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Escándalo en el Norte

Cuando deberíamos estar discutiendo los agujeros obvios de una legislación de financiación de los partidos, nos escandalizamos por unos bailoteos de una política

Dos voluntarios colocaban el 14 de agosto carteles electorales en Estocolmo para los comicios del 11 de septiembre.
Dos voluntarios colocaban el 14 de agosto carteles electorales en Estocolmo para los comicios del 11 de septiembre.FREDRIK PERSSON (AFP)
Víctor Lapuente

Me escribe un amigo nórdico: ¡Qué escándalo! Con la crisis económica, el país entrando en la OTAN, y China y Rusia haciendo maniobras militares al otro lado de la frontera.

Respondo: No sé, no creo que sea para tanto. Sanna Marin (primera ministra finlandesa, protagonista de un vídeo donde aparece en una fiesta bailando con amigos) tiene derecho a divertirse en su tiempo libre. De entrada, no me parece mal, pero leeré y pensaré un poco más. Seguramente, me estoy perdiendo algún ángulo.

Mi amigo replica: ¡No, no me refiero a Finlandia, sino a Suecia!

Y es que en Suecia ha habido un escándalo que sí es importante. Un programa de investigación del canal Tv4 contactó con los ocho partidos políticos suecos con representación en el Parlamento, a pocas semanas de las elecciones. Los periodistas se hicieron pasar por donantes que querían hacer una contribución a las arcas del partido. La cuantía de la donación, unos 50.000 euros, estaba claramente por encima del límite que permite la ley para las donaciones anónimas, pero cinco de los ocho partidos aceptaron la oferta de una manera u otra, incluyendo trocear la dádiva y distribuirla entre varios candidatos del partido. Los tres partidos que rechazaron el dinero fueron Los Verdes, La Izquierda y el Partido del Centro. Quizás es casualidad, pero los tres son acentuadamente ideológicos, y dirigidos por fervientes creyentes en el ecologismo, la izquierda alternativa, y el neoliberalismo, respectivamente. El grupo de los cinco “pecadores” incluye a los más pragmáticos (tanto a los gobernantes socialdemócratas como a los conservadores que lideran la oposición) junto a, y eso no es noticia, la extrema derecha, que suele ser protagonista de casos de corrupción en Europa.

A pesar de la relevancia política de este escándalo, que muestra la poca ética financiera de los principales partidos de un país, y de la irrelevancia del de Sanna Marin, que muestra una fiesta privada sin implicaciones públicas, ha sido este el que ha tenido un enorme impacto internacional. Cuando deberíamos estar discutiendo los agujeros obvios de una legislación de financiación de los partidos políticos (promovida por las instituciones europeas), nos escandalizamos por unos bailoteos de una política. E incluso los escépticos buscamos “algún ángulo” para criticarlo. Si no fuera joven y mujer, ¿lo haríamos? Nostra culpa.

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