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Columna
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Inocular el mal para vencer

Cierto sector de la población está convencido de que España se derrumba y que solo se salvará si acude en su auxilio la derecha que patrimonializa el manual del buen español

La portavoz del PP, Cuca Gamarra, gesticula durante una intervención en la tribuna del Congreso de los Diputados.
La portavoz del PP, Cuca Gamarra, gesticula durante una intervención en la tribuna del Congreso de los Diputados.Álvaro García
Elvira Lindo

España es ese país al que los de fuera quieren volver. Fui de fuera casi una década y lo que observaba es que los expatriados deseaban regresar a este país suyo. No sé si era la nostalgia la responsable de la idealización de las ventajas de la patria, pero desde la lejanía se dibujaba como un país en el que con un sueldo razonable se podía disfrutar de la vida. Creo que esa era la clave moral: un lugar del mapa en donde el verbo disfrutar estaba a la misma altura que el verbo trabajar. Estar cerca de los tuyos, no entender el trabajo como algo sagrado que articula la vida y tener tiempo para perderlo en lo que uno quiere, era lo que nos distinguía de los países anglosajones y hacía que nuestros sueños fueran diferentes. Aunque azotada por las crisis, España sigue sin ser un país convulso, invivible, porque de lejos, bajado el volumen del griterío de la vida pública, uno tiende a concentrarse en las virtudes de la privada. Se suspira por un país que ofrece seguridad para moverse por él, habitado por gente sociable, en donde se mantienen a lo largo de la vida fuertes lazos de cariño que nos hacen sentirnos protegidos de la intemperie.

El caso es que cuando regresa el expatriado a casa pasa uno un tiempo contento de veras, gozando de esas peculiaridades que nos hacen hedonistas, término que soporta connotaciones negativas si se pronuncia en inglés. Qué sucede entonces para que al cabo de un tiempo la agresividad que se vierte en la arena política nos amargue la boca y se nos imponga la impresión de que en la pequeña patria estamos envenenados, vivimos siempre al borde de un abismo. Es extraño porque tampoco es la idea que proyectamos hacia fuera, en donde se nos observa como un país en el que los lazos familiares tienden a arroparnos en momentos de apuro, y donde a pesar del azote de las crisis los servicios aún funcionan. Esto, dejando a un lado que nuestra manera de entender la vida, en otros tiempos objeto de chanza, se identifica con esa nueva corriente de pensamiento que abomina del trabajo extenuante y considera el tiempo un valor tan esencial como el dinero. Las sucesivas crisis socavaron los valores mediterráneos, por así llamarlos, pero solo hay que darse una vuelta por los países que nos rodean para observar que aún conservamos esa capacidad de mantener el disfrute a flote.

Lo que nos amarga, lo que nos hace creer que somos seres autodestructivos, abocados al fracaso, sin rumbo ni proyecto, lo que rebaja nuestra autoestima proviene sin duda de la toxicidad de las palabras que pronuncian la clase política y ciertos altavoces mediáticos. Convalecientes de una semana donde ha primado el verbo violento en el Congreso aún resuenan en nuestra mente los insultos allí proferidos, algunos familiares, otros, inéditos. Lo de Gobierno okupa, filoetarra, ilegítimo, desmembrador de España, lo conocíamos, pero a esto se ha sumado la acusación de golpistas que irrumpió en el debate y la idea de que caminamos hacia una dictadura, si es que no vivimos ya en ella, que tendría por objetivo entregar la patria a los enemigos de la misma. El discurso es tan agresivo que a los que somos críticos con ciertos atajos discutibles del Gobierno nos deja boquiabiertos. Pensaba, ingenua de mí, que esto no afectaría a nuestra convivencia, hoy ya no lo creo: cierto sector de la población está convencido de que España se derrumba y que solo se salvará si acude en su auxilio la derecha que patrimonializa el manual del buen español. En esta estrategia de inocular el mal para vencer se echa mano, sin ética ni mala conciencia, de mentiras y locas fantasías que se difunden sin miedo a que el ciudadano las repita como ciertas y las escupa contra el vecino o el hermano. Juegan con fuego. Mientras, desde Europa nos ven como un país sólido y resiliente. Ninguno de los pirómanos pagará por el fuego que alimentan.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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