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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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El bosque se mueve, Macbeth/Putin

Como el personaje shakespeariano, el líder ruso debe de estar notando oscuros presagios de derrota, en su caso geopolítica

Vladimir Putin
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, en el Kremlin el 16 de mayo.SPUTNIK (via REUTERS)
Andrea Rizzi

Al paranoico, ambicioso y criminal Macbeth, las brujas le dijeron que no sería vencido hasta que el gran bosque de Birnam avanzara contra él hacia la elevada colina de Dunsinane. Lo que parecía imposible acabó ocurriendo, en forma de soldados enemigos camuflados con ramas del bosque que desde ahí se movieron contra un líder injusto. A Vladímir Putin también parecen movérsele unos cuantos árboles del bosque. Nadie va a atacarle a él o a Rusia, ni nadie tuvo intención de hacerlo en este siglo. Pero en términos políticos se delinea de forma cada vez más clara el perfil de una derrota, la sensación de que será vencido, disminuido.

En términos militares, después de repeler la ofensiva rusa contra Kiev, las fuerzas ucranias también han forzado la retirada de los enemigos que asechaban la segunda ciudad del país, Járkov. Moscú finalmente ha conquistado Mariupol, o más bien sus escombros, casi tres meses después. Pero es un logro que no sabe a gran victoria en un contexto de ingentes pérdidas contra un adversario con mucha menos potencia de fuego. El ministro de Defensa ruso afirmó el viernes que la “liberación” completa de la provincia de Lugansk se logrará pronto. Sin embargo, en la dinámica de fondo, se nota que las fuerzas ucranias tienen moral alta, sólido apoyo occidental de armas e información, amplia capacidad de reclutar; que las rusas no deben de bañarse en el entusiasmo, y su industria de defensa bajo sanciones tiene serias dificultades para seguir produciendo armamento de calidad.

En términos geopolíticos, Finlandia y Suecia han solicitado formalmente su adhesión a la OTAN, en lo que constituye un serio revés para el Kremlin. Suecia fue neutral durante dos siglos, y lo ha sido con especial convicción ideológica desde la II Guerra Mundial; Finlandia se mantuvo no alineada por necesidad. El ingreso de ambas en la UE ya cambió las cosas, pero el de la OTAN tiene un profundo valor político, además de militar. Simboliza la creciente unidad de Occidente y de algunas importantes democracias de otros lares, como Japón, Corea del Sur o Australia.

En términos geoeconómicos, la desconexión de Occidente de Rusia está en marcha. La economía rusa no ha colapsado, y el Banco Central ha incluso rebajado algo los tipos de interés últimamente. Los ingresos por ventas energéticas son altos. Pero no cabe engañarse: el dolor será intenso. La contracción del PIB prevista por las autoridades rusas para 2022 es del 8% mientras la inflación crecerá un 17%; mucha materia gris ha salido del país; y a medio-largo plazo es probable que el acorralamiento a la industria energética pase factura, así como la falta de componentes occidentales golpeará varios sectores. El descontento se propagará, por mucho que los medios amaestrados traten de cambiar el foco y la represión acalle el disenso. El trato básico que sostiene los regímenes autoritarios es proporcionar cierta prosperidad y estabilidad a cambio de pérdida de libertad. Si falla la primera parte, tienen un problema.

Por supuesto, el bosque se mueve lento, y con dificultades. Tiene miembros que no pierden ocasión para aprovechar el poder de veto. El húngaro Viktor Orbán está frenando la implementación de las medidas de la UE contra el petróleo ruso; el turco Recep Tayyip Erdogan pone trabas a la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN. Pero no es razonable pensar que bloqueen ad libitum; lo es más pensar que tienen un precio —dinero para Hungría, armas sofisticadas de Estados Unidos para Turquía—. Puede que haya que pagarlo ahora en nombre de un interés superior. Será preciso anotarlo en la hoja de cuentas y recobrar el chantaje en cuanto se pueda.

Por supuesto, hay mucho mundo que no es hostil a Putin y esto puede darle algo de oxígeno. Pero conviene no sobreestimar hasta qué punto están dispuestos a ayudarle —en realidad, más bien tratarán de aprovechar su debilidad—. Tampoco conviene olvidar la perspectiva de que Occidente imponga sanciones secundarias a quienes traten con Rusia, una auténtica bomba arrasadora geoeconómica.

Sobre todo, cobra cuerpo una sensación. Después del escuálido papel de las fuerzas rusas en Ucrania; a medida en que se consolide un menor grado de dependencia europea de su energía; y conforme una economía ya débil sufra una hemorragia, muchos en el mundo le perderán el miedo a Rusia. Mala noticia perder el respeto del miedo para quienes no tienen el de la auctoritas. Seguirá disponiendo de bombas nucleares y grandes recursos naturales. Nadie le atacará. Ni tampoco necesariamente está cerca su fin político. Pero Putin debe estar viendo el bosque moverse.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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