargo sin que les importe una higa la opinión pública, en la calle la gente tributable, lejos de seguir ese ejemplo nefasto, trata mejor o peor de cumplir con su deber, entre otras razones porque si no lo hace, la echan del trabajo, algo que no sucede con tan excelsos magistrados. Mientras ese escándalo político continúa, el panadero fabrica el pan nuestro de cada día; el fontanero arregla la cañería o el grifo que gotea; el tendero vocea su mercancía en los mercados de frutas y verduras y la gente va y viene, cada uno con sus problemas a cuestas. Si el odio que ofrecen los políticos como espectáculo bajara a la sociedad, hay que imaginar lo que sería, hoy 24 de diciembre, una cena de Nochebuena con el besugo podrido, el turrón envenenado y los cuñados dando gritos desaforados con las patas sobre la mesa. La gente no ha sido contaminada todavía por Caín, pero he visto en un bar de un pueblo de la España profunda a un campesino que jugaba al subastado y a veces levantaba los ojos hacia un televisor donde aparecían unos magistrados del Tribunal Constitucional. Su mirada era de desprecio, como la de alguien que, sin duda, se creía moralmente superior.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.