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Brasil
Columna
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Brasil resucita frente a la barbarie

El país que enseña la alegría de vivir hace frente a un presidente que lo corroe por dentro

Brasil Jair Bolsonaro fascista
Un manifestante sostiene un cartel con una imagen del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, frente a una esvástica, y con la frase "Contra el fascismo".OSCAR DEL POZO (AFP)
Juan Arias

Brasil se levanta de la noche oscura de casi cuatro años en la que Jair Bolsonaro envenenó al país con su odio. Los brasileños despiertan para gritar a favor de la democracia y contra el autoritarismo, mientras el gobierno de extrema derecha del capitán del Ejército parece dar sus últimos respiros. Un manifiesto contra el odio y en defensa de las libertades, que será leído en una manifestación en São Paulo el próximo 11 de agosto, ha sido firmado por 800.000 personas. Exministros del Supremo, cientos de grandes grupos industriales, jueces, intelectuales, políticos, artistas y miles de personas se han sumado a esta iniciativa hasta este lunes.

Brasil está cansado del odio. La política envenenada de Bolsonaro no solo ha arrastrado al país a una crisis económica sin precedentes, sino hasta el desencanto. Según un sondeo de Datafolha, el 50% de los brasileños ha decidido no volver a hablar de política.

Brasil es un país de contrastes. La violencia y la desigualdad social también encabezan clasificaciones mundiales, pero no es solo eso. Tiene una diversidad natural de las mayores del planeta, es un ejemplo de riqueza cultural y religiosa, de amor por la vida y por la fiesta. Su gente es un ejemplo de convivencia y solidaridad entre los más pobres. En Brasil es muy difícil sentirse solo o extranjero.

El pianista Arthur Moreira Lima, considerado uno de los mejores del mundo, se ha lamentado que su país esté perdiendo ese afecto proverbial, ofuscado por el clima de odio que ha instalado el presidente. El país está listo para despedirlo en las próximas elecciones, pero persiste el miedo de que Bolsonaro, apoyado por los militares, intente un golpe y una vuelta a los viejos totalitarismos. Ante esto, Brasil está despertando.

El pianista brasileño, Arthur Moreira Lima, considerado uno de los mejores del mundo, se ha lamentado que el país esté perdiendo su proverbial “afectuosidad” ofuscado por el virus del clima de odio que se ha instalado. Es el grito contra el miedo de que Bolsonaro, apoyado por los militares, pueda intentar una vuelta a los viejos totalitarismos y contra el que el Brasil está reaccionando.

Días atrás, mientras paseaba al lado del mar en la pequeña ciudad pesquera de Saquarema, a 100 kilómetros de Río de Janeiro, vi un grupo de personas, vestidas de fiesta, estaban haciendo un arco de flores frescas. Al lado una docena de sillas. Me acerqué curioso. Como si me conocieran de toda la vida, me invitaron a que me quedara a presenciar una boda.

Me ofrecieron una silla y se acercó un señor ya mayor, que sin preámbulos me dijo sonriendo: “Yo soy el novio. Estamos esperando a la novia”. Le pregunté por qué no se casaban en algún templo, y me dijo sonriente: “¿Qué mejor templo que este escenario soberbio de la naturaleza?”. Después me contó que él era budista, que su novia pertenecía a la iglesia de los mormones y quién les iba a casar era evangélico. Puro ecumenismo.

Le pregunté cómo conciliaban él y su novia compartir dos religiones tan diferentes. Sonrió de nuevo y me explicó que era muy fácil, ya que cada uno respetaba la fe del otro y así se enriquecían mutuamente. Sin más ceremonias y sin saber quienes eran, los invitados venían a darme la mano con gestos de fiesta.

César Bernardo da Silva y María Mónica Vieira, durante su boda en las afueras de Río de Janeiro.
César Bernardo da Silva y María Mónica Vieira, durante su boda en las afueras de Río de Janeiro.

Les dejé cuando empezaba la ceremonia y me dije a mi mismo que ese es el verdadero Brasil, el de la afectuosidad de la que hablaba el pianista, el Brasil que yo conocí cuando aterricé aquí hace 20 años. Ese hermoso país, donde la gente me saludaba en la calle como a un amigo. El Brasil que abriga a gentes de más de 90 países diferentes sin discriminarles y que sabe disfrutar con los pequeños placeres de la vida. Es el Brasil que cuando vino mi hija de visita desde España, después de haber comprado un par de recuerdos en varias tiendas, me dijo extrañada: “¿Aquí toda la gente es tan cordial?”. No estaba acostumbrada.

Es el Brasil que me chocó cuando durante un viaje a Río paré en una tienda para comprar unos quesos. Estaba abarrotada de gente. La empleada de la caja, al devolverme el cambio, me dijo tomándome de la mano: “Perdone que ni le he preguntado si está haciendo buen viaje. Es que hoy estoy agobiada de trabajo”. Es el Brasil en el que si te sientas al lado de alguien esperando un autobús acaba contándote su vida como si te conociera de toda la vida. Es el Brasil que conoció mi colega, el novelista Antonio Jiménez Barca, que fue director de la edición brasileña de EL PAÍS. Al volver a la sede central del periódico en Madrid, a mi pregunta sobre qué le había dado Brasil, me respondió sin dudar: “la alegría de vivir”.

Y es esa alegría, esa afectuosidad, esa solidaridad y capacidad de aceptación, ese sentido de fiesta hasta entre los más pobres, el que hoy está reaccionando con su manifiesto a favor de la democracia.

Es el Brasil del budista César Bernardo da Silva y María Mónica Vieira, que escogieron para casarse el templo del mar y que sin conocerme me acogieron en su fiesta como si fuera un familiar más. Es el Brasil que forcejea para disipar las tinieblas a las que le está arrastrando una política fascista que corroe la cultura, cambia los libros por las armas y cierra las bibliotecas para crear clubes para entrenarse a usar las armas.

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