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Cataluña constitucional

Para los catalanes, el balance de los 44 años de Constitución es excepcional, en contraste con el vacío de resultados secesionistas

Reunión del Gobierno de la Generalitat el pasado martes, coincidiendo con la celebración del Día de la Constitución.
Reunión del Gobierno de la Generalitat el pasado martes, coincidiendo con la celebración del Día de la Constitución.GENERALITAT DE CATALUNYA (Europa Press)
Lluís Bassets

El balance catalán de la Constitución de 1978, por más que se esmeren en sostener lo contrario quienes intentaron romperla en 2017, no tiene parangón en la historia. Tanto en su contenido como en sus resultados, no hay ningún otro texto constitucional que haya reconocido en tan alto grado la realidad catalana, convertido este reconocimiento en capacidad de autogobierno y arrojado un balance tan generoso.

Es una píldora difícil de tragar para quienes se han acomodado al sonsonete reticente o abiertamente hostil, promovido desde las mismas instituciones de autogobierno, contra la mejor Constitución que ha tenido este país desde las Cortes de Cádiz. Alguien dijo atinadamente que si no sabemos de dónde venimos, tampoco sabremos adónde vamos. En consecuencia, nos convertiremos en seres perdidos y desorientados. Es lo que le ocurre a una parte nada despreciable de las generaciones más jóvenes, con dificultades para evaluar la Constitución por lo que es y por sus resultados y una enorme facilidad para juzgarla bajo el prisma de ideas más o menos puras, nebulosas e incluso quiméricas sobre lo que debiera ser un texto constitucional.

En Cataluña ha tenido efectos salvíficos. Todo lo que hemos avanzado en instituciones y capacidades de autogobierno, reconocimiento y promoción de nuestra lengua, imagen internacional de Cataluña y sobre todo de su capital, Barcelona, se debe al marco constitucional de 1978, que abrió las puertas al mejor sistema de democracia liberal y parlamentaría que ha tenido este país, y consolidó la Generalitat recién recuperada en 1977 con el retorno del presidente republicano en el exilio, Josep Tarradellas. Quienes han vivido todavía bajo el franquismo, o mantienen vivo el recuerdo del penoso estado en que se hallaban la lengua, la cultura, el país y su capital desde el final de la Guerra Civil hasta los últimos años de la dictadura, deben ser muy obcecados para desdeñar los beneficios proporcionados por la España constitucional,

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No se trata solo de desconocimiento, olvido o desmemoria. También cuentan las dificultades de la derecha para aceptar el pluralismo de la sociedad española y las obsesiones de la nueva izquierda con el régimen del 78. Como sucede con tantos conceptos, los mayores enemigos surgen de entusiasmos excesivos o malintencionados. Si los militaristas son los adversarios de un buen ejército y los monárquicos de una Monarquía constitucional, el principal enemigo de la Constitución es el constitucionalismo que la secuestra, hasta señalar y expulsar a buena parte de quienes debieran saltar al campo, el territorio sobre el que precisamente hay que velar para que todos quepan y jueguen.

La ecuación vale también para Cataluña. A la vista del contraste entre los beneficios proporcionados por la Constitución y los que ha aportado el independentismo en toda su historia, nadie ha perjudicado tanto a la nación catalana como los secesionistas.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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