Olena Zelenska y ‘Vogue’ tienen razón
Plantar una portada satinada de la conocida revista en medio del paso triunfal de todos esos nuevos curas que sueñan con encerrarnos en un convento ortodoxo es un desquite contra las bombas rusas
El reportaje de Vogue sobre Olena Zelenska con las fotos de Annie Leibovitz ha provocado dolores de muelas incluso en opinadores proucranianos, que han sacado a pasear su malestar moralista, murmurando un “así no”. No es momento —dicen— de frivolidades. Los predicadores que parece que cobran del fondo de reptiles de Putin se han regocijado, pues la portada de la revista de moda demostraría la desnudez del emperador Zelenski. Yo, cuanto más leo a unos y a otros, más me gustan los retratos de Vogue, una manifestación de coherencia y bravura, como dice el titular del perfil de la primera dama de Ucrania que ilustran: “Portrait of Bravery”.
El texto lo podría haber firmado Susan Sontag, quien, de estar viva, habría acompañado a Leibovitz a Kiev. El artículo —que ningún detractor moralista cita, porque no lo han leído— es obra de Rachel Donadio, una gran periodista domiciliada en París, donde fue corresponsal de The New York Times. Su magnífico retrato de Olena cumple los propósitos más elementales y nobles del periodismo: tratar de comprender la complejidad del presente, reconociendo sus paradojas. “Es extraño”, escribe Donadio, “mezclar el exterminio de Ucrania y la moda ucraniana en la misma conversación, pero esta es la disonancia cognitiva del país, donde los diseñadores y los profesionales de todo tipo se movilizan para ayudar a su nación. Esta disonancia cognitiva es más acentuada en Kiev, donde puedes tomarte un matcha en un café y luego conducir una hora hasta Bucha para visitar una fosa común”.
La portada es propaganda ucraniana, pero también periodismo de primer nivel. Otra paradoja difícil de digerir para quienes han renunciado a entender el mundo porque lo traen esquematizado de casa, con los blancos y los negros bien nítidos. Olena usa a Vogue para su causa, y Vogue usa a Olena para la suya. La simbiosis es propia de la sociedad plural, compleja, abierta y democrática que los ejércitos de Vladímir Putin (y no pocos quintacolumnistas occidentales) quieren aniquilar. Ni la cámara de Annie Leibovitz ni la fotogenia de los Zelenski ni la prosa de Donadio pueden nada contra las bombas rusas, pero plantar una portada satinada de Vogue en medio del paso triunfal de todos esos nuevos curas que sueñan con encerrarnos en un convento ortodoxo es un desquite. Nuestra alegre Atenas tal vez sucumba ante la plomiza Esparta rusa. Antes de que eso ocurra, deberíamos valorar si merece la pena un mundo sin retratos de Leibovitz y lleno, en su lugar, de estatuas de sátrapas.
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