El Estado social no se salva con aplausos en los balcones
La sanidad pública universal está amenazada por un populismo de derechas bien conocido, que levanta su ola sobre la amargura y el rencor legítimo de los precarios, de los parados y de todos los marginados
Cada dosis del medicamento que me inyecto para mi enfermedad crónica e incurable cuesta 1.246,48 euros. En la primera fase de tratamiento necesito un vial cada semana (luego, uno cada cuatro), por lo que este mes me he inyectado químicos por valor de 4.958,92 euros, de los cuales yo no he abonado ni un céntimo. La farmacia del hospital público donde me tratan me los ha dispensado gratuitamente, añadiendo al paquete mucha amabilidad y un montón de buenos consejos. Nadie me informó del precio, lo he buscado yo para recordarme en qué país vivo, no perder de vista lo importante y armarme de razones para defender un Estado social en tiempos de demolición.
Mi vida ha mejorado mucho gracias a esa droga. No solo se han calmado los dolores que me amargaban, sino que he vuelto a hacer cosas de las que era incapaz, como dar un paseo largo por el campo o echar unas brazadas en el mar. He recuperado el dominio de una parte de mi cuerpo que daba por perdida, y todo ha sido gracias a un consenso social alcanzado hace unas décadas en España: la universalización de la sanidad, un milagro que solo sucede en un club pequeño de países y por el que suspiran cientos de millones de desarrapados en los cinco continentes.
Este consenso está amenazado por un populismo de derechas bien conocido, que levanta su ola sobre la amargura y el rencor legítimo de los precarios, de los parados y de todos los marginados. Es decir, de aquellos que no podrían pagar esos 1.246,48 euros y que, en caso de sufrir mi enfermedad, tendrían que resignarse al dolor y a la parálisis. Son los que tampoco podrían pagar un ciclo de quimio cuando el cáncer les visite. Algunos sueñan con un Estado social étnico, una España para los españoles, donde los demás (los impuros, los otros, los extranjeros, los progres, los gais, quiénes sean) se pudran al sol de los apátridas. Algo así propone Le Pen y algo así está montando Orbán en Hungría. Creen los desgraciados que su desgracia acabará cuando la política del odio triunfe y arrase con los consensos de ayer. Esta creencia no se tumba con aplausos en los balcones ni con invocaciones cursis al heroísmo de los sanitarios, sino con listas de precios y presupuestos. Son 1.246,48 euros la dosis. El precio exacto del bienestar, la diferencia entre una sociedad que cree en el progreso y en la igualdad, y otra donde cada cual se salva como puede. @sergiodelmolino
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.