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Columna
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Evitar el infantilismo y la victimización de ERC

Presentar la razón de Estado como algo impúdico, como hace Esquerra, no nos hace más libres, sino más ingenuos

ERC
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

La política es peligrosamente entretenida y, a veces, curiosa. Como lo es que quienes instrumentalizaron la democracia reduciéndola al simbolismo de las urnas sin ley y desdeñando bastante abiertamente las normas constitucionales básicas, se muestren ahora como valientes defensores del Estado de derecho. Me refiero, claro, a ERC, que habita las cómodas nubes de un argumentario victimista, admitámoslo, bastante autocomplaciente, como toda fantasía infantil. Por lo visto, era posible estar contra el Estado, pero a favor de la democracia, aunque nadie sepa aún de democracia alguna que sobreviva fuera de organizaciones estatales. Su novedoso interés por el, ahora sí, necesario Estado de derecho viene del caso Pegasus y la, admitámoslo también, bastante seria vulneración de derechos fundamentales a cuenta del espionaje. Y es curioso que, al final, lo que distingue el caso Pegasus polaco o húngaro del español sea la legalidad del procedimiento, garantía de los derechos que sustentan la democracia.

Debe investigarse la cobertura judicial de las escuchas y cuándo pudieron producirse, porque eso es, precisamente, lo que nos hace diferentes: España no es una dictadura electoral. Más allá de los comicios, la democracia es un sistema donde los derechos de las minorías están protegidos a pesar de las mayorías, donde la prensa libre y plural puede criticar al gobierno de turno y donde hay un conjunto de instituciones democráticas al servicio del interés general, sin que su legitimidad proceda de la periódica unción electoral. La razón de Estado explica el resto. Más allá del chascarillo del político tertuliano, frivolizando sobre temas que desconoce, los ciudadanos sabemos que los Estados no se gobiernan con un rosario o una rosa en la mano; que, a veces, en aras del fin más alto de la propia supervivencia de la comunidad política democrática se produce una suerte de colisión entre las normas sagradas que el propio Estado protege y se compromete a respetar. Es el dilema clásico del deber del gobernante, que la democracia matiza, pero no resuelve del todo porque no es posible.

Presentar la razón de Estado como algo impúdico, como hace Esquerra, no nos hace más libres, sino más ingenuos. Evitemos caer en la tentadora moralización superficial con la que tantos pretenden hacernos razonar sobre la política. Si entendemos la dificultad de los dilemas, alternativas y tensiones que plagan la vida, ¿no habríamos de resistirnos con más razón a aplicar razonamientos facilones ante situaciones políticas igualmente complejas? Sabemos, gracias a Bildu, que se puede estar en contra de la guerra, el envío de armas a Ucrania y la existencia misma de los ejércitos y no condenar el terrorismo. Tal es la naturaleza ladina de la fuerza política que ha apoyado el decreto sobre medidas contra el impacto de la guerra. Porque en el fondo, el problema es la debilidad parlamentaria del Gobierno, y el temor a todo lo que parece dispuesto a renunciar para superarla.

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