Debanhi, María Fernanda y Yolanda vuelven cada noche
Ante el terror y las tragedias de los feminicidios y las desapariciones de mujeres en México, solo ha quedado la anestesia. Pero hay casos que lo rompen todo
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Llevo 20 días soñando con carteles de búsqueda: se me aparecen sonrisas, cejas, trozos de orejas de mujeres que no conozco, que jamás he visto, de las que no sé los nombres, la edad, los lugares de donde salieron. ¿Dónde están? Vuelven cada noche. Y ya no se marchan.
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En las pasadas semanas, Nuevo León se ha convertido en el epicentro de lo que los medios de comunicación hemos llamado una crisis de desaparecidas. Mientras cubríamos la situación en el bastión industrial de México, uno de los Estados más poderosos del país, dirigido por un gobernador adicto a Instagram, llegaban gritos de Coahuila, de Oaxaca o del siempre feminicida Estado de México. “Oye, aquí también están desapareciendo mujeres, oye, también las están matando, míralas, míralas, ellas son las que ya no están, míralas”. Y miras y sientes el pellizco retorcido y quizás retuiteas la publicación de esa hermana, esa amiga, esa desconocida que pide ayuda desesperada. Y el nudo se enreda porque tú, que las estás mirando y te están doliendo, no estás haciendo nada más. Sales de Twitter. Luego vuelven.
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El caso de María Fernanda Contreras fue el primer piquete que resquebrajó la capa de hielo que protegía a la sociedad frente a sus muertas: en México desaparecen cada día siete mujeres, 11 son asesinadas. Son cifras muy difíciles de digerir mientras la vida sigue y continúan los conciertos y la amabilidad de quien te pone unos tacos y los libros que te gustan y tus amigas alrededor de una mesa tomando una cerveza. Ante el terror y las tragedias, solo ha quedado la anestesia. Sin embargo, hay casos que lo rompen todo.
María Fernanda, que tenía 27 años y trabajaba en finanzas pero quería ser escritora, desapareció el 3 de abril en Apodaca, en la zona metropolitana de Monterrey. Sus padres tardaron apenas seis horas entre su último WhatsApp y la denuncia en la Fiscalía —no hay que esperar un mínimo de horas para poner una denuncia por desaparición—. Encontraron el área de 1,2 kilómetros donde se apagó su celular. Avisaron a la policía; no fue ningún agente. Su padre estuvo horas por su cuenta tratando de localizar algún rastro, como sabueso rastreando tras las cocheras y tras las ventanas. No la encontró. Cuando la Fiscalía llegó, tres días más tarde, María Fernanda estaba muerta. Primer calambrazo. El día que las autoridades anunciaron ese hallazgo plagado de errores surge el siguiente rostro: Debanhi Escobar, de 18 años, desaparecida en Escobedo, a pocos kilómetros de María Fernanda. Segunda descarga.
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Nos reunimos con los padres de Debanhi Escobar en el kilómetro 15,5 de la carretera de Monterrey frente al motel Nueva Castilla. Entonces, la joven llevaba seis días desaparecida y para su familia ya era demasiado. Estaban desesperados: desde las cinco de la mañana del 9 de abril nadie había sabido de la joven. La madre, Dolores Bazaldúa, repetía como un mantra: “Es hoy, es hoy, mi corazón de madre lo siente, es hoy”. Mario Escobar, el padre, justificaba la atención que había empezado a recibir su caso: “Nosotros no somos gente poderosa. Somos maestros. No nos falta de nada, mira, yo tengo cuatro pantalones de mezclilla y algunos pares de zapatos; porque todo lo que hemos tenido ha sido siempre para nuestra hija”.
Ese día ya se había peinado todo lo que había alrededor del motel -el hotel incluido-, así que la comitiva de búsqueda se fue a 60 kilómetros de distancia hasta el pozo de una comunidad perdida. Nos llevaron allá la confianza irracional de la familia las palabras de Mhoni Vidente, una supuesta adivinadora, que aseguraba que la niña estaba en un lugar con agua, y la corazanada de una vecina. La mujer menuda estaba segura, lo había sentido, no había dudas, Debanhi estaba en Lumbreras de Tlaxcala. La buscaron con perros, drones y miedo y no la encontraron.
El día que se inició un nuevo registro en el motel Nueva Castilla, el día que se encontró el cuerpo en una cisterna abandona, el día que acabó la esperanza, Mario Escobar gritó.
Después de la desaparición y muerte, el entierro, la autopsia de Debanhi Escobar; después, el llanto, los alaridos, el silencio, las preguntas sobre Debanhi Escobar.
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En una casa pobre de paredes de colores, situada en una calle donde ni siquiera llega el Google Maps, nos recibe ya llorando Gerardo Martínez. Ha puesto dos cartelitos de su hija Yolanda Martínez Cadena, desaparecida el 31 de marzo en San Nicolás de los Garza, en un muro fuera y otro con velas dentro. En una hora nos cuenta: nadie está buscando a su hija, no se ha hecho ningún rastreo, él la llama cada día temprano en la mañana, también le escribe: ¿dónde estás?, ojalá que no salte el buzón, en unos días es el cumpleaños de su nieta Fer, la hija de tres años de Yolanda, todavía no ha montado la fiesta, porque quizás todavía llega, ¿no?
Gerardo, recostado sobre una silla; Gerardo que tiene tics porque no duerme, porque no come y solo espera. Cuenta que cuando él repartía por las calles, solo, los volantes de su hija y a Debanhi la buscaban 200 agentes especiales, pensó que lo segundo era una buena noticia: quizás las dos jóvenes estaban juntas y al encontrar a una, aparecían todas, ¿no?
Gerardo dice adiós y gracias por el tiempo y perdón por llorar, y al salir de esa casa humilde no queda apenas nada. En silencio, llegamos al Oxxo más cercano y en la puerta ahí estaba. Era otra, otra distinta, también joven, también en Monterrey, también sonriente: se busca a Celeste Tranquilino, 16 años, desaparecida en Juárez. Desaparecida, desaparecida, desaparecida. Así cada noche, hasta que vuelven. Y, claro, ya no se marchan.
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🎶 Una cantante: Petrona Martínez. Por Almudena Barragán
‘Ancestras’, el legado de las mujeres afrodescendientes de América. Hace poco me topé con la música de Petrona Martínez, una de las grandes voces del bullerengue en Colombia, un baile cantado y acompañado de percusión característico de la población afrodescendiente de la región de Urabá y de la costa del Caribe en los departamentos de Córdoba y Bolívar.
La voz de Martínez, con 83 años, es una leyenda viva del folclor de su país, invisibilizado y discriminado durante décadas. Su último trabajo, ‘Ancestras’, le valió un Latin Grammy en 2021 como el mejor álbum folclórico del año.
En el disco, Martínez une su lamento desgarrado a la voz de otras artistas afro de Brasil, Honduras, Estados Unidos, Colombia, Cuba, República Dominicana, Panamá y Perú, entre otros, para rendir homenaje a la tradición oral que sus madres y abuelas les enseñaron. Un canto de amor y resistencia. Palabra cantada y contada que narra la historia de quienes huían de la esclavitud y construyeron las primeras ciudades libres, como Palenque, cerca de Cartagena.
No se pierdan este precioso trabajo en el que también cantan Susana Vaca, Nidia Gongora, Eryen Korath, Buenaventura, Angelique Kidjo, Aymee Nuviola, Enerolisa Nuñez, Yomira John, Xenia França y Neta. En el proyecto también han participado escritoras afrofeministas que aportan sus pensamientos críticos sobre Petrona y el bullerengue desde diferentes perspectivas.
Les dejo una probadita de las letras:
“Cuando vine a Palenquito yo vi la vida en un hoyo
Me dediqué con mis hijos a sacar arena del arroyo
Oye mi chale, la vida vale la pena
Coge la pala en la mano, vamos a sacar la arena
Cesar Jiménez ya la creciente bajó
Vamo’ a sacar la arena pa’ ganarnos pa’l arroz (…)
En el barrio Palenquito, todos somos compañeros
Y vivimos del arroyo nosotros los areneros”
Y aquí un poquito de su música. Pueden escuchar ‘Ancestras’ en todas las plataformas.
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