El error Chamberlain
Neville Chamberlain pasó a la historia por entregar a los lobos a Checoslovaquia con una frase indigna: “Qué se nos ha perdido a nosotros en una disputa por una tierra lejana entre gente de la que no sabemos nada”
Neville Chamberlain no pasó a la historia como pacifista, sino por entregar a los lobos a Checoslovaquia con una frase indigna: “Qué se nos ha perdido a nosotros en una disputa por una tierra lejana entre gente de la que no sabemos nada”. Política de apaciguamiento, se le llamó entonces. El acuerdo de Múnich se presentó como un intento diplomático de evitar la guerra. Sin embargo, fue todo lo contrario: la victoria más barata que el nazismo había obtenido jamás.
Cuesta entender que, ante la invasión de Ucrania, algunos dirigentes de Podemos caigan en la misma trampa y no reparen en que fue esa misma política de no intervención la que dejó a la República a los pies de los caballos. La Guerra Civil no fue sólo un asunto entre españoles sino la primera batalla de un conflicto que enfrentaría al fascismo con las democracias. Del mismo modo, la invasión de Ucrania no es una crisis localizada, sino la antesala de un pulso global entre el populismo expansionista y las libertades.
No estoy cuestionando la legitimidad de las posturas contrarias al envío de armas a Ucrania. La situación es suficientemente compleja como para suscitar dudas razonables y más existiendo una amenaza nuclear. Pero me sorprende a estas alturas la ingenuidad flower-power de algunas declaraciones. Y me parece preocupante que los argumentos coincidan curiosamente con los que mantiene Marine Le Pen.
Nadie duda de la victoria militar rusa dada su abrumadora superioridad militar. Otra cosa es la ocupación. Ucrania tiene 44 millones de habitantes. Si algo nos enseña la Historia es que ninguna guerra de ocupación se acaba ganando por muy poderoso que sea el ejercito invasor. Desde nuestra guerra de independencia contra Napoleón hasta Vietnam, Irak o Afganistán.
Abandonar Ucrania a su suerte sería caer en el mismo error que cometió Chamberlain en 1938 al entregar Checoslovaquia. Mientras Putin permanezca en el poder, cualquier concesión será interpretada como un signo de debilidad. La capitulación de las democracias occidentales ante la amenaza nazi no puso en peligro sólo a un país, sino también la libertad y la democracia de todos los Estados. Lo dejó bien claro el embajador checo Jan Masaryk en la respuesta desesperada al primer ministro británico el 28 de septiembre por la noche. “Si creen que sacrificando a un pequeño país pueden salvaguardar la paz mundial están cometiendo un grave error. Ojalá me equivoque. Pero si no es así… que Dios se apiade de sus almas, caballeros”.
No se equivocó. La ocupación de los Sudetes fue solo el primer paso de un plan preconcebido. La voracidad de Putin tampoco se detendrá en Ucrania. No es casual el terror de Finlandia a ser la siguiente pieza del tablero ni su insistencia en pedir garantías a EE UU y a la UE de que acudirán en su defensa en caso de agresión.
Fue la debilidad de las democracias occidentales la que convenció a Hitler de que nunca le plantarían cara. “Nuestros enemigos no son más que hormigas fáciles de aplastar. Lo comprobé en Múnich”, le confesó envalentonado a sus generales antes de invadir Polonia.
Chamberlain no fue absuelto por la Historia. Su imagen es la de un personaje débil y trágico, bajando de un avión con un pedazo de papel mojado en la mano. En palabras de Churchill: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.
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