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Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miren dónde hemos llegado

El cambio de Gobierno en Chile da paso a una generación joven en la que se condensa lo mejor que ha producido la nueva democracia

Gabriel Boric presidente de Chile
El presidente de Chile, Gabriel Boric, ofrece su primer discurso tras asumir el cargo este viernes en Santiago de Chile.Alberto Valdés (EFE)

Se temía que sucediera lo mismo que el 11 de marzo de 2010. Esa vez la ceremonia de transmisión del mando de Michelle Bachelet a Sebastián Piñera fue interrumpida por réplicas del devastador terremoto que días antes había asolado a Chile. Los locales presentes casi no se inmutaron, pero entre los extranjeros hubo gestos de alarma, a excepción del entonces príncipe Felipe de Asturias, quien dio muestra de su sangre fría. Esta vez, Chile viene saliendo de otro terremoto: el estallido en 2019 de una inédita, violenta y multitudinaria protesta social. Sus repercusiones fueron profundas: de un lado llevó a una Convención para escribir desde una página en blanco una nueva Constitución, elegida en democracia, con representación paritaria y escaños reservados; del otro motivó a que los jóvenes votaran en las elecciones de diciembre pasado dándole el triunfo a Gabriel Boric, y, con él, a una nueva generación de izquierdas forjada en las luchas estudiantiles y sociales de los últimos diez años.

No obstante lo anterior, la ceremonia de transmisión del mando de este 11 de marzo transcurrió sin réplicas de ninguna especie. El guión republicano se cumplió a la perfección, como puede dar fe el ahora rey Felipe VI, quien nuevamente estuvo presente.

El rostro del presidente saliente, Sebastián Piñera, acompañado de su familia y ministros, mostraba el regocijo de haber logrado conducir la nave a puerto a pesar de las gigantescas tormentas que debió afrontar, entre ellas la pandemia. En su fuero interno, seguramente, debe haber sentido la satisfacción de no haber seguido los cantos de sirena que le llamaban a desviarse del curso institucional para restablecer el orden quebrado por la ola de protestas de fines de 2019 y de haber apostado, en cambio, por buscar una salida a través del proceso constitucional. En su fuero aún mas interno debe haber sentido uno de esos placeres inconfesables al ver que juraba Boric y no quien fuera su contrincante, el ultraderechista Kast: esto lo deja ante la historia como el eslabón que dio paso a una generación joven en la que se condensa lo mejor que ha producido la nueva democracia.

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Los gestos de Boric hacia Piñera fueron cariñosos. Este último, aliviado, fue despedido con cálidos aplausos. El presidente entrante, sin corbata pero vestido con un traje azul, parado sobre la testera y algo tenso por la nueva situación, miraba a su familia venida de Magallanes, así como a sus compañeros de lucha ahora ministros, como diciéndoles: “Miren dónde hemos llegado”.

El día estuvo cargado de finos símbolos destinados a marcar la entrada a una nueva época: una jefa de protocolo rapa-nui vestida a la usanza tradicional; una mujer conduciendo el vehículo presidencial; un Presidente que toma juramento a nombre del pueblo, da la mano a los militares que están a sus órdenes y se inclina ante la estatua de Salvador Allende antes de entrar a La Moneda. Siempre presente el deseo de acercar el poder a la gente y remarcar que entra un aire nuevo.

Cuando comenzaba a oscurecer, Boric salió a los balcones del palacio presidencial para dirigir sus primeras palabras como nuevo presidente de la República a los partidarios que llenaban la Plaza de la Constitución. No hubo sorpresas. Insistió en ser parte de un proyecto colectivo heredero de luchas que llevan siglos. Señaló que avanzará en las reformas “paso a paso”. Llamó a cultivar el respeto recíproco y a concordar una nueva Constitución que sea “un punto de encuentro y no de división”. Reafirmó su defensa de los derechos humanos “sin importar el color político del Gobierno que los vulnere”, así como su vocación “profundamente Latinoamericana”.

“Por dónde hablamos hoy ayer entraban cohetes”, señaló con emoción Gabriel Boric, que con 36 años abrió las puertas de La Moneda a una generación que nació en democracia y dispuso de las oportunidades que, a pesar de sus defectos, ella les abrió. Ahora a confiar que no lo olviden.

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