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tribuna
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Ostannya Barykada resiste

El rechazo a la guerra no puede chocar con el derecho a la legítima defensa. La historia de Europa está plagada de ejemplos de cómo los agresores se han beneficiado de las dudas de la comunidad internacional

Soldados ucranios patrullan por las calles de Odesa.
Soldados ucranios patrullan por las calles de Odesa.STEPAN FRANKO (EFE)
Pere Vilanova

En la Plaza Maidán en Kiev, debajo de la cúpula de cristal, hay un restaurante muy especial, se llama Ostannya Barykada, fundado por un grupo de jóvenes que fueron activistas en dicho movimiento en 2013 y 2014. He tenido la suerte de visitarlo en las cuatro ocasiones en que he viajado a esa ciudad en los últimos cinco años. Se comía (y se bebía) bien por precio razonable, y el ambiento era muy cálido, y claro, en estas semanas el lugar viene a mi memoria. Al principio con mucha preocupación, ahora (final de marzo) algo más aliviado, después hablar hace unos días con Serguei K, buen amigo ruso-ucranio, que fue quien me llevó a esa “última barricada”.

Una carta a (algunos) miembros de Podemos, incluiría hoy varias reflexiones. Pasado el primer mes de la guerra, cabe entender que ustedes han entendido por fin una cosa tan simple como es el derecho a la legítima defensa (artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas). En caso contrario cabría entender que en la guerra civil española (1936-1939) ustedes habrían estado a favor de la doctrina de la Sociedad de Naciones, que impuso la política de No Intervención y el consiguiente embargo de armas a “las partes en conflicto” (sic), de tal manera que Franco siguió recibiendo de Hitler y Mussolini todas las que necesitaba y más, mientras el gobierno legítimo de la II República recibía una escuálida partida de armas de la Unión Soviética (que por cierto se quedó el oro del Banco de España, como “paga y señal”). Estarían totalmente en contra de aceptar la llegada de las Brigadas Internacionales, porqué esto “prolongaría la guerra” y la opción “militarista” del bando republicano.

Entendemos que la política llamada de “apaciguamiento” de los gobiernos de Francia y el Reino Unido en 1938 les parecería la opción correcta, y como dijo Chamberlain eso era “la paz de nuestro tiempo”. Entre ese año y el siguiente Hitler impuso a los aliados occidentales la política de anexionarse Austria, Moravia y Bohemia con los Acuerdos de Munich , y el 23 de agosto de 1939, con la firma del Pacto germano-soviético entre Hitler y Stalin, que se repartieron Polonia, Finlandia, los países bálticos y Besarabia. El 1 de septiembre de 1939, una semana después de dicho pacto, Hitler invade Polonia y en junio de 1941 empieza el ataque contra la Unión Soviética. Los partidos comunistas de Europa, entre dicha fecha de 1939 y la invasión de 1941, no dijeron ni mu, ni hicieron otra cosa que callar.. Por ejemplo, en 1940, en el país ocupado por los nazis, el Partido Comunista Francés llegó a solicitar al ocupante la posibilidad de publicar su periódico, L’ Humanité. Costó una larga guerra para reconstruir en esa izquierda “un relato” antifascista y antinazi moralmente consistente. Ante la brutal agresión soviética contra los húngaros, en 1956, o la de Praga en 1968, ¿Qué política hubieran propuesto ustedes?

Pero pasemos a las guerras yugoslavas entre 1991 y 1999, y lo sucedido en Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Kosovo nos da el mismo patrón. La comunidad internacional, encarnada en el peor episodio del propio Consejo de Seguridad de la ONU, y hasta 1995 también por buena parte de la izquierda europea, primero decretó un “embargo de armas a las partes en conflicto” para no alimentar la escalada bélica. Pues había que dar una oportunidad a la diplomacia, ¿no?. Miren la lista de planes de paz para la exYugoslavia, y el talante con el que Milosevic (Serbia) y Tudjman (Croacia) abordaron “la oportunidad diplomática”. Entendemos que ustedes, en todos estos casos hubieran estado contra el envío de armas, afirmando que “la alternativa es entre la guerra y la diplomacia”. En los casos aquí citados, la diplomacia (con sus limitaciones y defectos), llegó a la mesa una vez se pudo detener por la fuerza de las armas las masacres, pero a Srebrenica llegamos tarde. De hecho, cuesta ahora recordar a alguien que en septiembre de 1995 no estuviera a favor de la acción de la OTAN para parar en seco la carnicería en curso en Sarajevo, Mostar, Tuzla, Srebrenica.

Y un último apunte. Los periodistas desplegados en este conflicto anunciaban en la segunda semana de marzo que después de varios fracasos con los corredores humanitarios, Rusia ofrecía otros que llevarán a la población civil víctima de los bombardeos a…. zonas controladas por Rusia o rebeldes rusos. Mi amigo José María Mendiluce (tempranamente fallecido) me contó su dilema cuando en 1992, hizo gestiones para que ACNUR pudiera acudir a Zvornik y otros lugares de Bosnia oriental, donde la población musulmana estaba siendo diezmada. El general serbio Mladic, el del asalto final a Srebrenica, le dijo que abriría corredores humanitarios, pero que ellos seleccionarían a los que serían evacuados, y que ACNUR tendría que poner camiones, autocares y la gasolina. Mendiluce fue la primera persona que me habló de “limpieza étnica”. Y me preguntó, ¿tu que hubieras hecho? Le dije que lo mismo que el: sacar a quien puedes, ayudar a quien puedas, pero denunciar a la vez que sin una intervención de fuerza, aquello no iba a parar.

Y hoy, a final de marzo, parece que Ostannya Barykada resistirá, y Kiev también.

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