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Columna
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Señorías, cálmense

Tanto el Gobierno como el Tribunal Constitucional se equivocan. Pero ni el uno ni el otro están hiriendo de muerte a la democracia

Fachada del Tribunal Constitucional en una imagen de archivo.
Fachada del Tribunal Constitucional en una imagen de archivo.Efe
Víctor Lapuente

Señorías a la izquierda y la derecha del arco parlamentario, relájense por favor, porque su salud corre más peligro de sufrir un síncope que la de nuestra democracia de padecer un golpe autoritario.

España cumple con la definición canónica de un régimen de libertades, acuñada por uno de los mayores expertos, el profesor Adam Przeworski: la democracia es un sistema en el que los partidos de Gobierno pierden elecciones. Y, otra cosa no, pero aquí las pierden. Del Ejecutivo nacional al alcalde de la aldea más pequeña, todos nuestros Gobiernos están siempre a punto de ser derrotados en las urnas, o en mociones de censura. Y el miedo a quedarse sin el asiento es tal que son capaces de elucubrar cualquier historia de terror, presentando a sus rivales políticos como el lobo feroz que va a comerse a la caperucita constitucional. De hecho, nuestra democracia funciona tan bien, permite una rotación de políticos tan rápida, abre las puertas de la casta con tanta facilidad a personas de procedencia tan variopinta (de antidesahucios a antidisturbios), quema a tantos líderes prometedores antes de cumplir los 40, que nadie pierde credibilidad por descalificar al oponente como antidemocrático.

La libertad de España está a salvo, pero la racionalidad de sus políticos, no. Desde los bancos de la izquierda, y no sólo radical, sino también del PSOE, se denuncia a la derecha política y a las “togas” judiciales de querer parar la democracia y se pide “pegar un toque de atención a los tribunales”. Desde la derecha, tanto la extrema como el teóricamente más moderado PP, se acusa a Sánchez de “tirano” que conduce España hacia el autoritarismo.

Ambas exageran. Tanto el Gobierno como el Tribunal Constitucional se equivocan. El Gobierno, apresurándose a aprobar enmiendas de dudosa constitucionalidad, sin la pausa y los trámites deseables. Y el Constitucional, o una parte sustancial del mismo, precipitándose a intentar suspender esa reforma de forma preventiva. Pero ni el uno ni el otro están hiriendo de muerte a la democracia.

Yerran por sus urgencias. Sánchez quiere cerrar sus cesiones a los independentistas antes de empezar el año 2023, y el Constitucional frenar su renovación. Ambos saben que no está bien, pero que los malos tragos deben ser rápidos. Como cuando, según el Evangelio de San Juan, en la última cena, Jesús le dice a Judas: “Lo que has de hacer, hazlo pronto”. @VictorLapuente

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