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Brasil
Columna
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El (otro) golpe de Bolsonaro en Brasil

El presidente y sus aliados buscan volver a los tiempos feudales de la enseñanza familiar

Juan Arias
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, este viernes.Andre Penner (AP)

Mientras en Brasil una gran parte de los medios de comunicación discuten diariamente la posibilidad de que el presidente Jair Bolsonaro esté preparando un golpe autoritario si pierde las elecciones, otro tipo de golpe, ya en acto, es silenciado. Uno que haría volver al país a los tiempos feudales de príncipes y vasallos. Se trata de la introducción de la llamada “escuela familiar”, que permitiría que las familias educasen a los hijos en casa sin necesidad de asistir a la escuela pública. Ello supondría un retroceso a los tiempos en que solo los hijos de la nobleza tenían derecho a la enseñanza mientras la plebe se quedaba analfabeta.

La aprobación de una ley para corregir el texto constitucional que exige que los niños de cuatro a 17 años sean educados en las escuelas públicas está en marcha a la chita callando con poca o ninguna repercusión en la prensa. De hecho, la enmienda a la Constitución ha sido ya votada y aprobada en el Congreso con 264 votos a favor y 144 en contra y que ahora deberá ser refrendada por el Senado.

Si aprobada, la nueva ley constituiría un retroceso a los tiempos en los que el saber estaba limitado a la aristocracia y constituiría un golpe al progreso republicano de ofrecer el saber a todos sin distinción lo que ha caracterizado a las sociedades democráticas.

La idea de Bolsonaro y sus huestes es evitar que los niños sean adoctrinados en las escuelas públicas con “ideas izquierdistas” y sobre temas de sexualidad, una de sus grandes obsesiones. El terror del ultraderechista es que en las escuelas se les hable a los alumnos de los temas de la diversidad de género. Su terror a la homosexualidad es tal que ha confesado que antes de ver llegar a su casa a un hijo “del brazo de un bigotudo preferiría verlo muerto atropellado por un camión”.

La educación pública, como es sabido, fue y sigue siendo una de las mayores conquistas de la humanidad para acabar con la vergonzosa división entre ilustrados y analfabetos que afligió durante siglos a millones de personas excluidas del saber. Acabar con esa conquista social que supone uno de los mayores logros de las democracias significa volver a los tiempos de las cavernas.

Obsesionado con la idea de que en las escuelas públicas “se pervierte” a los niños con ideas subversivas, Bolsonaro cree que deben ser las familias quienes se encarguen de la enseñanza de sus hijos, sin pensar que ello supondría que mientras los ricos seguirán enviando a sus hijos a las escuelas privadas, los pobres –que son mayoría– los mandarían a trabajar para ayudar económicamente a la familia como en tiempos pasados.

El Gobierno de Bolsonaro ha visto desde el principio como un desperdicio lo que se gasta en la educación pública, cuyo presupuesto ha ido recortando cada vez más, mientras que sus ministros de Educación han sido hasta ahora abiertamente reaccionarios y hasta pastores evangélicos que llegaron a proponer que en las escuelas todas las asignaturas fueran enseñadas solo con el libro de la Biblia.

Disminuir o desacreditar a la escuela pública como está intentando Bolsonaro supone negar el principio republicano fundamental del derecho de todos, pobres y ricos al saber, el único instrumento que puede acabar con las sangrientas desigualdades que envilecen a la sociedad y las hacen más vulnerables a los abusos de poder de las clases privilegiadas.

En Brasil son aún millones los analfabetos o los que solamente han cursado la educación básica, y hasta no hace muchos años se daba como normal que estudiar era cosa de ricos, mientras que los hijos de los pobres debían trabajar como lo hicieron siempre sus padres. Pretender que esos millones de familias sean capaces de enseñar en sus casas a los niños, supone hoy una bofetada al sentido común.

Es justamente en el seno de esas familias que Bolsonaro considera que deben escolarizar a sus hijos por temor a que en la escuela puedan “ser pervertidos” con ideas llamadas “modernistas” donde tristemente existe el mayor carga de violencia doméstica y donde los niños están condenados a ver como normal que el mundo se divide entre quienes estudian y quienes trabajan, triste herencia de una esclavitud que Brasil fue el último del mundo a abolir.

Como ha escrito hoy Breno Altman, editor de Opera Mundi: “En un Brasil en el que la enseñanza de calidad se hace cada vez más elitista, disponible en instituciones exclusivas para millonarios, la enseñanza doméstica es una forma perversa para debilitar las escuelas públicas, abriendo una nueva brecha para ahorrarse el presupuesto de la enseñanza”.

El tema más manejado hoy en los medios de comunicación y en las redes sociales es la posibilidad de que Bolsonaro esté preparando un golpe de Estado junto con una parte de los militares fieles a él si ve que puede perder las elecciones. En realidad, el verdadero golpe, el de acabar con la enseñanza pública, lo ha iniciado ya sin ruido, con la complicidad de un Congreso al que está consiguiendo comprar con ayudas millonarias, mientras una inflación galopante golpea a los más débiles y arrastra a millones de familias al horror del hambre en un país que alimenta a medio mundo con sus riquezas naturales.

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