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Columna
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Falta carne y sobran cañones

La intoxicación informativa de la guerra híbrida intoxica también a quien usa tales armas, hasta perder el sentido de la realidad

Varios soldados ucranios en una calle de Járkov, en el este del país, el 15 de abril.
Varios soldados ucranios en una calle de Járkov, en el este del país, el 15 de abril.Albert Garcia
Lluís Bassets

El coronel retirado sorprendió a todos. ¿Por qué razón misteriosa alguien dice la verdad donde todos viven de la mentira y en la mentira? Seguro que Mijaíl Jodarénok, el militar que oficia de comentarista de Russia-1, primer canal de la televisión rusa, contaba con autorización desde arriba para expresarse con tanto desenfado sobre los fallos del ejército de Putin en Ucrania y las virtudes militares del enemigo.

Los comentarios del militar jubilado sobre el aislamiento internacional de Rusia y la escasa calidad de su ejército son de una enjundia excepcional en un mundo ideológico y mediático como el del putinismo, en el que la fanfarronería, el autoengaño y la intimidación han sustituido a la objetividad, la frialdad y la autoridad que corresponden a las cualidades exigibles a un buen comandante en jefe.

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En el lado ruso falta gente dispuesta a morir en combate, es decir, carne de cañón, y hay tal abundancia de cañones que no hay gente suficiente para manejarlos. En el lado ucranio, en cambio, sucede lo contrario: sobra gente dispuesta a morir y faltan armas para seguir matando al enemigo ruso.

Rusia tiene grandes dificultades para sostener en pie de guerra un ejército enorme pero sin moral, y a Ucrania en cambio le sobran los voluntarios, incluso extranjeros, que se ofrecen para entrar en combate. En la actual guerra de desgaste, desde Moscú hay que buscar seres humanos dispuestos al sacrificio y desde Kiev hay que recabar de los aliados suficientes cañones para seguir matando.

Putin quiere evitar una llamada a filas generalizada que precisaría una previa declaración de guerra, con la reacción que cabe esperar de la población. Dispone de la contratación privada a través de compañías como Wagner, de ayudas peculiares como las milicias chechenas de Karimov y sobre todo, de los jóvenes reclutas de las regiones más pobres, especialmente centroasiáticas, que solo están obligados a desplazarse al frente si previamente firman un contrato.

Aun así, se queda corto, porque el desgaste es de unas dimensiones inauditas. Hay evaluaciones que cifran la proporción de bajas mortales en los primeros días de 10 soldados rusos por cada uno ucranio. Aunque la ratio ha disminuido ostensiblemente, todavía es favorable para Kiev. De ahí que Moscú haya ampliado a los mayores de 40 años la oferta de un primer contrato militar, para llenar así los puestos auxiliares y técnicos y concentrar en tareas de combate a los más jóvenes.

Quizás sin darse cuenta, el coronel jubilado Jodarénok ha revelado la mayor debilidad rusa. Nada es tan letal para un ejército como que su comandante confunda deseos con realidades. La intoxicación informativa de la guerra híbrida, que Putin libra desde mucho antes de la invasión, intoxica tanto al enemigo como a quien usa tales armas. Según el coronel ruso, “tarde o temprano, la realidad te golpeará tan duro que ni siquiera sabrás qué es lo que te ha golpeado”.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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