Arreglar el clima y mejorar nuestra suerte
Los lectores escriben sobre la desigualdad económica y la crisis climática, los recuerdos, las redes sociales y las prohibiciones de jugar en lugares públicos
La miseria provocada por la desigualdad económica es sistémica, y las ganas de los perjudicados por salir de ella, también. Se necesitan propuestas, pero siempre pasarán por limitar el crecimiento económico y hacer un reparto más igualitario de lo producido. Ya hemos superado la época en la que se imponían con las armas unos estilos de vida, de organización social y de desarrollo frente a otros. Hoy, ante la urgencia de los problemas ambientales, conociendo los límites de la economía extractiva, y gracias a la facilidad para la comunicación de hechos y de significados, la comparación es inmediata y continuada entre individuos y grupos, y el sentimiento de agravio se extiende imparable. El reto no es solo el caos que provocamos en el clima, sino, sobre todo, el reparto necesario para que todos tengamos acceso a la dignidad humana irrenunciable que nos permita no depender excesivamente de la voluntad de quien nos emplea, que nadie tenga poder absoluto sobre sus semejantes y que, cada vez más, disfrutemos de nuestra propia voluntad, limitada solo por el interés general convenido entre iguales.
Luis Fernando Crespo Zorita. Las Rozas de Madrid
Recuperar lo grabado
Estoy recuperando cintas de 8 mm que grabé en los noventa. Cuando las veo comienzo a sollozar por los tiempos pasados que no volverán, caleidoscopio de momentos felices: nacimiento de hijos, celebraciones, vacaciones, mascotas, etcétera. Todos los momentos que consideramos positivos, pero que nos hacen soltar la lágrima porque no volverán. Los momentos negativos, muchos en la vida, comúnmente no se graban en vídeo, pero sí en el cerebro. Recuperemos el sollozo por lo agradable que hemos dejado atrás y olvidémonos de lo no grabado.
José Ramón Iribar Argote. Donosti
Ya no importamos
La sociedad ya no importa. Ya no existe. Ha sido relegada a una especie de mundo digital donde las relaciones son basadas en la cantidad de “Me gusta”, en la cantidad de visualizaciones de tu último vídeo subido a TikTok. Ya no hay miradas en las calles, sonrisas compartidas o un abrigo ciudadano al que llamábamos comunidad. Este sistema nos está consumiendo y lo hace a una velocidad feroz, de la que no nos percatamos porque estamos sumergidos en él. Nos absorbe, nos entierra y anula nuestra verdadera existencia. El ruido nos rodea, nos rodea ese ser competitivo, atroz, de tener que llegar a todo, de ser ese “alguien” dictado, pero no honramos a nuestra persona ni nuestra existencia, simplemente estamos. El sistema corroe nuestro ser, pero hay algo grandioso en ello: nosotros entramos al igual que podemos salir de él.
Violeta Pellicer Morata. Valencia
Prohibir jugar
Mi hijo Javier tiene nueve años y adora jugar a la pelota. Todas las noches se duerme pensando en su jugada favorita. Cada tarde juega al balón con sus amigos Marc, de cinco años, y Rubén, de ocho, que es un artista con los pies. Acaban de prohibir jugar a la pelota en el patio donde los peques pasan la tarde. El motivo: ruido, protección de jardineras y puertas. Todo es respetable, pero si, ante la algarabía de unos niños una tarde de verano, prefieres el silencio sepulcral y unas jardineras con flores perfectas, custodiadas por puertas impolutas, creo que está todo dicho. Debería estar prohibido prohibir jugar.
Juanjo Almiñana. Alicante
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