Un Mundial atípico
Argentina gana con justicia un campeonato de fútbol dañado en origen por la elección de su sede en Qatar
El Mundial de Fútbol culminó en una trepidante final disputada ayer y la victoria de una batalladora y brillante Argentina liderada por un jugador para la historia, Leo Messi, sin rastro del pechofrío que tanto le reprocharon sus compatriotas. La complicada relación de Messi con la selección entró en este Mundial en una nueva fase con la incorporación del entrenador Lionel Scaloni (el más joven del campeonato) y permitió pensar que Argentina podría escapar del desengaño de las derrotas sufridas en Italia contra Alemania en 1990, y de nuevo contra Alemania en Brasil en 2014.
Esta vez todo fue distinto desde el primer momento, y el equipo se vio ante la expectativa de volver a ganar un Mundial casi 36 años después de México, en 1986. Y con Argentina iba también la posibilidad de que la Copa del Mundo regresase 20 años después a un equipo de América Latina. La masiva presencia de la afición albiceleste en el estadio traducía la pasión por el fútbol de una nación, esta vez sí, arrebatada tras Messi y sin dejar de corear sus himnos. En el tramo final brilló la otra figura del partido, Kylian Mbappé, jugador para la historia del futuro y relevo natural de Messi, ambos en las filas del equipo francés PSG, y propiedad de Qatar Sports Investments desde 2011. El partido fue espectacular y fue también el partido soñado por la organización.
Lo que no ha logrado hacer ni la final ni el desarrollo mismo de la Copa ha sido dulcificar la imagen de Qatar como régimen autocrático ni de la FIFA como organismo privado veteado de inquietantes sospechas de funcionamiento irregular. La FIFA ha perseguido activamente los signos de protesta que anunciaban jugadores y afición. No hubo tolerancia tampoco para los gestos que intentaban liberar al futbolista iraní Ami Nasr-Azadani, condenado a muerte en su país, más allá de comprobar si los jugadores de Irán cantaban o no el himno al principio de un partido o si los futbolistas de Alemania posaban tapándose las bocas, como hicieron, para denunciar la censura que impera en el país. Tampoco las triunfalistas declaraciones sobre la excepcionalidad (se entiende que deportiva) del Mundial de Qatar del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, transmiten gran credibilidad, en particular tras la inédita detención de una de las vicepresidentas del Parlamento Europeo por recibir sobornos para favorecer la imagen de un régimen sin respeto por los derechos humanos, sin plena libertad para las mujeres ni para el colectivo LGTBI, y hoy con gigantescos estadios de fútbol que quedarán como testimonios mudos de una insensatez. Solo a medias ha funcionado la macrooperación de blanqueo de un régimen económicamente potentísimo y profundamente deficitario en derechos humanos.
La victoria trae para Argentina y también para una gran parte de las aficiones latinoamericanas, que hicieron suyos los goles de los australes, un momento feliz. Ganar la Copa del Mundo es una hazaña que supera el ámbito deportivo. Un instante de autoafirmación, tan efímero como intenso, que en sociedades flageladas por continuas crisis y muchas veces despreciadas por los países más ricos de Occidente, muestra que en ellas anida el poder para superar obstáculos y brillar con fuerza propia. El triunfo de Argentina, que es el de una selección que ganó en justa lid y mostró el mejor fútbol del planeta, supone también un espaldarazo a los sueños de mejora de muchos ciudadanos latinoamericanos.
Algunas aficiones han sido menos felices que la argentina ayer, como la española, descabalgada en octavos, pero ese desengaño pudo mitigarse en alguna medida con la victoria de Argentina y de Leo Messi, que algo tiene de español también, a sus 35 años, como lo tiene Ángel Di María, a sus 34, autores de los tres goles argentinos. El triunfo del fútbol que vivió Argentina anoche y el estallido de alegría transversal y colectiva recorrieron un país volcado con su equipo y con el relevo de un mito absoluto de la nación, Diego Armando Maradona. Argentina tiene ya su tercera Copa del Mundo. La consagración de Messi en el último Mundial que jugará tiene algo de reconciliación colectiva y mucho también de resarcimiento de derrotas pasadas.
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