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Columna
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La ultraderecha mundial y el control de los cuerpos

Cómo el ataque a las minorías y a la naturaleza están conectados en la ofensiva de los extremistas

Protestas en Indiana contra la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos de revocar el derecho al aborto.
Protestas en Indiana contra la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos de revocar el derecho al aborto.AJ Mast (AP)
Eliane Brum

La revocación del derecho al aborto y la reducción del poder de la Agencia de Protección Ambiental por parte del Tribunal Supremo de Estados Unidos apuntan a un mismo objetivo: el control de los cuerpos. Pero no cuerpos cualesquiera. En el caso del aborto, los de las mujeres. En el caso del clima, los de los más pobres —los negros e indígenas, los más afectados por el sobrecalentamiento global— y, principalmente, el cuerpo-planeta. La ofensiva de los republicanos que hoy dominan el tribunal es para controlar los cuerpos insurgentes: tanto los de las protagonistas del movimiento feminista Me Too como los de quienes derribaron estatuas de héroes americanos blancos, esclavistas y colonialistas. Y de la naturaleza, que se subleva transfigurando el clima tras el ataque sistemático de la modernidad impulsada por combustibles fósiles.

Las decisiones del Tribunal Supremo de Estados Unidos, el mayor emisor de carbono junto con China, señalan que el cambio de presidente está lejos de garantizar que se recuperen derechos y se avance en temas cruciales como el sobrecalentamiento global. El intento de golpe de Estado de Donald Trump, con la invasión del Capitolio, le ofreció a la derecha un ejemplo de qué hacer cuando pierda las elecciones. El primer año y medio del Gobierno de Joe Biden demuestra que no basta hacer valer el resultado de las urnas. Aunque haya un presidente demócrata, lo que llevó a la extrema derecha al poder sigue activo y corroe la democracia, no solo dentro de las instituciones, sino también al insuflar el desamparo de las clases populares con el acelerado deterioro de una vida que ya no tiene promesas de futuro.

A los países que tienen instituciones frágiles, como Brasil, les resultará mucho más difícil enfrentar los tiempos posultraderecha. Nadie ha hecho más explícita la relación entre el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de la selva que Jair Bolsonaro, al decir en su primer año de mandato que la Amazonia era “la virgen que todos los pervertidos de fuera quieren”. Tanto el cuerpo femenino como la naturaleza pueden cosificarse, expoliarse y vaciarse. Es la lógica colonial y patriarcal que la extrema derecha lucha para mantener y que ha llevado al planeta a la catástrofe climática.

Lo más significativo en la precampaña electoral brasileña no es tanto los aciertos de los partidos, sino los ataques “morales”. En las últimas semanas, una jueza impidió que abortara una niña de 11 años que se había quedado embarazada tras ser violada y un periodista expuso que una actriz había dado en adopción a un bebé fruto de una violación. Esta es la precampaña de las bases, con la que el país tendrá que lidiar mucho más allá de las elecciones.

No es casualidad que el Supremo de EE UU haya protagonizado un tercer retroceso en el mismo período, al autorizar que los civiles puedan llevar armas en público. No es casualidad que en Brasil el registro de armas haya aumentado un 473% durante el Gobierno de Bolsonaro. Si los retrocesos “legales” no bastan para controlar los cuerpos insurgentes, las armas sirven para destruirlos. Es lo que demuestra la ejecución de defensores de la naturaleza en la Amazonia, día tras día.

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