Kwasi Kwarteng, el soberbio ministro de Economía británico que hundió la libra
Admirador de Margaret Thatcher, se estrena perdiendo un pulso, y los nervios, con los mercados
Algunos de los presentes en la última cena de la Cámara de Comercio Española en el Reino Unido, celebrada en Londres antes del verano, manifestaban su pasmo al escuchar al invitado de honor, Kwasi Kwarteng. El actual ministro británico de Economía era entonces secretario de Estado de Empresas, Energía y Estrategia Industrial. “¡Parece que tengas delante a Boris Johnson!”, resumió un comensal.
Kwasi Kwarteng (Londres, 47 años) es el hijo de dos inmigrantes de Ghana pertenecientes a la clase media-alta de ese país africano. El padre, un economista al servicio del Secretariado de la Commonwealth (Comunidad de Naciones). La madre, una prestigiosa abogada que idolatraba a Margaret Thatcher, inculcó en su hijo valores conservadores y una cultura del trabajo y el esfuerzo. Locuaz, lleno de anécdotas e historias interesantes, bon vivant, asiduo de los clubes elitistas “solo para caballeros” del barrio londinense de St. James, amante de un buen puro y de una buena conversación, Kwarteng es el producto de una educación estrictamente británica. Como el ex primer ministro Johnson, estudió en el privilegiado colegio de Eton —cuna de las clases gobernantes durante décadas— gracias a una beca. Como Johnson, continuó su formación en Oxbridge, el sobrenombre con que se conoce a las dos grandes, Oxford y Cambridge (en su caso, el Trinity College, Cambridge, con brillante graduación en Filosofía y Clásicas). Habla francés, italiano, alemán, latín y griego. Con casi dos metros de altura, su fortaleza física también le ayudó a destacar en los deportes semisalvajes con que disfrutan los alumnos de instituciones tan especiales. Igual que el anterior primer ministro, también él acabó escribiendo una columna semanal para la biblia de los conservadores, el diario The Daily Telegraph.
¿Dónde empiezan las diferencias? Si Johnson es capaz de cambiar de bando con un giro de talón y disimular con una broma a tiempo —o una payasada— su incoherencia, Kwarteng ha demostrado esta semana, al tener que retirar a regañadientes su propuesta de rebajar los impuestos a los más ricos, que su soberbia —casi tanto como su altura— es un impedimento para tener cintura política.
Cuando logró una nueva beca en la Universidad estadounidense de Harvard para estudiar Historia de la Economía, se paseaba por el campus con la pipa en la boca. Es legendaria la anécdota de su entrevista de ingreso a Cambridge, conducida por un profesor visitante que, según confesó, se estrenaba en ese interrogatorio ante los aspirantes. “Tranquilo, lo has hecho bien”, le calmó el joven Kwarteng.
Nadie cuestiona la inteligencia o brillantez de un hombre consciente desde siempre de su alta capacidad intelectual, pero son muchos los críticos que apuntan a la poca paciencia que demuestra con los que considera menos preparados que él, o su escasa empatía con la realidad social de un país que solo ha conocido desde la moqueta y la caoba de colegios, universidades y clubes elitistas.
A veces las estrategias de comunicación revelan más de lo que pretenden ocultar. La línea oficial para justificar la abrupta marcha atrás en la reducción del tipo máximo del 45% al 40% para las rentas más altas, repetida hasta la saciedad por Kwarteng, ha dicho que era una “distracción”. Es decir, que un asunto menor había acabado por eclipsar el resto de medidas de un plan ambicioso. No era un error, ni una injusticia, ni la peor propuesta posible en medio de una profunda crisis del coste de la vida que tiene en vilo a muchos británicos. Era una distracción.
El problema del ministro es que ha alcanzado finalmente el poder cuando su cargamento ideológico —bajos impuestos, desregulación, gasto social mínimo—cotiza a la baja. Desde que en 2010 logró por primera vez un escaño en la Cámara de los Comunes, Kwarteng no fue capaz de destacar públicamente por ninguna intervención o propuesta. Dedicó ese tiempo a elaborar documentos y análisis para oscuros think tanks escorados a la derecha que rumiaban su venganza y preparaban el golpe maestro del Brexit. Por entonces firmó, junto a compañeros de escaño tan anónimos como él —Liz Truss o Dominic Raab, luego ministros con Johnson—, un panfleto llamado Britannia Unchained (Gran Bretaña desencadenada) en el que anticipaban una gran fuerza transformadora y liberadora en cuanto el Reino Unido se deshiciera de regulaciones comunitarias, abrazara la desregulación y atrajera inversiones con impuestos mínimos. “Los trabajadores británicos están entre los más vagos del mundo”, escribió entonces Kwarteng, cuya cruzada económica es incompatible con la necesidad vital —y política— de tener amigos y aliados.
Los primeros 15 días reales al frente de la economía del país —las dos primeras semanas, eclipsadas por el fallecimiento de Isabel II, no cuentan— han sido un baño de humildad. Los nervios con los que el ministro subió al estrado el pasado martes, en el congreso conservador, cuando muchos pedían a gritos su cabeza, expresaban claramente el estado de confusión de un intelectual acostumbrado a apartar de un manotazo, físico o verbal, cualquier contratiempo, pero incapaz de entender que en política, muchas veces, ni siquiera basta con tener razón. Es necesario saber por dónde sopla el aire.
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