El Mundial del PSG
Pese a que apenas hay referencias al club francés, propiedad de un fondo catarí, sus estrellas brillan en el césped y son omnipresentes en las calles de Doha
El almuecín de la mezquita de Musherib llama a la oración. Las calles del centro histórico de Doha se abarrotan de transeúntes, especialmente de cataríes, saudíes, argentinos, iraquíes, libaneses, sirios, paquistaníes, kenianos, y desde hace una semana, también marroquíes. Buscan el placer que proporciona el espectáculo espontáneo de la aglomeración humana. Es domingo y el gran zoco de Waqif es un laberinto de baratijas. Huele a cúrcuma y perfume de agáloco. El producto más visible en los expositores son banderas y camisetas de selecciones nacionales, que no de clubes de fútbol. “Solo quedan camisetas de Boca Júniors”, explica un tendero, que señala que el proveedor es el mismo para todo el mercado. “Del PSG no tenemos nada”.
La Copa del Mundo transita por su última semana y en la capital de Qatar no se ven apenas rastros del escudo y las insignias de la propiedad más famosa del reino en la industria del fútbol. El Paris Saint-Germain, adquirido por Qatar Sports Investments en 2011 a cambio de unos 50 millones de euros, es una presencia omnipresente y al mismo tiempo evasiva en la ciudad. Subsidiario de la Autoridad Inversora de Qatar, el QSI tiene su sede en la torre Ooredoo, uno de los rascacielos menos llamativos del núcleo de extravagancias arquitectónicas del barrio de West Bay.
Si el PSG se manifiesta no es de forma explícita. Son sus jugadores, estrellas que trascienden instituciones, quienes no dejan de captar la atención durante el Mundial. Neymar porque concentró el drama de la eliminación imprevista de Brasil; otro porque responde al nombre de Lionel Messi, el futbolista más admirado en el mundo islámico; otro, Kylian Mbappé, porque reúne cuota de mercado y condiciones deportivas para ocupar el espacio que dejará Messi cuando se retire; y el último, Achraf Hakimi, porque se ha convertido en el héroe inesperado del torneo, representante de la energía pura de Marruecos, pionero de África en una semifinal.
“Es el mejor lateral derecho del mundo”, advirtió Mbappé antes del Mundial, sin importarle que Pavard y Koundé, los laterales de Francia, se ofendieran. Tras el partido de octavos ante Polonia, el lunes pasado Mbappé aprovechó el día libre para visitar a su amigo en el hotel de concentración marroquí en West Bay. Las exhibiciones de Hakimi con Marruecos le dieron la razón. Metiéndose en el mediocampo para hacer superioridades con una frecuencia y una zancada dignas de los mejores fondistas del Atlas, el defensa inscribirá su participación en los anales de las zagas más herméticas: cero goles ante Bélgica, España y Portugal.
🇲🇦👑🫶🏽… @AchrafHakimi pic.twitter.com/fDCyfMI7LM
— Kylian Mbappé (@KMbappe) December 6, 2022
Mbappé cultiva una buena amistad con Hakimi. No le sucede lo mismo con Messi ni con Neymar, con quienes la relación jamás sobrepasa los límites estrictamente profesionales. Sus negocios también discurren por ámbitos diferentes. Mbappé renovó por el PSG en junio después de que su familia y sus agentes fuesen invitados por el emir Tamim bin Hamad Al-Thani. Según fuentes próximas al jugador, además de un contrato sin precedentes, el jefe del Estado catarí le propuso elevar sus ingresos en proporciones geométricas vinculando la imagen del delantero francés a las compañías de bandera catarí, como la telefónica Ooredoo o Qatar Airways, además de promover relaciones de marketing con algunas de las multinacionales participadas por su fondo soberano, como Volkswagen, Porsche, Barclays o Credit Suisse.
Mbappé es el futuro. Neymar ya no está en la Copa. Pero su imagen es la aparición más recurrente en los medios de Qatar. Su condición de futbolista más caro de la historia (222 millones de euros pagó el PSG al Barcelona en 2017) lo convirtió en el emblema del poder catarí en el fútbol y su bandera publicitaria camino del Mundial. La joya de la corona se la llevó el Banco Nacional de Qatar, que desarrolló la campaña más vista durante el torneo. El spot se repite en bucle en televisiones y en pantallas de metro. “Sueña en grande”, dice el eslogan de un relato luminoso poblado de niños que construyen “la ciudad del futuro”, el lugar idílico donde vivirá Neymar imaginando que mete goles de rabona mientras hace guiños a la hinchada del estadio dorado de Lusail. La camiseta del PSG no aparece en todo el anuncio, pero este es un detalle irrelevante en el plan propagandístico de poder suave que emprendió Qatar cuando comenzó a invertir en el fútbol.
Solo parisinos
Como el Mundial, el PSG se ha convertido en parte del relato majestuoso que Qatar proyecta como país. Por más que el club haya fundado una academia en Doha, sumar hinchas en el mundo árabe no es prioritario. La idea es más sutil, como reconoció su presidente, Nasser Al-Khelaifi, en Le Parisien: “Estaremos aquí [en París] mucho tiempo. Mi objetivo es que en pocos años solo tengamos parisinos en el equipo”.
Consultado al respecto, Fabien Dilem, representante del PSG para Asia, no reveló las cifras que maneja sobre el seguimiento del club en la región. Se diría que el PSG, como institución, no despierta pasiones entre la mayoría de los cataríes. Solo simpatía. Interrogado sobre su filiación futbolística, la respuesta espontánea de Mohamed, policía catarí, se parece a la de muchos de sus paisanos: “Mi equipo es el Real Madrid. Pero el PSG también me gusta”.
Sharmin, taxista nacido en Bangladés, señala que las pasiones las generan los personajes: “En Bangladés queremos al PSG porque Messi en Bangladés es un ídolo nacional”. Las aglomeraciones callejeras que provocan los partidos de Argentina en Daca tienen eco en Doha. El 14% de la población de Qatar nació en Bangladés. La línea del metro que va del estadio de Lusail al estadio de Al-Wakra es, desde hace semanas, un convoy de trenes cargados de aficionados, mayoritariamente árabes e indostaníes, en su mayoría ataviados con una camiseta: la celeste y blanca de Argentina.
El prestigio de Messi impregna al PSG, y, por extensión, a Qatar, cuyo Gobierno ha debido soportar que el astro argentino firme un contrato de publicidad con el Ministerio de Turismo de Arabia Saudí, un vecino siempre amenazador.
Da igual. Los dueños del PSG se frotan las manos. Aunque el escudo del club permanezca invisible en Doha, el éxito está asegurado por el pase a semifinales de Hakimi, Messi y Mbappé. Si el Mundial de Rusia lo ganó Mbappé, el Mundial de Qatar lo ganará el PSG.
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