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El ‘procés’ espiado

El verdadero peligro de Pegasus es la normalización de herramientas cada vez más sofisticadas de capitalismo de vigilancia aplicadas a la política

Espionaje Pegasus Cataluña
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, a su salida de una reunión en el Congreso de los Diputados, el 21 de abril.Jesus Hellin 2022 (Europa Press)
Ricardo Dudda

El procés nunca acaba. Lo que pasa es que a veces pierde impulso. Es difícil mantener la llama encendida en una economía de la atención (¿quién piensa hoy en la bofetada de Will Smith a Chris Rock?). Lo que ayer parecía un evento histórico, hoy es una antigualla; y el procés vive de la manufactura constante de momentos históricos. Pero en los últimos años, con una pandemia y una guerra, ha estado de tapadillo. El caso de espionaje de Pegasus parece que lo resucitará, al menos mediáticamente, durante unos días. Es un contenido que gusta especialmente a los líderes independentistas: otra supuesta prueba más de que España es un Estado autoritario. Una investigación de Citizen Lab ha descubierto supuestamente que los móviles de más de sesenta políticos independentistas fueron espiados con el sistema Pegasus Spyware, de la empresa israelí NSO Group. El sistema Pegasus no es nuevo. Ha sido usado por agencias de inteligencia de todo el mundo para combatir el terrorismo y la delincuencia, pero también lo han usado regímenes autoritarios para hackear a activistas de derechos humanos y disidentes políticos. Para los independentistas, los espiados nacionalistas lo fueron por su carácter de disidentes políticos (y no por el de delincuentes o potenciales delincuentes).

Es una estrategia ganadora. En el reportaje de Ronan Farrow en The New Yorker donde se publican estas nuevas revelaciones, el periodista introduce el tema desde la anglocondescendencia y el orientalismo que abundó en la prensa anglosajona durante el otoño de 2017: Cataluña es una nación oprimida por un Estado que no le deja votar, sus líderes son disidentes que están en el exilio por sus ideas. Y coloca a los líderes independentistas espiados junto a disidentes políticos que han arriesgado su vida de verdad en dictaduras. Es decir, la tesis independentista: la respuesta judicial al otoño de 2017 fue por motivos ideológicos, fue una persecución de ideas, y no la respuesta comprensible de un Estado de derecho ante un intento de secesión por la fuerza. Es lo que ha defendido Unidas Podemos estos días, socio del Gobierno: es un “espionaje masivo por motivos ideológicos”. Pero si lo que haces para defender tus ideas es ilegal en un Estado de derecho de una democracia liberal, te van a “perseguir”, pero no por tus ideas. (El CNI ha confirmado que en algún momento ha espiado a dirigentes independentistas, pero siempre con autorización judicial y nunca pinchando teléfonos institucionales). Esa confusión interesada está en el núcleo del relato independentista, que lleva años diciendo que se le impidió simplemente “votar”.

El verdadero peligro del espionaje de Pegasus es el mismo que en todas las democracias liberales donde se han encontrado pruebas de su uso: es la normalización de herramientas cada vez más sofisticadas de capitalismo de vigilancia aplicadas a la política. El caso español no es muy diferente al de otros países de nuestro entorno. No somos Turquía, como han sugerido algunos estos días. Somos Francia o Alemania. Y eso no es consuelo, pero tampoco es una prueba más, como señalan los independentistas, del autoritarismo español.

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