En Reino Unido, vuelve el dogma de la austeridad
Si los principales partidos políticos apoyan en perfecta sincronía políticas contra la crisis que ya fracasaron en la zona euro, la alternativa surgirá una nueva fuerza de fuera del espectro político establecido
Arrancaré con un oportuno símil futbolero: el Partido Laborista tuvo la oportunidad de marcar a puerta vacía contra un rival en horas bajas y tiró el balón fuera. La mayor catástrofe de la política británica la semana pasada fue que la oposición oficial acepta ahora el marco presupuestario con el que el ministro de Hacienda, Jeremy Hunt, presentó su programa de austeridad de 55.000 millones de libras. Ese marco lo estableció la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR por sus siglas en inglés), el consejo fiscal del Reino Unido, que es un organismo independiente. Desde un punto de vista político, ahora ya no hay alternativa a la austeridad.
Los partidarios de la austeridad pueden seguir discrepando sobre si deben acometer su mala acción mediante subidas de impuestos o recortando el gasto. Hunt tiró por la calle de en medio, con 30.000 millones de libras en recortes de gastos y 25.000 millones en subidas de impuestos. Los laboristas habrían optado por una proporción ligeramente diferente. Lo mismo da que da lo mismo.
Si uno piensa, como es mi caso, que la alternativa a la austeridad es renunciar a la austeridad, en lugar de una austeridad mejor, tendrá que buscar en otro lado. Al final surgirá un partido, de la extrema izquierda o de la extrema derecha, que prometerá alejarse de la ortodoxia económica, esa misma ortodoxia que trajo tantas calamidades a la zona euro durante la última década. En el gremio de los economistas es habitual distinguir entre los economistas ortodoxos, por ejemplo, los que encontramos en la OBR, y los llamados economistas heterodoxos. A lo largo de los últimos 20 años hemos presenciado un declive constante de la macroeconomía. No ha sido capaz de comprender, y mucho menos de pronosticar, los principales acontecimientos económicos de nuestro tiempo: las crisis financieras; las perturbaciones de la cadena de suministro; la desinflación de la década pasada; la inflación de esta década; y lo más importante, el impacto de la austeridad. Un subconjunto de la fraternidad heterodoxa acabará tomando el relevo una vez que la vieja guardia se retire y se lleve sus modelos estáticos a otra parte. Pasará lo mismo en la política, con algo de retraso.
Entonces, ¿cuál sería la política económica acertada para Reino Unido en este momento? Me sitúo en el espectro moderadamente conservador del debate económico. Desde luego, no concuerdo con las escuelas de despilfarro fiscal de izquierdas o de derechas. Pero creo que la política fiscal tiene que actuar contra el ciclo de la mejor manera posible.
La austeridad no solo es injusta. Es un fracaso según sus propias y estrictas reglas. La sostenibilidad fiscal es el equilibrio a largo plazo entre ingresos y gastos. Si se ahoga el crecimiento en aras de un ahorro inmediato, se puede acabar deteriorando la sostenibilidad de la deuda. Esto es lo que sucedió en Grecia durante el período 2010-2015. También ocurrió en Italia entre 2012 y 2015. A Grecia se le obligó a imponer la austeridad, lo cual tuvo el resultado perverso de duplicar prácticamente el coeficiente deuda/PIB. La austeridad que Italia se impuso a sí misma también provocó un importante deterioro de la balanza fiscal del país. La Comisión Europea, antigua defensora de la austeridad, ha reconocido ahora que fue un error. Los errores de la austeridad no hacen que lo correcto sea derrochar. Y viceversa. Se trata de encontrar el equilibrio justo.
Reino Unido no es un país en crisis. Tiene una moneda flotante. No tiene préstamos significativos en moneda extranjera. Su coeficiente deuda/PIB es de alrededor del 100%, por debajo del de Francia. Un buen indicador de la sostenibilidad fiscal es el déficit estructural, el que se ajusta al ciclo económico y a las perturbaciones puntuales. La previsión del FMI para Reino Unido en 2022 es un déficit estructural del 4,3%, y para Francia es del 4,5%. Reino Unido obtiene mejores resultados que Francia en la mayoría de las categorías de las finanzas públicas. Francia registra un déficit por cuenta corriente menor que Reino Unido. Dado que los déficits presupuestarios son aproximadamente los mismos, la diferencia se debe al sector privado. Con una depreciación de la libra se solucionaría este problema.
No se necesita austeridad fiscal para restablecer el equilibrio, y menos cuando el país acaba de entrar en lo que el Banco de Inglaterra prevé que será una recesión de dos años. Las lecciones de la década de 1930 y de la crisis de la deuda soberana de la zona euro son que el peor error político que se puede cometer es desencadenar la austeridad en medio de una recesión.
La forma de hacer frente a una crisis de estancamiento con inflación como el que atraviesa Reino Unido en estos momentos es mantener una política fiscal moderadamente expansiva, endurecer la política monetaria y dar prioridad a las reformas económicas con vistas a aumentar el crecimiento de la productividad: una gestión anticíclica de la política de inmigración; reformas de las normativas para reducir los costes de las empresas y fomentar el emprendimiento; sacar partido a las libertades regulatorias surgidas tras el Brexit en áreas como la protección de datos y la política de competencia.
¿Y qué hacemos con los mercados financieros? Mi consejo es luchar contra ellos. Lo digo en serio. No estamos en 1992, cuando George Soros fue capaz de hacer que quebrara el Banco de Inglaterra porque la libra estaba atrapada en un régimen cambiario insostenible. Una apuesta por el aumento de los rendimientos de los gilts (títulos de deuda soberana del Banco de Inglaterra) es una moneda al aire para cualquier especulador. Los especuladores pueden llevarse a uno por delante si no se tiene cuidado. Pero uno también se los puede llevar por delante a ellos, o al menos a algunos de ellos. Liz Truss y (su ministro de Hacienda) Kwasi Kwarteng, se excedieron al hacer caso omiso de los mercados, pero hacer justo lo contrario es un error peor. No hay que dejarse arrastrar hacia políticas terribles por lumbreras de las finanzas, quienes, la mayoría de las veces, tienen sus propios programas.
He llegado a la conclusión de que los tories, y Reino Unido en general, habrían estado mejor con Kwasi y Liz. Ahora el país está mejor sin los tories. Supongo que alguien acabará llenando este vacío, probablemente alguien que todavía no aparece en la pantalla del radar. Si los principales partidos políticos apoyan la austeridad en perfecta sincronía, esa nueva fuerza tendrá que venir de fuera del espectro político establecido. Esa también ha sido una de las lecciones de la austeridad en Europa.
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