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Columna
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Porque son muy guapas

Es cierto, les consentimos que se colaran en el aeropuerto porque eran guapérrimas, con una belleza muy insolente en aquel magma de sudor y agotamiento

Colas de facturación en el aeropuerto de Barajas, el pasado junio.
Colas de facturación en el aeropuerto de Barajas, el pasado junio.FERNANDO VILLAR (EFE)
Sergio del Molino

“Se han colado”, dijeron unos españoles a mi espalda. “Eh, vosotras, que os habéis colado”. Las aludidas, nativas de la república imaginaria de Kakania o de alguna otra antigua comarca austrohúngara, fingieron que no entendían los gritos. Sí, se habían colado, y colarse era una afrenta gravísima en aquel aeropuerto extranjero con la mitad del personal en huelga, una pantalla llena de vuelos cancelados y una masa de turistas tirados por los suelos que apenas se distinguía de una crisis de refugiados. La gente estaba muy tensa y la indignación de los españoles era legítima, pero nadie la secundó. Las chicas colonas se colaron impunemente. “Claro, como son tan guapas, nadie les dice nada y se creen que pueden hacer lo que quieran”, remató una de las españolas, en un último y vano intento por avergonzar a las de Kakania, pero en Kakania no conocen la vergüenza.

Tenía razón la señora: se lo consentíamos porque eran muy guapas. Guapísimas. Guapérrimas, con una belleza muy insolente en aquel magma de sudor y agotamiento. Parecía que flotaban sobre una concha de Botticelli, y daban ganas de cerrarla y facturarla como equipaje. A cualesquiera otros les habrían sacado a golpes de la fila, degenerada en tumulto, pero, ante tal belleza, aquel mar se abría generoso y servil. Su antipatía cruel y soberbia las hacía más poderosas. Se las notaba egoístas, ajenas a cualquier sentimiento de solidaridad o compasión. Intentaron pasar por la puerta VIP enseñando una tarjeta de El Corte Inglés o de la Biblioteca Pública de Kakania, cualquier treta les valía para saltarse la espera y dejar atrás a toda esa chusma. Por desgracia, el empleado del aeropuerto debía de ser alguien derrotado por la prosa administrativa de su oficio e insensible a la luz renacentista de las chicas kakanianas. No las dejó entrar.

Decía Peter Bogdanovich en una frase muy inspirada —porque hablaba de su novia muerta— que la belleza y la monstruosidad se parecen, y tal vez las caras más guapas sean solo monstruos disfrazados. Lo bello perturba y cuestiona los principios de la democracia, que necesita ser ciega a lo hermoso. Vivimos fingiendo que todos somos iguales. La convivencia se basa en esa fe. La democracia nos exige apoyar la indignación de la señora española y decirle a las kakanianas, en un inglés civilizado, que se pongan a la cola como todo el mundo. Ser demócrata implica oponerse a la belleza. Pero yo, aquella tarde, en aquel aeropuerto, renegué de mis ideas y celebré la tiranía.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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