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Columna
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Sinnnn alcohol

Es razonable que quien se sienta perjudicado por la bebida no la tome, lo mismo que los que pierden el juicio por culpa de la religión, la política o el amor deberían no meterse en esos líos

Alcohol
Tres vasos de 'whisky'.
Fernando Savater

El primer gran esprint del verano, la July Cup, la ganó este año de forma relativamente inesperada la yegua irlandesa Alcohol Free, hija de un velocista de nombre también disuasorio: No Nay Never. Su eufórico jinete, el modesto pero eficaz Rob Hornby, proclamó que pensaba celebrar su victoria esa noche con amigos “en una fiesta que no será desde luego alcohol free” (dedico esta anécdota al intransigente que en carta a la directora vetaba mis expansiones hípicas, para recordarle que la vida es un largo martirio). Fue precisamente volviendo del Champion Day en Ascot cuando me fijé en Gatwick en el anuncio de una distinguida ginebra que se declaraba “alcohol free”. ¿Una ginebra sin alcohol? Pues sí, también vino, brandy y lo demás. Aseguran que se conserva el sabor pero sin ingerir el veneno etílico, lo que no convence a quienes no buscamos el gusto (nada sabe mejor que el agua mineral cuando tienes sed) sino su efecto. Parece ser una moda neoyorquina los bares a los que se va para alegrarse de no tomar líquidos espirituosos. Lo malo es que estos caprichos nacen en Manhattan y pronto llegan a Berlín y Albacete, hasta que se convierten en obligatorios en todas partes. Es razonable que quien se sienta perjudicado por el alcohol no lo tome, lo mismo que los que pierden el juicio por culpa de la religión, la política o el amor deberían no meterse en esos líos. Pero que no compensen su renuncia persiguiendo a los que no la compartimos, que les veo venir.

¿Por qué el alcohol, esa bendición fatal, despierta la ira de puritanos y ordenancistas? Lo ha explicado bien Fran J. Fernández, en el capítulo dedicado a Spinoza y la taberna de su estupendo El resto de la idea (Círculo Rojo). La bebida espirituosa, cada cual conoce su dosis, nos libera del miedo. Y a veces nos empuja a la esperanza. Claro, por eso la embriaguez compromete la paz social.

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