Día de la Madre, día de lucha
Usemos la celebración del domingo para recordarnos que la maternidad no es la realización plena de una mujer; me atrevo a decir que no lo será de ninguna
Este año no podré celebrar el Día de la Madre junto a la mía. Si lo hiciera, sé bien cómo sería. Ella cocinaría para todos, mi hermano y yo le llevaríamos flores, un ramo grande o quizá una orquídea. Ella pondría la mesa del salón con el mantel bueno (previamente planchado) y un forro protector debajo para que si se derrama algún líquido no dañe la mesa. Es probable que cocinara varios postres —al gusto de cada uno— y que, al terminar, recogiera la mesa con poca ayuda del resto y fregase los platos en el fregadero, un espacio tan suyo que ya nadie se lo quita. Si pudiera celebrar con ella, la abrazaría fuerte y, de alguna manera, le daría las gracias por sus sacrificios, por poner nuestros deseos por delante de los suyos, por ayudarnos en todo, por estar siempre, por querernos más que a nada en el mundo y más que a sí misma. Si este año estuviera junto a mi madre, puede que me uniese a la celebración de ese “deber ser materno” que aniquila a las mujeres. Por suerte, estoy lejos y he elegido otra fiesta para nosotras. Elijo convertir nuestro día en uno de lucha.
Un día para destruir el deber ser materno de raíz, empezando por la obligatoriedad maternal que se impone sobre las mujeres por el hecho de serlo. Usaremos pues este día para recordarnos que la maternidad no es la realización plena de una mujer; me atrevo a decir que no lo será de ninguna. Por esta razón, el Día de la Madre daremos un abrazo fuerte a todas las no madres que tengamos cerca, especialmente a esas mujeres que durante toda su vida (hablo de mujeres de 60, 70, 80 años) han tenido que responder a la pregunta de por qué decidieron no tener hijos. Pregunta que sigue vigente en reuniones familiares o entrevistas periodísticas y que nunca recae sobre la paternidad del varón. Y ya de paso, ya que estamos de fiesta, propongo aplaudir y celebrar a todas las que en algún momento decidieron libremente interrumpir un embarazo, porque ninguna mujer tiene la obligación de ser madre, tampoco una mujer embarazada. Mando pues todo mi calor desde aquí a quienes abortaron alguna vez y sugiero que nos abracemos y reconozcamos también todas las que alguna vez lo hicimos.
Una celebración de semejante importancia, deberá exceder los muros de las casas familiares y también los círculos de crianza compartida. Así, más allá de familias genéticas o elegidas, la fiesta de las madres será un día de unión entre mujeres, entre amigas, hermanas, madres, confidentes, amantes, hijas. Un día para que recordemos también que muchas mujeres están siendo utilizadas —con o sin su consentimiento— para gestar hijos a los que se les negará el derecho (hasta ahora inalienable) de ser hijos de la madre que los parió. Es importante sentirnos cerca de ellas y nombrarlas como madres desde todas las mesas donde sea que haya flores y familia en este día especial. Desde aquí mi reconocimiento a su maternidad y a la hijidad de los que gestaron, aunque haya más padres y madres alrededor de sus hijos. Incluyamos en la fiesta a todas las que donan sus óvulos para que otras puedan gestar, a quienes esperan un hijo en adopción que ya ha llegado y necesita su cuidado pero cuyos papeles aún no están listos. Y sumemos, por supuesto, a todas las madres lesbianas que regalan a sus hijos el lujo de tener dos madres donde la mayoría tenemos que conformarnos con una. En una fiesta así habría que cambiar mucho los grandes carteles publicitarios que invitan a regalar joyas y rosas a todas las madres del mundo y que se refieren, en realidad, solo a unas pocas.
Cuando el Día de la Madre sea uno de lucha, los regalos darán igual porque podremos arroparnos entre nosotras, entre quienes nos reconocemos, entre todas las que estamos hartas de leer en revistas, redes y demás medios de reproducción del “deber ser materno” testimonios de mujeres en impolutos camisones blancos eso de que “la maternidad cambió para siempre sus vidas”. La vida también la cambia un buen libro, el amor, un duelo, un viaje, una pasión… De hecho, la maternidad como promesa es siempre una trampa y el Día de la Madre vamos a celebrar juntas que no pensamos volver a caer en ella. Nunca más.
Pero como la maternidad no es una obligación, celebraremos también que tenemos derecho a nuestro deseo materno cuando y como nos dé la gana y con la edad que nos parezca, igual que lo han hecho siempre los hombres. Exigiremos que los tratamientos de fertilidad sean gratuitos para todas las mujeres que lo necesiten (de todas las edades), sin lista de espera infinitas ni rastro de culpa para quienes necesiten, como yo necesité, ayuda médica para gestar un hijo. Que ninguna tenga que pagar lo que yo pude y no siempre tenemos. Derrumbemos de paso el mito de que el amor da hijos, cuando, como mucho, puede darnos las ganas de tenerlos. El amor no regala hijos, sino que nos da las fuerzas para cuidar y amar a que lleguen y por el camino que lleguen.
Pero, sobre todo, el Día de la Madre celebraremos a todas las madres que nos equivocamos. A las que tuvieron que rendirse, a las que se arrepintieron o tuvieron que abandonar. También a las que abandonaron. A todas las que alguna vez nos sentimos culpables porque no pudimos evitar su tristeza o su daño, a todas las que tuvimos que aceptar que la mejor madre del mundo nunca es una superheroína, sino una mujer frágil y vulnerable, como lo soy yo. Como lo es mi madre. Y como son todas las vuestras.
Creo que mañana celebramos este día tan importante. No dejemos de luchar.
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