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Rusia y China, dos imperialismos vergonzantes

El engaño fue largo y profundo, hasta el punto de que todavía funciona, entre las izquierdas y entre los países del Sur Global

Rusia y China
Los presidentes de China, Xi Jinping, (izquierda) y Rusia, Vladímir Putin, en la cumbre celebrada en Samarcanda (Uzbekistán) el 15 de septiembre.Alexandr Demyanchuk (AP)
Lluís Bassets

Cada época depara sus novedades y sorpresas. Entre las del siglo XXI se hallan los imperios vergonzantes, que actúan como imperios, como tales son percibidos por los propios imperialistas, pero por nada del mundo quieren que se les identifique como tales. En nada tienen que envidiar a los imperialismos del pasado, ni de los antiguos ni de los recientes. De hecho, son una reminiscencia de viejos imperios, bajo cuyo prestigio no tienen rebozo en promover un renacimiento. Pero les conviene disimular sus ambiciones imperialistas con los modestos hábitos propios de los países descolonizadores.

Como sus verdaderos predecesores, son autoritarios y rinden el culto debido a quien manda, el emperador. No hay ciudadanos en estos países, sino obedientes siervos y esclavos encadenados. Y una corte fiel, como el zar sus boyardos y el emperador chino sus eunucos. Son naciones imperiales, lejos de las modernas naciones políticas surgidas de los principios republicanos y liberales. Rige en ellas la homogeneidad de ideas y creencias, cultura y lengua e incluso etnia y costumbres, más propia de los nacionalismos que de los viejos imperios.

No hay imperio sin dominación, ni dominación sin una policía temible que controle el interior del imperio y un ejército que asegure sus inevitables planes expansivos. Estos imperios del siglo XXI han demostrado una enorme eficacia en la seguridad interior, pero está por demostrar que también sean eficaces sus ejércitos. De momento, el mundo está con la guardia alta ante sus agresivas ambiciones.

No hay mayor paradoja que un imperialismo antiimperialista. Se explica por sus antecedentes inmediatos. Vienen del quiebro comunista, cuando fueron adalides de la descolonización sin dejar de colonizar. No dejaron de oprimir, encarcelar y matar, prohibir religiones y culturas cuando hizo falta, ni arrinconar lenguas y aniquilar minorías, como todos los imperios que en el mundo han sido. Pero el engaño fue largo y profundo, hasta el punto de que todavía funciona, entre las izquierdas occidentales y entre los países antaño no alineados, hoy el llamado Sur Global.

Este antiimperialismo impugna la democracia liberal, pésimo ejemplo emancipador que anima a los pueblos encarcelados, y ve su mera existencia como una interferencia en su soberanía. A sus súbditos jamás se les ocurriría emanciparse por sí solos, sin la acción oculta del imperialismo antirruso y antichino que impulsa las revueltas.

El imperialismo vergonzante sirve a los intereses económicos particulares de la casta imperial, en el mejor de los casos tan capitalistas como los de las élites de las antiguas metrópolis y, en el peor, los propios de unas nuevas élites corruptas y mafiosas, hijas del matrimonio entre los servicios secretos y las mafias criminales. Así es como se enmascara la realidad expansiva y colonizadora de Rusia ante Ucrania y el Cáucaso o de China ante Xinjiang, Hong Kong y Taiwán.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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