El impulso de la hegemonía estadounidense
La guerra en Ucrania está dando a Estados Unidos un papel crucial en la defensa de los países democráticos occidentales frente a Rusia y China
La agresión rusa contra Ucrania ha transformado decisivamente, desde el 24 de febrero, el tablero, ya caótico, de las relaciones internacionales. Aunque es imposible ponderar todas las consecuencias de esta guerra sobre la geopolítica mundial, lo que sí es cierto es que está confiriendo a Estados Unidos un papel crucial en la defensa de los países democráticos occidentales frente a Rusia y China. Donald Trump había intentado imponer una recomposición hegemónica basada en el poder unilateral estadounidense; Joe Biden, sin renunciar a este objetivo, ha cambiado la forma de lograrlo, haciendo particular hincapié sobre la búsqueda de consensos con aliados multilaterales. Y ahora se aprovecha de una coyuntura que le es favorable dada la lluvia de solicitudes de protección por parte de los países europeos, salvo Francia y el Reino Unido, los únicos detentores de armas nucleares. Finlandia, Suecia, y los países del Este, han querido sumarse expresamente a esta demanda de seguridad frente a la amenaza rusa, dejando definitivamente arrinconado el proyecto de una defensa europea autónoma. El papel fortalecido de una OTAN devaluada estas dos últimas décadas, sobre todo tras el fracaso en Afganistán, vuelve, pues, a la escena. Su relegitimación ha empujado a Alemania, principal potencia económica europea, a entrar en la carrera armamentística (precisamente, una de las peticiones más insistentes de Trump).
El objetivo fundamental de EE UU es procurar mantener su supremacía económica y financiera en un sistema mundial hoy dominado por su enfrentamiento global con China. Este paradigma está configurando, directa o indirectamente, más allá de la brutal invasión de Ucrania, todos los conflictos geopolíticos actuales, y solo bajo este marco cabrá interpretar las estrategias estadounidenses.
En Oriente Próximo, zona crucial de riqueza energética, EE UU ha impulsado un eje con Israel y las monarquías árabes frente a Irán, consolidado, últimamente, en su flanco oeste con Marruecos. En Asia, la potencia estadounidense se refleja no solo en su Armada marítima, aérea y terrestre y en su papel protector militar de Japón, sino también en su nuevo peso sobre las capacidades de defensa de Australia, otra gran potencia regional, como lo demuestran las compras australianas de submarinos nucleares americanos-ingleses (en detrimento de Francia). Por otra parte, en su reciente discurso en Taiwán, Biden ha endurecido el concepto tradicional de “ambigüedad estratégica” —es decir, se ayuda a los aliados, pero no se interviene—, evocando, asimismo, la posibilidad de una intervención militar en caso de ataque chino contra la isla. Pese a que, un día después, el Departamento de Estado en Washington suavizó esa declaración, el mensaje hacia China no varía: EE UU no aceptará en Taiwán una situación comparable a la de Ucrania. Ahora bien, los principales puntos débiles de la fuerza militar estadounidense en Asia estriban tanto en la imposibilidad de controlar la carrera nuclear de Corea del Norte, como de construir un eje sólido con la India frente a Rusia. Por ello, es fundamentalmente el retorno de EE UU en Europa el pilar que configurará su nuevo ciclo hegemónico, favorecido por la hibris aberrante de Vladímir Putin.
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