Los errores de Ucrania
Esta es una guerra de independencia de un país y una guerra por tener una oportunidad de desarrollo. Pero también es una lucha contra el intento ruso de prescindir de todas las reglas creadas tras la Segunda Guerra Mundial
Hasta que Rusia inició la invasión a gran escala de Ucrania, en algunos sectores de la comunidad política y diplomática se hablaba, sobre todo, de los errores de Ucrania en su relación con Rusia. Esas opiniones, extendidas fundamentalmente entre la realpolitik y el pensamiento geopolítico, concedían más importancia al pragmatismo que a los valores y al predominio de la fuerza sobre las normas. En el caso de Ucrania, daban cabida a las ambiciones cada vez más agresivas y neoimperialistas de Rusia respecto a ese y otros países vecinos, pero pasaban por alto las aspiraciones democráticas y las vulnerabilidades de los países más pequeños frente a los intereses de su vecino.
Uno de los errores que señalaban esas teorías era que Ucrania se estaba retrasando en la aplicación de los Acuerdos de Minsk. Los acuerdos se firmaron en 2014-2015 a punta de pistola, con el ejército ruso ya en Ucrania. El objetivo de Rusia era legalizar los gobiernos títeres que había instalado en el este de Ucrania, presentarse como mediador en vez de causante de la situación y negar toda responsabilidad por el conflicto, pero seguir controlando la situación. Ese control incluía una amplia amnistía, la legalización de los combatientes controlados por Rusia como miembros de los cuerpos de seguridad y la celebración de elecciones sin ningún periodo de transición para consolidar el nuevo paisaje sociopolítico del que se había expurgado a la población proucrania. Y Rusia seguía controlando más de 400 kilómetros de la frontera entre los dos países. El objetivo de Ucrania era establecer unas condiciones de seguridad estables en la zona de guerra y sus alrededores y después pasar a los elementos políticos —elecciones, ampliación de la autonomía— con presencia de los partidos ucranios y los votantes locales que habían huido y con las infraestructuras necesarias para garantizar su seguridad y transparencia.
La situación impulsada por Rusia habría desembocado en la integración de un elemento controlado por ella en el cuerpo político de Ucrania y habría puesto en peligro su soberanía. Habría dado a Rusia la capacidad de presionar y desestabilizar a Kiev, que era el verdadero objetivo de su intervención.
Otro supuesto error era la decisión de Ucrania de incorporarse a organizaciones occidentales tras el Euromaidán de 2013-2014. En realidad, Ucrania empezó a sondear la posibilidad de unirse a Occidente en los años noventa del siglo XX, sin dejar de mantener estrechas relaciones con Rusia. Volodímir Horbulin, el cerebro de la arquitectura de seguridad ucrania en los primeros años de independencia, describió los motivos en sus memorias: “Ucrania necesitaba avanzar hacia un desarrollo dinámico… Era lógico que aspirásemos a lo que ya había proporcionado éxito, tecnología y un mercado desarrollado: Occidente”. Hasta 2014, cuando Rusia invadió Ucrania por primera vez, este país tenía un acuerdo de cooperación con la OTAN y un tratado de amistad y cooperación con el Estado ruso. Durante esos años, ni Ucrania ni la OTAN tomaron ninguna medida hostil ni manifestaron intenciones hostiles, en contra de lo que dice Rusia. Esta, por su parte, no supo transformarse en una potencia regional atractiva ni proporcionar estabilidad a sus vecinos y, mientras tanto, siguió creando instrumentos de presión sobre Ucrania para utilizarlos en los momentos oportunos, entre otros, la energía, el estacionamiento de su flota del mar Negro en Crimea, las maniobras para impedir el desarrollo de las capacidades de defensa de Ucrania, los instrumentos económicos y comerciales, la financiación de fuerzas políticas y medios de comunicación concretos de Ucrania para alimentar la polarización y las campañas para socavar la imagen de Ucrania a nivel internacional. La presión aumentaba cada vez que Ucrania daba pasos para fortalecer su soberanía.
En 2013-2014, cuando los manifestantes del Euromaidán derrocaron al corrupto presidente prorruso Víktor Yanukóvich, Rusia consideró que se trataba de un punto de inflexión hostil. En realidad, optó por apoyar a un régimen corrupto y cada vez más opresor que estaba impidiendo el desarrollo de Ucrania. Si nos apartamos del relato geopolítico, estamos ante un enfrentamiento entre la cleptocracia autoritaria y una democracia en pleno desarrollo, aunque sea de manera imperfecta. La primera está arraigada en Rusia y, en mayor o menor medida, en casi todos los países de la antigua Unión Soviética. La segunda es lo que los ucranios han pedido una y otra vez mediante numerosos cambios y manifestaciones. Pensar que esa aspiración es solo obra de Occidente significa no tener en cuenta la capacidad de decisión de Ucrania y su pueblo.
El comportamiento de Rusia con Bielorrusia es una muestra de lo que puede aguardarle a Ucrania, al margen de cuestiones políticas nacionales o internacionales. Tras las protestas, la persecución generalizada de ciudadanos y la pérdida total de legitimidad, el bielorruso Aleksandr Lukashenko pidió ayuda a Rusia para mantenerse en el poder y, con ello, renunció a la escasa capacidad de actuación de Bielorrusia que había intentado conservar hasta entonces. Incluso después de que los manifestantes bielorrusos proclamaran repetidamente su neutralidad, el Kremlin se alineó con el régimen bielorruso y lo convirtió en un peón cuando más debilidad política tenía. Como consecuencia, el territorio de Bielorrusia sirve ahora de rampa de lanzamiento para que Rusia ataque desde ella a los militares y civiles ucranios, y sus fuerzas reciben la orden de ir a Ucrania, pese a las informaciones de que entre los militares hay cierta resistencia a luchar contra los ucranios.
Varios errores cruciales que se destacan ahora en Ucrania tienen que ver con la seguridad. Uno de ellos se remonta a 1994, cuando Ucrania firmó el Memorándum de Budapest, por el que cedió su arsenal nuclear a Rusia. En él, Rusia, Estados Unidos y Reino Unido se comprometían a respetar la soberanía e independencia de Ucrania dentro de las fronteras existentes, a no utilizar la fuerza contra su integridad o independencia política y a no emplear la extorsión económica. En el caso de que Ucrania fuera víctima de una agresión o de una amenaza con armas nucleares, se comprometían a conseguir que el Consejo de Seguridad de la ONU tomara una decisión inmediata. Ahora que Ucrania solicita que se instaure una zona de exclusión aérea u otra protección similar contra los bombardeos indiscriminados contra sus militares y su población civil, la presencia de Rusia en el Consejo de Seguridad hace imposible el uso de ese instrumento. En su libro Ukraine’s Nuclear Disarmament, Yuri Kostenko, que conoce bien el proceso, resumió ese error: “Ucrania podría haber utilizado sus armas nucleares como capital inicial que se habría transformado gradualmente en una cooperación integral con Estados Unidos y la UE, incluido el ingreso en la UE y la OTAN. La desnuclearización de Ucrania por exigencias de Rusia convirtió el país en un Estado poscolonial que estaba exclusivamente en la esfera de intereses de Rusia. Y así se mantuvo hasta el inicio de la Revolución de la Dignidad, en noviembre de 2013″.
Otro error fue no haber reforzado las capacidades militares de forma constante durante los años de independencia. Antes del Euromaidán, habría sido una tarea difícil por una serie de razones, como la alternancia de los ciclos políticos, los obstáculos económicos, la corrupción y la incapacidad de percibir las amenazas procedentes de Rusia contra la seguridad. Tras el Euromaidán y el ataque ruso, Ucrania comenzó a reformar sus ejércitos. Debería haber dado más importancia a evaluar la capacidad de Rusia en un posible ataque y a la consiguiente preparación de sus defensas; por ejemplo, reforzando con más eficacia y coherencia su defensa aérea y terrestre.
A pesar de todo esto, Ucrania está luchando contra la invasión de Rusia de manera eficiente. Esta no es una guerra por intereses geopolíticos. Es una guerra de independencia de Ucrania y una guerra por tener una oportunidad de desarrollo. Pero también es algo más. También es una lucha contra el intento de Rusia de prescindir de todas y cada una de las reglas o normas creadas después de la Segunda Guerra Mundial. Los militares y civiles ucranios están pagando el precio más alto en esta lucha. El resultado no interesa solo a Ucrania.
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