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Columna
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La pelota es mía

En las campañas electorales priman las soflamas sobre los discursos pedagógicos. Así que no es raro que se rescaten lemas que nada tienen que ver con los desafíos de nuestro tiempo

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene en la sesión de la Asamblea de Madrid que vota este jueves las enmiendas a la totalidad de la Ley de Autonomía Financiera.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene en la sesión de la Asamblea de Madrid que vota este jueves las enmiendas a la totalidad de la Ley de Autonomía Financiera.Miguel Oses (EFE)
David Trueba

La decisión de cuándo convocar las elecciones andaluzas ha vuelto a tratar a los votantes como seres infantiles y manipulables. Entre los vaivenes que alejaban o acercaban su convocatoria sobresalen los tejemanejes de la política cortoplacista. Tras las elecciones en Castilla y León se acrecentó una idea de oportunismo demasiado asentada entre nuestros líderes a la hora de fijar la fecha electoral. Son como esos niños del cole dueños del balón que exigen condiciones favorables para echarlo a rodar. Hay que atreverse, ojalá llegue el día, a trabajar en política con convicciones de largo alcance, duraderas, sólidas. Si no, todo acaba por ser un juego de ventajismo. En las elecciones andaluzas ya no cabe la retórica del miedo, por la cual los votantes han de correr a depositar el voto frente a opciones diabólicas. La escisión más radical de la derecha ya es socio de Gobierno en alianza con su matriz política y se les juzgará por los hechos. No acudieron a la celebración del día de su Comunidad en Castilla y León porque dicen estar allí para desarmar la España de las autonomías. De seguir por este camino, vamos a tener más partidos que quieren cargarse la Constitución que defensores de ella, así que habrá que atenerse a las consecuencias.

En las campañas electorales priman las soflamas sobre los discursos pedagógicos. Así que no es raro que se rescaten lemas que nada tienen que ver con los desafíos de nuestro tiempo. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, ya se atiende a las prioridades que marcan quienes sostienen la mayoría. ¿Pero cuáles son esas prioridades? Los andaluces, y otros después, escucharán promesas en torno a unas reformas que dicen querer devolvernos al supuesto esplendor de la España de la Reconquista. La realidad es que las primeras normas que se han aprobado en la capital apuntan a algo más ramplón. Reconvertir la televisión regional en un escaparate cómodo del poder, con una línea de propaganda en toda regla. Para ello, se ha reescrito la norma democrática que se aprobó en el corto mandato de Cristina Cifuentes y ahora la mayoría vuelve a nombrar a dedo sin consensos. De este modo, se identifica el dinero de los contribuyentes como dinero que pertenece a los partidos que alcanzan el Gobierno. La pelota es mía, otra vez, esa confusión que machaca nuestros servicios públicos y los llena de parásitos que viven al amparo de la colocación de los partidos.

Más grave aún ha sido la reforma educativa. Que no tiene que ver, como todos los padres saben, con si se da una hora más de Filosofía y dos menos de Dibujo, sino con la degradación constante de la escuela pública. Nada menos que han aumentado hasta 15.000 los alumnos que van a recibir ayudas del Estado para costearse el bachillerato en centros privados puros, ni tan siquiera concertados. Esta política neoconservadora, por más que se pinte de ejercicio de libertad, en realidad responde a desviar los recursos públicos hacia los más ricos. Fuera chiringuitos, dicen, pero no es banal que muchos de los que se presentan como reformadores del sistema sean funcionarios de alta escala estatal, una élite de privilegiados que refuerza su estatus contra el ciudadano medio. Y así la segregación entre ricos y pobres y barrios con altas cotas de inmigración frente a residenciales exclusivos no hace más que aumentar cada día. Esa es la política real: devuélveme la pelota que es mía.

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