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Columna
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Palestina todavía existe

La disputa con Rusia y China sobre la hegemonía en Oriente Próximo gravita sobre el viaje de Biden a Israel y Arabia Saudí

Joe Biden en Saudi Arabia
Joe Biden saludaba el viernes al príncipe heredero Mohammed bin Salmán, en Yeda (Arabia Saudí).DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Lluís Bassets

Pocos viajes presidenciales ofrecen una agenda tan compleja como el que ha llevado a Joe Biden a Jerusalén y a Riad esta semana. Los focos iluminan el mercadeo para obtener petróleo a cambio de pasar página sobre el asesinato del periodista Jamal Khashoggi por orden personal del príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán. Pero ni siquiera este gesto tan significativo y denostado —propio del cruel realismo político que impone el regreso de la guerra al corazón de Europa— agota el significado político del primer desplazamiento del presidente a Oriente Próximo.

Destaca la nueva visibilidad de la causa palestina, obliterada durante cuatro años por Donald Trump. Al llegar a la Casa Blanca, Biden reanudó relaciones y ayuda financiera a la Autoridad Palestina, pero ahora, además de incrementarla, se ha entrevistado con el presidente Mahmud Abbas y recuperado la fórmula de los dos Estados, Israel y Palestina, como horizonte para la resolución del conflicto, aunque sin concretar un plan de paz y los plazos. El presidente demócrata no ha querido corregir abruptamente a su predecesor y mantiene la parte más sustancial de los Acuerdos de Abraham, con los que Israel estableció relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos, e incluso los profundiza con la promoción de un espacio económico y de seguridad árabe-israelí frente a Irán, el adversario geopolítico regional.

La piedra de toque para la plena integración de Riad en la región es la recuperación del plan para Palestina del fallecido rey saudí Abdalá, especialmente la creación de un Estado propio, una reivindicación que el actual rey Salmán considera indispensable para la apertura de relaciones diplomáticas con Israel. De momento, Arabia Saudí abre el espacio aéreo a las compañías israelíes, una decisión insólita que facilitará la peregrinación a La Meca desde Israel. A Washington también le conviene la resurrección del acuerdo de desarme nuclear con Irán liquidado por Trump, un paso que facilitaría la complicidad hasta ahora inexistente de saudíes e israelíes y permitiría contar con el petróleo iraní en la guerra de la energía con Vladímir Putin.

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Discretamente, se ha celebrado la primera cumbre por videoconferencia de Estados Unidos con Israel, India y Emiratos, en una especie de cuadrilátero o Quad del oeste, simétrico del Quad del este, con India, Australia y Japón. Nada se puede entender de este viaje sin la disputa geopolítica con Rusia y China. Estos movimientos de piezas en el tablero donde se juega la guerra mundializada han obtenido la respuesta contraprogramada por Putin para esta próxima semana de su primera salida exterior tras la pandemia a Ankara y Teherán, dos fabricantes de drones militares, el primero con la llave de la ampliación de la OTAN en sus manos y el segundo con el petróleo que occidente necesita. Son los primeros movimientos de una amplia, larga y peligrosa partida.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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