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Columna
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Cómo Putin nos está cambiando a todos

En la vieja ecuación entre cañones y mantequilla que marca el bienestar y la salud democrática y social de los países, el acento en los cañones (más gasto en defensa) pasará factura al acento en mantequilla (más gasto civil)

Vladímir Putin
Una pintura que representa al presidente ruso, Vladímir Putin, matando a una paloma, en la Place de la Paix en Lyon (Francia).JEFF PACHOUD (AFP)
Berna González Harbour

Las guerras se libran siempre en los territorios de combate, de las armas, pero también en los de la economía, el bolsillo, los nervios. Así ha ocurrido siempre y así lo estamos contemplando en primera fila de la historia en esta gran cruzada de Rusia por satisfacer por la fuerza su voracidad.

En este sentido, la guerra de Putin contra Ucrania y, en última instancia, contra un bloque occidental que esta vez se ha colocado sin fisuras detrás de este país azotado por el nuevo ultranacionalismo ruso, está entrando en un nuevo momento. Un momento delicado.

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En el terreno de combate, es cierto que Rusia ha renunciado de momento a la ocupación total del país en múltiples frentes y se está centrando (con eficacia, por desgracia) en el control de Donbás y el cinturón costero que le permita llegar hasta Moldavia. No hay buenas noticias en ese sentido: que no esté asediando Kiev no significa que haya reducido su agresividad, sino solo que la está aplicando en una zona acotada. Y todos sabemos que ese no es el objetivo único ni final.

Pero es en el terreno de la economía y de los nervios en el que se vislumbran novedades. El corte de gas a Polonia y Bulgaria ha sido el primer golpe psicológico dirigido a los socios europeos, más que económico. El cierre del gasoducto que atraviesa Polonia, Bielorrusia y Alemania ha sido el segundo. Aunque ninguna de estas dos decisiones tenga grandes consecuencias, ya que el abastecimiento de gas tiene otros conductos y otras procedencias, la motivación es clara: Putin quiere dividir a Europa, quiere amedrentar, quiere chantajear y, sobre todo, exhibir una indiferencia a nuestra principal arma, que son las sanciones.

El inmenso caudal de gas y petróleo ruso no necesita a Europa, nos dice Putin. Las sanciones a sus oligarcas, a sus bancos y a sus empresas solo le arañan, no le desgarran. Porque tiene clientes de sobra que ya le compran el maná, sobre todo China, y la dependencia europea de sus combustibles nos hace rehenes de su voluntad. En este sentido, el líder ruso usa la agresión en ambos planos: en el combate y en la economía. Enfrente, Europa no puede entrar en el terreno de la agresión militar, y el económico cojea por esa dependencia que tanto nos debilita.

Habrá más fases, habrá más golpes y habrá más bajas. Y una de las más importantes será que, en la vieja ecuación entre cañones y mantequilla que marca el bienestar y la salud democrática y social de los países, el acento en los cañones (más gasto en defensa) pasará factura al acento en mantequilla (más gasto civil). Putin no está cambiando Ucrania, nos está cambiando a todos.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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