La pérdida del sentido de la maravilla
Las plataformas digitales que se centran en la imagen son responsables de un crimen: ya nada nos asombra
Al leer Ronchamp, del arquitecto Rafael Moneo, dedicado a la capilla homónima de Le Corbusier, recuerdo cómo llegó ese singular edificio a mi vida, quebrando mis limitadas concepciones sobre arquitectura. Tendría 10 años, y mi profesora de EGB en Palma del Río, Belén Liso, viendo que me gustaba leer, me prestó libros, entre ellos uno titulado Las nuevas maravillas del mundo. Por más vueltas que he dado en librerías de viejo y portales en línea, donde abundan libros homónimos o parecidos, no he sido capaz de encontrar aquella edición. En ella apareció bruscamente Ronchamp como un edificio extraterrestre. Pensé que era un templo de otro mundo, pero en realidad era un hito de otro tiempo, una contemporaneidad estética a la que yo aún no había llegado. Siempre he creído que esas imágenes de nuevas maravillas arquitectónicas ampliaron mi sentido del mundo y mi educación estética, lo que debo agradecer a mi maestra favorita.
Recorrer estos días en webs libreras los numerosos libros sobre maravillas mundiales que se publicaron en España en los años setenta y ochenta, que en total suman unos pocos centenares de imágenes, ha reactivado una preocupación constante que tengo desde que aparecieron las redes sociales: entre otros importantes daños colaterales —incremento de los problemas de autoestima, ansiedad, polarización política, adicciones, ciberacosos, estafas, escritores—, las plataformas centradas en la imagen, especialmente Tumblr e Instagram, son responsables de un crimen cuyas implicaciones aún no podemos evaluar: la pérdida del sentido de la maravilla.
Cada vez quedan menos rincones a salvo de la fotografía humana. Escasean las zonas vírgenes, todo está registrado por los objetivos. Hace unos años, se pudo recorrer gracias a un dron dotado —cómo no— de una cámara un terreno casi inaccesible en un país asiático. Gracias a los satélites, se ha podido localizar y retratar el Punto Nemo, el lugar más distante de cualquier territorio terrestre, ubicado en el centro del océano Pacífico, al que solamente llegan plásticos errantes. El científico Julian Bayliss descubrió en 2018 un espacio selvático virgen en Mozambique mediante Google Earth, aplicación con la cual también se han hallado yacimientos, ruinas, tribus aisladas y supervolcanes. Todo indisolublemente unido a su captura de imagen, por lo que retrato y descubrimiento son ya simultáneos. Los infinitos turistas recorren el globo cámara en mano, más pendientes de retratarse retratando que de observar la novedad bullente ante sus ojos. Productores y acumuladores de fotos, somos bancos de datos de imágenes (Bill Viola) que, a su vez, consultan bancos de datos de imágenes. Preferimos comprar discos duros a borrar instantáneas, porque eliminar fotografías, según Jorge Franganillo, lleva aparejado pensarlas. Visitamos de forma sistemática los monumentos y los lugares únicos para saquear imágenes, agavillar estampas álgidas, encadenar jardines inmarcesibles, disminuir la maravilla y convertir los emplazamientos privilegiados en meros sitios, en lugares comunes. Nada nos asombra. Ya no cabe el cliché del “marco incomparable”, acuñado en épocas parcas en maravillas, porque abundan los marcos de intercambiable belleza, de cansina intensidad plástica. Queremos dárnoslas de exploradores, “pero ya no queda nada por conquistar, ningún pedazo de tierra. Por los desiertos circulan motocicletas, y las montañas heladas se han convertido en insalubres vertederos” (Javier Moreno, Acontecimiento). Camilo José Cela escribió: “En esta vida, recuérdalo siempre, basta con no estar distraído para estar maravillado”; hoy esa frase ha perdido parte de su sentido. Las imágenes de lo maravilloso son tan copiosas que necesitamos de filtros, audaces escorzos, grandes angulares, riesgosas poses al borde del abismo o drones para intensificar el énfasis, para acrecentar lo grande, para maravillar la maravilla.
Justo cuando una enorme cantidad de tesoros animales, vegetales o marítimos se malogran por derretimiento, polución, incendio, riada o desertificación, poseemos más imágenes de ellos que nunca. Como si nuestras cámaras supieran que esas maravillas van a extinguirse y las coleccionasen en legítima defensa, a título de vestigio, como las mariposas arrumbadas en los sótanos de las facultades de Biología. Devastamos el planeta al mismo ritmo que lo retratamos y sólo nos sobrevivirán los simulacros. El innombrable de Samuel Beckett decía: “Sí, es de desear, acabar es de desear, acabar sería maravilloso”. Quizá la única maravilla por delante.
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