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columna
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Mi credo

Creo que una cosa es el país con sus problemas y otra los corruptos con sus maniobras de distracción. Creo en la gente. Creo en la decencia de España

El comisario José Manuel Villarejo a su llegada a la Audiencia Nacional de San Fernando de Henares (Madrid), en febrero.
El comisario José Manuel Villarejo a su llegada a la Audiencia Nacional de San Fernando de Henares (Madrid), en febrero.Jesús Hellín (Europa Press)

Es un credo demasiado adolescente, pero creo que nuestra democracia necesita una nueva adolescencia. Y creo en la honestidad de la mayoría social que se levanta cada mañana para ir de su corazón a sus asuntos. Yo, que no me tengo por pecador, ni me confieso a ningún Dios, afirmo un credo cívico. Creo en la decencia del conductor de autobuses, la profesora, la médico o el estudiante. Aunque me duelen las cloacas, creo en el aire limpio. Hemos tenido mala suerte, eso sí. Hubo determinados líderes que convirtieron a sus partidos en una asociación para el robo. Madrid, Barcelona y Valencia alcanzaron cotas muy altas de agresividad institucional a la hora del enriquecimiento vergonzoso. Pero déjenme creer que esa no es la realidad española.

Es verdad que la situación llegó al extremo cuando los sucesores políticos de los corruptos utilizaron el poder del Estado para ocultar escándalos. Comisarios, jueces y ministros se mezclaron en la red, junto a empresarios y periodistas. Creo que esos policías, jueces y ministros llegaron a ser más peligrosos para la democracia que los propios delincuentes. Pero nunca representaron a la ciudadanía.

Creo que una cosa es el país con sus problemas y otra los corruptos con sus maniobras de distracción. Creo en la gente. Creo en la decencia de España. Creo en los finales de curso y en los libros pendientes. Creo en la resurrección de la dignidad. Creo que no nos definen los mentecatos reunidos para aplaudir y hacer de cortesanos ante la deshonestidad. Creo en un país que a veces desciende a los infiernos, pero luego regresa al cielo y a la tierra, y encuentra zapatos para sus pies descalzos, y caminos para andar, y sueños, y argumentos en la historia para saber que el pueblo silencioso es mejor que los señoritos vendepatrias. Más que discutir con los vendepatrias, creo que conviene hablar con el pueblo silencioso.

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