_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El alto el fuego que nadie quiere

Un alto el fuego exige la voluntad de los dos contendientes. No la hay ahora, ni por parte de Putin ni de Zelenski. Piensan ambos que nada ganarían. Ni siquiera un respiro que les permitiera recuperar fuerzas para seguir combatiéndose

Vecinos de Kiev llenan garrafas con agua potable, tras una serie de bombardeos a las infraestructuras de la capital que les han dejado sin suministro, el pasado 30 de noviembre.
Vecinos de Kiev llenan garrafas con agua potable, tras una serie de bombardeos a las infraestructuras de la capital que les han dejado sin suministro, el pasado 30 de noviembre.GLEB GARANICH (Reuters)
Lluís Bassets

Ucrania lleva todavía la iniciativa en la contraofensiva terrestre que le ha procurado la recuperación de Járkov y Jersón y se siente con fuerzas para proseguirla, aprovechando que las carreteras, caminos y campos congelados vuelven a permitir el tránsito de tanques y vehículos pesados. En pleno Donbás, en la ciudad sin aparente valor estratégico de Bajmut, sus tropas están resistiendo ante la única operación ofensiva en la que se está volcando Moscú para salvar la cara tras el rosario de derrotas sufridas desde el 24 de febrero. La guerra que libra Rusia sobre el territorio es defensiva, con la carne de cañón de unas tropas escasamente preparadas y pertrechadas y sobre todo las trincheras y las minas terrestres. Es en los cielos donde mantiene la iniciativa con un persistente bombardeo de infraestructuras para dejar a Ucrania a oscuras y en la miseria, sin calefacción, alimentos, ni asistencia médica. En el aire sigue la escalada entre los misiles rusos, muchos de fabricación iraní, que caen a diario sobre toda Ucrania, y las defensas antiaéreas cada vez más sofisticadas proporcionadas por los aliados. En la guerra aérea se halla el actual punto de desbordamiento fuera de las fronteras ucranias. Los misiles y los drones son disparados en muchos casos desde Rusia y desde los dos mares interiores, el Negro y el Caspio, por lo que no es extraño que el Ejército ucranio responda con ataques a aeródromos, buques e instalaciones militares situados en territorio ruso o en Crimea. El armamento proporcionado por los aliados de Kiev no se utiliza en estos casos ni se reconoce abiertamente su autoría, para atenerse a la aceptación de los límites de una guerra estrictamente defensiva demandados por la OTAN. Respecto a la duración de la actual etapa de doble confrontación terrestre y aérea, solo la escasez de armas, munición y soldados entrenados puede conducir a favorecer una pausa para reparar el armamento y reaprovisionarse. Combatientes no faltan en Ucrania. En Rusia abundan los jóvenes, pero con poca moral y peor instrucción. En cuanto a la industria de guerra de uno y otro lado y de sus aliados, está ya al límite y en cualquier momento empezará a flaquear el suministro. Aunque será entonces el momento del alto el fuego, quienes quieran parar la matanza deberán estar atentos. No basta con que callen las armas momentáneamente. Puede ser peor incluso si luego se reanudan las hostilidades con más encono. Para que sirva debe ser permanente y garantizado por las instituciones internacionales. Es decir, se necesita un armisticio, con una línea de separación entre los contendientes y quien vigile su cumplimiento. Un armisticio no resuelve el conflicto. No es la paz anhelada, que requiere un tratado, aceptado por todos o a veces impuesto. La paz significa la aceptación de un nuevo orden que viene a sustituir al orden destruido por la guerra. Imposible sin un cambio de régimen en Moscú. De una guerra sin vencedores ni vencidos, como sucedió en Corea en 1953, difícilmente surge un tratado de paz, sino un armisticio como el que todavía está allí vigente, tal como estos días han evocado algunos comentaristas pensando en Ucrania. A Vladímir Putin le puede interesar la congelación del conflicto que le permita mantener el control sobre Crimea y Donbás e incluso presentarlo como una victoria, pero jamás aceptará las consecuencias de una guerra de agresión que no podrá ganar, si es que ya no la ha perdido. Es decir, responsabilidades penales, reparaciones de guerra, devolución de los territorios anexionados y plena soberanía para una Ucrania que quiere ser europea y atlántica.

Ni siquiera se atisba esta paz, la paz justa. Es posible, aunque muy insuficiente, un alto el fuego. Pero se necesita al menos un armisticio que congele el conflicto y termine con tanto horror y tanta muerte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_