Ucrania, ¿muy lejos del fin?
Si las delegaciones rusa y ucraniana en Bielorrusia logran el cese de operaciones militares, sería un paso trascendente
A escasos tres meses de iniciada la Primera Guerra Mundial, en la batalla del Marne de 1914 morían, en una semana, 500.000 combatientes, entre aliados y alemanes. A esas alturas ya poco importaba cómo había empezado con el asesinato en junio de ese año del archiduque Francisco Fernando de Austria-Hungría y su esposa.
Después de que 17 millones de personas murieran en esos cuatro años dantescos de conflagración, sabemos cómo terminó esa guerra y lo que vino después. El controvertido acuerdo de paz en Versalles generó una reconfiguración del mapa europeo, pero la paz duró poco. Quedaron claras dos cosas: que la vorágine de una guerra desata fuerzas incontrolables y que si la paz se sella mal, se está en la antesala de otras tensiones y conflictos.
El actual ataque militar de Rusia en Ucrania pone al mundo, otra vez, ante situaciones, dilemas e incertidumbres semejantes. Buscarle una explicación no es ocioso, pues tiene que ver con posibles salidas y soluciones. Tiene que ver ante todo, como se sabe, con el ingreso o no de Ucrania en la OTAN, acuerdo de seguridad creado en —y por— la Guerra Fría, que terminó en 1989. Este asunto se fue convirtiendo gradualmente, sin embargo, en una especie de bola de nieve en interacción con el ímpetu expansionista de Putin ya manifestado en episodios como el procesamiento del tema checheno, antes, y más recientemente, en lo de Crimea.
El rumbo actual de las cosas en Ucrania es impredecible cuando Rusia se aleja —y es alejada— de Europa y de sus espacios de concertación, como el Consejo de Europa. Al curso de los ataques militares de Rusia en distintas zonas de Ucrania (incluidas de población civil), se suma un cuadro medio desértico en el que no aparecen escenarios ni actores internacionales que estén guiando una salida negociada.
La guerra, pues, parece que continuará. ¿Con qué resultados? Imposible saberlo, pero lo que sí se conoce es que hay situaciones de la historia militar rusa del siglo XX en las que el poderío militar ruso —antes soviético— fue puesto en jaque y derrotado en contextos en los que, a primera vista, llevaba todas las de ganar: la “guerra de invierno” contra Finlandia (1939-1940) y la ocupación en Afganistán (1979-1989). En ambos casos el abrumador poderío militar fue derrotado, en contra de todas las previsiones.
Con la “guerra de invierno” los soviéticos buscaban ampliar territorio con el argumento de proteger a Leningrado, a 30 kilómetros de la frontera con Finlandia y ad portas de la Segunda Guerra. En realidad, en el pacto Ribbentrop-Molotov Hitler y Stalin habían decidido que a la URSS le tocaba Finlandia. Entera. Fueron los finlandeses los que inventaron, en ese contexto, el icónico “cóctel Molotov”. El inmenso y poderoso Ejército Rojo de ocupación fue derrotado, con 127.000 muertos en su lado; 26.000, se estima, en el lado finlandés. Un país de menos de cuatro millones de habitantes frenó y derrotó a un coloso de 170 millones.
En Afganistán, lo que los soviéticos imaginaron erróneamente como un “paseo” acabo siendo un infierno para los ocupantes. Ello en un país pobre y con barbudos muyahidines pobremente armados como contrincantes. Tras lo que se estima fueron más de 100.000 muertos afganos y al menos 15.000 soviéticos, la incursión rusa acabó en una espectacular derrota militar, cuyos 100.000 efectivos abandonaron el país en febrero de 1989. El Vietnam soviético. Conocedores del territorio —y de su cultura y sociedad— los locales, reforzados por armas y recursos provenientes de los EE UU, voltearon la tortilla.
Menciono no para prefigurar, a partir de ellos, lo que pueda ocurrir en Ucrania. Pero sí recordar el curso de contenciosos militares con tremendos desbalances en la correlación de fuerzas. Parece ser claro que las tropas rusas no las están pasando fácil en Ucrania. Focalizándose en intervención aérea, no logran el control territorial y tendrían ya bajas importantes, entre las cuales se contaría al condecorado general Andrei Sukhovetsky, comandante de la Séptima División Aerotransportada.
Si en medio de la retórica entre Biden y Putin las conversaciones directas que, en paralelo y a trompicones, se desarrollan entre las delegaciones rusa y ucraniana en Bielorrusia logran encontrar la ruta del cese de operaciones militares y ciertos compromisos, como la neutralidad a futuro de Ucrania, sería un paso trascendente. Aunque es prematuro, por cierto, cantar victoria a partir de los avances sobre 15 puntos conseguidos esta semana anunciados, con cierto optimismo, por el presidente Zelenski.
Más allá del futuro inmediato de esos diálogos, el cuadro general no pinta bien para Rusia. La resistencia militar y poblacional local, así como las sanciones desde occidente y la reciente decisión vinculante de la Corte Internacional de Justicia—por 13 votos a favor y dos en contra— ordenando que Rusia suspenda inmediatamente las operaciones militares en Ucrania son piezas cruciales en el tablero que habrán de influir, seguro, en el curso de las cosas.
Si se combinan optimistamente todas estas piezas, no se podría descartar que una salida negociada sea factible. Y duradera, en la medida en que se selle bien, como no se hizo en 1918. El ofrecimiento hecho público ya dos veces por el canciller chino, Wang Yi, de prestar sus servicios parece haber caído en saco roto. Valdría la pena seguir el curso del efecto de lo que planteen interlocutores como él u otros como Erdogan de Turquía.
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